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EDITORIAL

Sin reformas no hay recuperación

Temeroso del desgaste en términos electorales que le supondrá coger al toro por los cuernos, asistimos a una opereta en el asunto de las cajas y a la absoluta inacción en otros ámbitos fundamentales para la recuperación como el del mercado laboral.

Tras unas semanas de respiro, vuelven a pintar bastos en el mercado de deuda. El bono español a diez años se situó ayer en su rentabilidad máxima desde el año 2000, es decir, nos resulta más caro de colocar. La llamada prima de riesgo, medida en comparación con el bono alemán –considerado como el más seguro y cobrable del continente–, ha escalado hasta los 231 puntos básicos. Ambas variables nos recuerdan que, lejos de haber superado ya la crisis de deuda, nos encontramos totalmente inmersos en ella.

El principal problema de la economía española no es su anémico crecimiento sino su elefantiásica deuda pública y privada. Así, mientras la segunda ha ido moderándose fruto de la crisis económica y la contracción crediticia, la primera no hace más que aumentar por culpa de un Gobierno manirroto que, desde hace tres años, no conoce más política económica que dilapidar sin medida. Al final nos encontramos con que el Estado gasta mucho más de lo que ingresa, y lo que ingresa es cada vez menos porque el número de contribuyentes –principal fuente de ingresos del Estado– es menor a cada día que pasa.

El desempleo, de este modo, no sólo está marcando el trágico destino de cerca de cinco millones de españoles, sino que ha puesto en jaque las posibilidades de devolver algún día lo que nuestro Gobierno pidió prestado para tratar de "estimular" artificialmente la economía. El paro está ocasionando, asimismo, que todos los meses se vayan batiendo récords de morosidad en la banca. Créditos que no se devuelven y que las entidades tienen que dar de baja o ejecutar hipotecarias cuyo valor está seriamente deteriorado.

La situación es, además, especialmente complicada por el entorno europeo, plagado de países que, como España, se encuentran en serios problemas para atender su propia deuda pública. Los casos irlandés, portugués y griego quizá sean los más ilustrativos. La Unión Europea está haciendo un encaje de bolillos suicida tratando de mantener con respiración asistida a varias economías que, como la portuguesa o la griega, parecen abocadas a la bancarrota. Impago que, sin embargo, sería un juego de niños comparada con la hipotética suspensión de pagos de España, cuarta economía de la zona euro.

El Gobierno, entre tanto, se niega a hacer las reformas necesarias, o al menos a hacerlas con la profundidad que requiere una coyuntura tan dramática como la que vivimos. Centrado en las elecciones del mes de mayo y en la sucesión de Zapatero, ha dejado los asuntos económicos a un lado. Temeroso del desgaste en términos electorales que le supondrá coger al toro por los cuernos, asistimos a una auténtica opereta en el asunto de las cajas y a la absoluta inacción en otros ámbitos fundamentales para la recuperación como el del mercado laboral. Es hora de que el Gobierno reactive las reformas que prometió hace unos meses. De lo contrario quizá está vez los mercados –y los políticos alemanes– no sean tan generosos y no nos concedan otra oportunidad.       

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