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Juan Ramón Rallo

¿Qué son los tipos de interés?

Los tipos de interés sólo son un precio más dentro del mercado: el precio del tiempo (¡no del dinero!) que depende de la distinta impaciencia de los agentes.

Los tipos de interés sólo son un precio más dentro del mercado: el precio del tiempo (¡no del dinero!) que depende de la distinta impaciencia de los agentes.

Desde antaño se ha sostenido que el dinero es estéril. Y algo de verdad hay en eso: hasta donde me alcanza, nunca he visto a las monedas o billetes de mi cartera reproducirse y engendrar nuevas monedas o billetes. De hecho, aunque lo hicieran, difícilmente nos volveríamos más ricos, pues la tendencia sería a que el precio del resto de bienes y servicios se encareciera. Pero entonces, si el dinero ni se reproduce ni es directamente productivo, ¿a qué viene que cobremos intereses por prestarlo?

Creo no tergiversar demasiado si digo que el fenómeno del interés es uno de los peor entendidos en toda la ciencia económica. Para empezar, como el interés se paga en dinero y por el dinero, se ha generalizado la idea de que es un fenómeno enteramente monetario. Keynes pensaba que si se incrementaba lo suficiente la cantidad de dinero, el tipo de interés nominal podría caer al 0% de manera permanente. Sin embargo, piénselo un momento: ¿hay alguien que se endeude simplemente para atesorar el dinero? Es decir, ¿hay alguien que pida prestados 200.000 euros durante un año al 10% simplemente para guardarlos debajo del colchón? Sería un poco absurdo, porque pasado el año debería devolver 220.000 euros.

En realidad, y he ahí el primer error, cuando demandamos crédito estamos demandando, no dinero, sino bienes y servicios. El dinero es sólo el medio necesario para, en esta sociedad monetaria nuestra, comprar esos bienes y servicios. O dicho de otra manera, cuando pedimos una hipoteca queremos, en realidad, una vivienda; cuando pedimos un préstamo al consumo queremos, en realidad, un coche; cuando pedimos un préstamo empresarial queremos, en realidad, fichar a trabajadores, comprar maquinaria, contratar el suministro eléctrico...

Bien, sentado esto, imagine que mucha otra gente desea comprar la misma casa, el mismo coche o contratar a los mismos factores productivos. ¿Cómo decidimos quién se los queda? Básicamente a través del sistema de precios: aquellos que estén dispuestos a ofrecer más por esos bienes y servicios serán quienes los captarán. Pero imagine que usted no tiene hoy nada que ofrecerles, ¿significa ello que tiene las manos atadas para pujar? No, siempre y cuando sí pueda ofrecerles algo en el futuro.

Suponga que va a comprarle un inmueble a un promotor inmobiliario. Éste le exige 200.000 euros y usted está hoy sin blanca, pero sabe que dentro de un año va a cobrar una cuantiosa herencia de 500.000 euros. En tal caso podría prometerle al promotor que le pagará la vivienda en doce meses. Ahora bien, ¿cuánto piensa que debería pagarle dentro de un año al promotor para que acepte entregarle hoy la vivienda? ¿200.000 euros? No parece que al promotor le vaya a resultar una oferta muy atractiva, por cuanto hay otra gente interesada en pagarle eso mismo hoy. ¿200.001 euros? Tampoco resulta probable que el promotor esté dispuesto a esperar un año sólo para embolsarse un euro de diferencia.

Lo cierto es que usted debería ofrecerle suficiente dinero como para que a él le compensara esperar un año a cobrar los 200.000 euros (tal vez, por ejemplo, 220.000 euros). Al cabo, todos preferimos disponer del dinero antes que después, lo que equivale a decir que todos le asignamos valor al hecho de poder disponer de los bienes y servicios antes que después (es lo que se conoce como "preferencia temporal" o, simplemente, "impaciencia"). No olvidemos que los bienes presentes nos sirven o para satisfacer nuestras necesidades presentes (bienes de consumo) o para preparar la satisfacción de nuestras necesidades futuras (factores productivos) de modo que por fuerza le otorgaremos valor a disponer lo antes posible de esos bienes presentes: dicho de otro modo, el tiempo, la anticipación, es útil.

He ahí el fundamento del interés: el exceso de valor de los bienes presentes sobre los bienes futuros o, dicho de otro modo, la utilidad de anticipar la disposición de esos bienes presentes. Por ejemplo, si intercambiamos una casa que vale 200.000 euros por 220.000 euros dentro de un año, estamos diciendo que para que el promotor acepte desprenderse de su casa sin recibir nada a cambio durante un año, hay que compensarle en 20.000 euros (lo que sobre los 200.000 euros que vale el inmueble, equivale a un interés del 10%). Si los bienes presentes no fueran más valiosos que los futuros, el promotor sería indiferente entre recibir 200.000 euros hoy o mañana. Pero como es obvio no lo es.

Lo mismo sucede si le pedimos a otra persona que nos preste 200.000 euros para pagarle a tocateja la casa al promotor. Nuestro prestamista podría haber utilizado esos 200.000 euros en otras cosas: en consumir más, en invertir o en mantenerlos atesorados para lo que pueda venir (como es obvio, si no quisiera utilizarlos para nada en ningún momento, no se habría preocupado desde el comienzo en acumularlos produciendo bienes y servicios para el mercado mientras renunciaba a su tiempo libre).

En definitiva, los tipos de interés sólo son un precio más dentro del mercado: el precio del tiempo (¡no del dinero!) que depende de la distinta impaciencia de los agentes a la hora de anticipar la disposición de bienes presentes o de aceptar retrasarla. Se trata de un precio que impregnará todas las transacciones en las que participe el tiempo: no sólo en las de tipo monetario y desde luego no sólo en las que tengan lugar en los mercados crediticios. Por dar dos ejemplos muy sencillos: en los contratos de aparecería y en las relaciones laborales hay implícito un tipo de interés. El cesionario aparecero comparte una parte de sus aprovechamientos futuros con el cedente aparcero debido a que éste le adelanta sus factores productivos sin cobrarle nada hasta el momento futuro en el que produzca; lo mismo sucede en las relaciones laborales, donde el capitalista adelanta los salarios (y la maquinaria) a cambio de quedarse con una parte de la producción futura (la famosa plusvalía que Marx jamás comprendió).

No quiero con ello decir que en la determinación de los tipos de interés sólo influya la preferencia temporal; también tienen relevancia otras variables como las perspectivas de inflación, la prima de liquidez o las manipulaciones crediticias. Más bien, lo que quiero señalar, es que la existencia de los tipos de interés depende por entero de la preferencia temporal (y de otra categoría hermana como es la aversión al riesgo, de la que hablaremos otro día). Sin preferencia temporal no habría tipos de interés, aun cuando hubiese manipulaciones del volumen de crédito; con preferencia temporal habrá tipos de interés, aun cuando estos puedan ser distorsionados por otras variables como las expansiones crediticias.

¡De cuántas barbaridades nos habríamos librado si los economistas hubiesen entendido adecuadamente este sencillo concepto!

Puede dirigir sus preguntas a contacto@juanramonrallo.com

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