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Francisco Capella

Socialdemócrata oprimida por los poderes financieros

El poder financiero consiste en la posibilidad de negarse a seguir prestando dinero a quienes parece que no tienen la capacidad o la voluntad de devolverlo.

Según la escritora y periodista Irene Lozano, "la socialdemocracia es, en sí misma, liberal por los cuatro costados". Pero resulta que ser liberal consiste en defender derechos individuales de propiedad, el principio de no agresión y el cumplimiento de los pactos voluntariamente contraídos, valores que los socialdemócratas no enfatizan precisamente. Mientras que el liberalismo se basa en la igualdad ante la ley, el socialismo pretende la igualdad mediante la coacción legal: al socialista no le gustan los resultados de los procesos espontáneos de interacción voluntaria y libre entre personas y se cree con derecho a alterarlos en nombre de una presunta justicia social. Unos socialistas son revolucionarios y pretenden corregirlos a lo bruto mediante revoluciones proletarias; otros entran en el juego político y tratan de hibridar socialismo y democracia.

Lozano asegura que la socialdemocracia aspira a corregir las injusticias del sistema liberal, pero no nos informa de cuáles son esas supuestas injusticias ni tampoco menciona si la socialdemocracia consigue corregirlas en algún grado y a qué coste. Está tan despistada esta escritora en su análisis del liberalismo que cree que las tres décadas de predominio de la socialdemocracia fueron una "edad de oro" de "simbiosis de socialismo y liberalismo" y "de un sentido común tan apabullante que hasta los conservadores británicos construían vivienda protegida".

Es difícil hacer simbiosis entre opuestos irreconciliables como el socialismo, la institucionalización de la coacción colectiva, y el liberalismo, la defensa del individuo frente la agresión ajena. Los conservadores, como su propio nombre indica, no son necesariamente liberales. Y construir vivienda protegida no es una muestra de sentido común sino la manifestación del deseo de captar votos de unos y la capacidad de organización como grupos de presión de otros.

Para Lozano las ideas liberales están sumidas en una grave crisis, "secuestradas por un fanatismo que amenaza con devolvernos a un capitalismo de tintes premodernos". Los secuestros, los fanatismos, las amenazas y lo premoderno son todos términos con connotaciones muy negativas: tal vez por eso los usa para ocultar su disgusto ante el auténtico liberalismo y su falta de argumentos rigurosos.

Lozano cree que los liberales pueden presumir de "su oposición a la concentración de poder". No parece capaz de distinguir entre el poder económico, que se agrega y consigue para servir a los demás, y el poder político, que se organiza para utilizar la fuerza contra otros.

Parece que los liberales sufren una "obcecación contra la supuesta opresión económica de los Estados": pobres de nosotros obsesos y cegados por un aparato intervencionista, regulatorio y fiscal que en realidad sólo es "supuesto". Los inermes Estados, según ella, están "acogotados por las exigencias de un poder financiero cuya felicidad requiere más dolor y menos derechos para el ciudadano".

El poder financiero consiste en la posibilidad de negarse a seguir prestando dinero a quienes parece que no tienen la capacidad o la voluntad de devolverlo. No plantea exigencias categóricas o absolutas, sólo pone condiciones para que le demuestren una cierta solvencia ante las peticiones de fondos. Además el poder financiero no está concentrado en una única entidad, justo al revés que un Estado, que es un monopolio de la coacción: cualquiera puede comprar deuda del Reino de España o cualquier otra emisión soberana. Si no lo hacen, o si exigen tipos de interés más altos, o si plantean la necesidad de cierta disciplina fiscal, tal vez es que los ahorradores que se pretende que sean prestamistas tienen derecho a preocuparse por su propia felicidad tanto como esos ciudadanos que se nos presentan como pobres sufridores detentadores de múltiples derechos. Pero el dolor actual viene de excesos insostenibles anteriores, y esos presuntos derechos que ahora al parecer se coartan son siempre a costa del prójimo (esto que lo pague otro).

Para Lozano, los Estados muestran hacia el exterior una "impotencia clamorosa": claro, los Estados usan la fuerza de forma legal en su interior, en su territorio, sobre sus súbditos, los regulan y confiscan su riqueza a cambio de una amplia variedad de presuntos bienes públicos. Pero hacia el exterior carecen de soberanía, no pueden obligar a que los extranjeros les presten ni pueden manipular sus divisas. A Lozano esto le parece inaceptable y critica fallos en la "sensibilidad liberal" porque no denuncia "que la mayor amenaza a la autonomía del individuo y al autogobierno reside hoy en la nulidad de los poderes democráticos para someter al poder financiero". O sea que para ser autónomos y autogobernarnos tenemos que poder someter a los ahorradores extranjeros, que suponen una amenaza porque podrían cortarnos el grifo, lo cual sería una violentísima agresión e intromisión en nuestros asuntos. Es un signo claro de necedad e inmadurez pretender que la autonomía consiste en que los demás no pueden poner condiciones para las relaciones con nosotros y protestar amargamente si lo hacen.

Para esta torpe defensora de la socialdemocracia "el gran inconveniente de los mercados es que su poder no es democrático", que son despóticos, y es necesario "imprimir un giro social a la economía". Exige preocupación por "la hegemonía actual de esos entes fantasmagóricos llamados "mercados", que por no tener no tienen ni rostro, que no se presentan a las elecciones, ni rinden cuentas ante los ciudadanos, ni explican sus programas, pero ostentan la facultad de imponer la visión del mundo más beneficiosa para ellos".

Los mercados son sistemas y procesos descentralizados en los que participan ingentes cantidades de personas, por eso no tienen un solo rostro como parecen reclamar quienes, acostumbrados de forma instintiva a la relación personal propia de la tribu, no los comprenden y los ven como fantasmas hegemónicos. Cada productor en el mercado se presenta a las elecciones de los consumidores y clientes todos los días, rinde cuentas ante sus accionistas, explica sus proyectos empresariales, y sobre todo no impone por la fuerza nada a nadie. Sólo una mente pequeña y limitada como la de esta escritora puede pretender que los mercados se comporten como el jefe del colectivo.

Para Lozano "resulta inaceptable" que los acreedores "dicten políticas económicas al margen de los órganos de la soberanía popular", que eso es "extorsión". Como la inmensa mayoría de los presuntos intelectuales de la actualidad, no sabe decir "no me gusta" o "me opongo": pretende dar una lección ética sobre lo que puede o no aceptarse. Y resulta no ser precisamente competente tampoco en este ámbito, ya que asegura que "no aceptaríamos, a cambio de un préstamo, otorgar al director de la sucursal bancaria la capacidad de decidir si llevamos a nuestros hijos a un colegio más barato o vendemos las joyas familiares". ¿En nombre de quién habla con esa primera persona del plural? Tal vez haya individuos que sí entiendan las recomendaciones o condiciones de un banquero semejante, que simplemente le está diciendo que reduzca gastos o liquide patrimonio si quiere tener crédito y recibir un préstamo.

Hay un pequeño detalle que brilla por su ausencia en la confusa exposición de esta señora: los mercados, precisamente por su carácter difuso, no imponen medidas políticas para seguir prestando, simplemente adaptan los tipos de interés a las circunstancias de riesgo de cada prestatario. Quienes están imponiendo conductas de austeridad a algunos países para seguir ayudándoles resultan ser, sorpresa... ¡los gobiernos de otros países!

La extrema incompetencia de Lozano en la comprensión y la aplicación de sus citas de Hayek y Smith se dejan como ejercicio para los lectores interesados.

En Libre Mercado

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