Menú
Cristina Losada

El libro rojo de José Luis

El partido único chino controla las finanzas de su país y los partidos españoles controlan las cajas de ahorro del nuestro. De intervencionista a intervencionista, será más fácil entenderse.

En parodia de Kissinger y Nixon, el ministro Sebastián y el presidente Zapatero vuelven una y otra vez al imperio comunista. De aquel ex oriente lux de los antiguos hemos pasado al ex oriente cash de estos tiempos. En sermo vulgaris, allí está la pasta y a eso se va, no a contemplar los cerezos. Y nuestros Hernández y Fernández, aunque lejos de las miras estratégicas de aquellos pioneros, que buscaban en Mao un freno a los soviéticos, acuden a Pekín con una misión no menos compleja. Desde luego, más paradójica. Pues el Gobierno socialista de España pretende y ansía que el comunismo chino salve al capitalismo autóctono. Y, bien mirado, no es empeño tan absurdo cuando ese ping pong se juega entre dos capitalismos de partido. El partido único chino controla las finanzas de su país y los partidos españoles controlan las cajas de ahorro del nuestro. De intervencionista a intervencionista, será más fácil entenderse.

Puestos a elegir entre los inversores foráneos y los del terruño, se ignora quién es más de fiar, si el partido comunista de allá o las formaciones de aquí. Pero inversiones aparte, la cuestión relevante y sorprendente es que un régimen sin libertad ni democracia ejerza, hoy, de amiguito principal. "España es el mejor amigo de China en Europa", proclamaba su primer ministro y al buen entendedor, eso le basta. Tras siete años y cuatro visitas, Zapatero ha logrado, al fin, sustituir la alianza con Washington por el idilio con Pekín. Y no se compare. Para el buen progresista, la barbarie siempre reside en la gran potencia del Oeste, no en la asiática. China tendrá sus defectos, nadie lo niega, pero la patria del capitalismo salvaje es y será Norteamérica, a pesar de San Obama. De ahí que escandalizara tanto aquella distendida reunión entre Aznar y Bush, pies sobre la mesa, y se engulla con naturalidad el compadreo con los jerarcas de una dictadura gigantesca. De la cerveza al té, menudo cambio.

El vil metal y el interés material, tan despreciados –retóricamente– desde los púlpitos de la izquierda, justifican, mira por dónde, la feliz hermandad con quienes vulneran derechos humanos. El mundo entero cierra los ojos, es sabido. Pero algunos se conducen con mayor decoro. Nuestro "campeón de los derechos" ha preferido no correr el riesgo de incomodar a sus anfitriones con una alusión a detenidos, ejecutados, censuras y vainas. No va a hacerles un feo, va a hacer caja.

En Libre Mercado

    0
    comentarios