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Juan Velarde

La discrepancia

Las remuneraciones de los políticos han disminuido, pero no precisamente sus obligaciones, cada vez más complicadas en un mundo globalizado

Las remuneraciones de los políticos han disminuido, pero no precisamente sus obligaciones, cada vez más complicadas en un mundo globalizado

Se ha producido una polvareda, no sólo en España sino en el ámbito todo de la Unión Europea con especial significación en el Reino Unido, en relación con los ingresos que reciben los eurodiputados, bien en dinero, bien en otras atenciones, como son los viajes en avión. De algún modo todo esto se relaciona con dos realidades conexas muy importantes. El bienestar material de los sujetos depende, no sólo de su nivel de renta, sino de la comparación de éste con el de los demás. La raíz última de esto –segunda cuestión– la señaló en un celebre ensayo Gonzalo Fernández de la Mora y Mon con un epígrafe muy claro: la envidia igualitaria.

Como consecuencia de esto, que viene de atrás, las remuneraciones de los políticos han disminuido, pero no precisamente sus obligaciones, cada vez más complicadas en un mundo globalizado. ¿Y qué obtienen materialmente a cambio de dedicarse a esa actividad? Los que tienen mejor preparación –dejemos a un lado la minoría, siempre escasa, de los patriotas heroicos, de los que ponen por encima de todo sacrificarse por los demás– obtienen más rentas ocupándose en actividades ajenas a la acción política, como consecuencia del tener una preparación más alta, más adecuada. A ésta van dirigiéndose, por eso, los que no obtuvieron alternativamente otros rendimientos económicos mejores.

Olvidar eso, que genera una descapitalización formidable en hombres dentro del sector público, esto es, en que a poder ser los mejores se vean impulsados a actuar en política, es ignorar aquello relacionado con el inmortal teorema de la mano invisible de Adam Smith, quien escribió en el capítulo II del título I de La Riqueza de las Naciones: "El hombre... necesita casi constantemente de la ayuda de sus semejantes, y sería inútil que la esperase únicamente de su benevolencia. Es más probable que la consiga si logra interesar a favor suyo el egoísmo de los demás, haciéndoles ver que redunda en provecho de ellos el hacer en su favor lo que les pide". Esta manifestación concluye así: "No esperamos nuestra comida de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero: la esperamos del cuidado que ellos tienen de su propio interés... Jamás les hablamos de nuestras necesidades, sino de las ventajas que ellos sacarán".

En una sociedad opulenta como es la española –y eso lo señaló con claridad Galbraith en su The affluent society– el gran riesgo es el de la preponderancia en todos los bienes divisibles –vacaciones, automóviles, residencias, mejoras en la alimentación, estudios de alta calidad, y así sucesivamente– frente a los indivisibles, como son todos los servicios públicos, incluyendo el pagar bien a los mejores para atraerles a la política. El resultado siempre es una crisis porque se desarrolla una política forzosamente mala, que, al cabo, castiga sin palo ni piedra pero de modo implacable a quienes se embarcan, colectivamente, en ese pecado evidente que es el de la envidia.

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