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Los fundamentos del 'asset allocation'

Lo que va a determinar que aspiremos a alcanzar uno u otro de estos objetivos es nuestra situación y perfil personal.

La semana pasada hablábamos del peligro de depender para la obtención de nuestras rentas exclusivamente de fuentes del trabajo. También destacábamos la conveniencia de replantearse la relación entre nuestro gasto e inversión presentes para cubrir metas de independencia financiera y, por tanto, de conquistar gran confort económico a la llegada de nuestra vejez o un retiro más temprano.

Toda esta planificación financiera más sofisticada viene determinada por actitudes psíquicas de las personas, pero no ha de olvidarse la incidencia que una inexistente cultura financiera está teniendo en la predisposición de buena parte de la población española (y del mundo, salvo en determinados grupos más específicos) a lograr una mayor autonomía financiera. No es objeto de este artículo analizar a qué "poderes fácticos" en España les interesa una población adormecida, amedrentada, dependiente y con poco margen de maniobra para llevar a cabo sus proyectos vitales. Cada uno tendrá sus propias explicaciones, que no andarán muy desencaminadas.

El lector que esté echando una ojeada a este artículo sin duda estará entre aquellos que sí han descubierto –o lo estén haciendo– las bondades de una sólida educación financiera de cara a su desarrollo personal futuro. No seguiremos, pues, tratando de convencerle y pasaremos a dar un siguiente paso en el estudio del arte del asset allocation. En otras palabras, profundizaremos en qué clase de activos son susceptibles de ser incorporados en la cartera de inversión de un individuo o familia en cada momento de su vida.

Como es lógico, cada activo encaja en ciertas expectativas que se puedan poner en una inversión, pero no en todas las posibles. Lo primero que hemos de saber es qué esperamos obtener de esa inversión o, dicho de otro modo, cuál es el objetivo financiero y luego veremos qué activos son adecuados. Evidentemente, estos objetivos estarán muy íntimamente influidos por nuestro propio perfil y situación personal.

Resumiendo mucho, cuatro son básicamente los objetivos financieros que podemos encontrar en una inversión.

  • En primer lugar, liquidez para hacer frente a los pagos cotidianos y a posibles imprevistos más o menos inaplazables. Para estos propósitos, no podemos tolerar ni volatilidad en el precio ni riesgo inherente al activo, aun a costa de renunciar a todo tipo de rentabilidad o apreciación. Por supuesto, antes de lanzarnos a alguna de las metas siguientes, habremos de tener ésta suficientemente cubierta.
  • Un segundo objetivo que podemos buscar es el del crecimiento patrimonial: invertir en activos que se revaloricen en el tiempo. Por ejemplo, una acción barata que esperamos se aprecie con el transcurso tiempo. En este caso, deberemos indudablemente estar dispuestos a soportar mayor volatilidad en la cotización diaria. Pero también toleraremos mayor riesgo que en el caso anterior de liquidez. Esto viene explicado porque si somos agresivos en nuestra inversión para tratar de obtener grandes revalorizaciones, en el camino, haremos apuestas fuertes por proyectos con gran potencial, pero más inciertos, lo que no siempre nos podrá salir bien.
  • Otra meta que podríamos querer cubrir es la de obtener rentas pasivas para sustituir o cambiar su ponderación con las rentas activas o del trabajo. Por ejemplo, porque queramos retirarnos jóvenes o simplemente para consumir más durante nuestra vejez. Sería el caso de la inversión en una acción blue chip que, pudiendo no tener gran potencial de revalorización, sí nos garantice periódicamente unos dividendos estables y de cierta cuantía.
  • Por último, tendríamos la finalidad de conservación del capital. En este caso, no estaríamos esperando crecimiento ni renta de nuestra inversión, pero sí estabilidad y superar el índice de miseria del que hablaba Buffett (inflación más impuestos). Es decir, que nuestro patrimonio mantenga su capacidad de compra. Podría ser el caso de un hedge fund neutral en una moneda fuerte que mantenga en el tiempo un precio muy estable con revalorizaciones en el entorno del 5 al 7 por ciento, sea cual sea la evolución de los mercados. Para este objetivo y el anterior claramente desearemos asumir poca volatilidad y riesgo.

Perfil y situación personal

Lo que va a determinar que aspiremos a alcanzar uno u otro de los objetivos que acabamos de mencionar, como ya se ha dicho, es nuestra situación y perfil personal.

Vamos a destacar cuatro condicionantes que seguramente son de gran impacto a la hora de establecer la cartera de inversión que un individuo puede tener en cada etapa de su vida: edad, patrimonio, situación familiar y perfil psicológico.

De gran importancia es el primero de ellos, la edad de la persona. Por un lado, en lo que respecta al comienzo de nuestra actividad inversora. Cuanto antes comencemos, mucho mejor.

Pero también tiene incidencia en nuestras expectativas de rendimientos. Una persona de edad más avanzada generalmente renunciará a rendimientos elevados, pero esperará poco riesgo y poca volatilidad. Entre sus objetivos estará el de conservar su patrimonio y obtener unas rentas periódicas lo más aseguradas posibles. Por contraposición, alguien más joven podrá asumir más volatilidad y riesgo a cambio de rendimientos superiores (crecimiento patrimonial).

Este diferente comportamiento no vendría sólo determinado por el mayor empuje y atrevimiento de las personas jóvenes, sino por una característica mucho más práctica: el tiempo. Ante fuertes volatilidades, la persona joven cuenta con el tiempo suficiente para esperar a que los precios de los activos (o sus rendimientos) se pongan en precio. Además, aquellos individuos de mayor edad en principio podrán haber acumulado sumas de dinero más abultadas a lo largo de su vida. No es tanto el momento de seguir creciendo como el de conservar el valor y adquirir activos que nos aseguren unas rentas más que aceptables.

Otro elemento, vinculado y avanzado implícitamente en el anterior, es el patrimonio existente en el momento en que tomamos la decisión de la inversión. Pongamos el ejemplo de dos personas relativamente jóvenes. Una que ha heredado una empresa familiar. Otra que empieza con lo puesto y poco más.

Con todas las excepciones que nos marcarán otros atributos que estamos viendo en esta enumeración, quien parte con un mayor capital tenderá a buscar conservación del patrimonio y rendimientos suficientes con los que vivir acomodadamente. Con todo, el protagonista heredero de este ejemplo particular podrá buscar una combinación de conservación y crecimiento sin mucho riesgo –del tipo value investing–, disponiéndose a asumir algo más de volatilidad.

Quien parte de un patrimonio inferior, y más estando en sus comienzos, seguramente será más agresivo en sus inversiones. Todavía le resta mucho capital que acumular para lograr sus metas personales y ahora lo que necesita primariamente es crecer.

La situación familiar, tercer elemento que vamos a analizar, es también determinante. No es lo mismo ser soltero que tener familia o esperar tenerla. O ser divorciado y pasar una pensión periódica, o ser viudo. Las prioridades y necesidades van cambiando y, con ellas, los objetivos de la inversión.

La situación familiar también se ve afectada por la propia obtención de ingresos laborales. Tanto por los presentes como por los esperados en el futuro. Así, un joven sin responsabilidades familiares y con grandes ingresos (o fundadas expectativas de mejoras salariales) podrá ser más ofensivo en sus inversiones. Alguien con pocos ingresos y con familia seguramente se vea abocado a cubrir sus necesidades de liquidez, algo de crecimiento y, sobre todo, conservación del patrimonio.

El último atributo que vamos a tratar aquí con brevedad es el perfil psicológico. Todo lo visto hasta ahora –más el conocimiento en materia financiera y empresarial– influye decididamente en la utilización que hacemos de cada activo. Pero el perfil psicológico será trascendental. Hay gente hecha de distinta pasta, capaz de enfrentarse a los movimientos de masas de los mercados e individuos portándose precisamente de la manera opuesta pese a que señales, a la postre erróneas, parezcan desaconsejarlo. Es lo que se denomina un contrarian, muchos de ellos, grandes inversores.

Los hay con gran espíritu empresarial, aventurados, con poco miedo a los cambios, con ganas de enfrentarse al mundo y ganar. Hay otros, más cerebrales y conservadores, que se trazan un plan que siguen a pies juntillas sin desviarse un ápice de él, que, poco a poco, cual hormiguita, les va dando sus frutos para construir un patrimonio en el largo plazo.

Por el otro lado, tenemos aventureros también, pero que piensan en vivir el día a día y gastan tanto como les entra y más. O aquellos con una capacidad mínima de tolerar noticias negativas en los medios (volatilidad), a los que el desasosiego impide cualquier proyecto de inversión medianamente ilíquido, ni aun dejando la gestión de su patrimonio en manos de un tercero fiable y de prestigio. Perfiles podríamos trazar millones, pero en todo caso reflejarían el mayor o menor descaro, entusiasmo por conocer y aversión al riesgo o volatilidad de cada quien. Y, por extensión, su deseo de explorar alguno de los objetivos financieros más osados que acabamos de examinar.

La semana que viene ya podremos dar el salto a la última cuestión del asset allocation que aquí trataremos. Abundaremos en una clasificación de los activos según los objetivos que queramos cubrir.

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