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Juan Velarde

La economía y la doctrina social de la Iglesia

En Salamanca se inició, pues, la defensa de la economía libre de mercado, esencial al capitalismo. Por eso cuando le concedieron el Premio Nobel a Hayek citó nominativamente en Estocolmo estos antecedentes españoles.

En Salamanca se inició, pues, la defensa de la economía libre de mercado, esencial al capitalismo. Por eso cuando le concedieron el Premio Nobel a Hayek citó nominativamente en Estocolmo estos antecedentes españoles.

Recientemente, un absurdo –desde el punto de lo que señala cualquier economista– artículo publicado el 9 de julio de 2011, puede haber causado algún desconcierto, sobre todo en el mundo empresarial español, en relación con la postura de la Iglesia. De ahí que convenga puntualizar todo esto.

En primer lugar el cristianismo surge en medio de esa realidad económica derivada de la Revolución del Neolítico. No existe conexión de tráfico entre los diversos mercados mundiales, ni de lejos las formas de la financiación capitalista, ni aun menos, el ímpetu productivo colosal que causó la Revolución Industrial, fruto, a su vez, de esa conexión mundial de los mercados mundiales que, por cierto, causamos los portugueses y los españoles, y de multitud de novedades financieras que van desde las letras de cambio basadas en las ferias de Medina del Campo, a las Bolsas de Comercio –en el siglo XVI comenzó a funcionar la de Brujas–, aparte de surgir la partida doble de la mano de un fraile franciscano. Se planteó por eso, en la visita famosa de los comerciantes españoles de Amberes a Francisco de Vitoria en La Sorbona, el saber si regía aun el mensaje de San Antonino que indicaba que pecaba quien, en la vida económica afanase más bienes que los necesarios para vivir con decoro él y su familia y subvenir a las necesidades públicas. La respuesta de Francisco de Vitoria al remitirlos a las enseñanzas de sus discípulos, los teólogos moralistas de la Escuela de Salamanca, supuso afianzar la economía capitalista, al admitir que el precio lo debería fijar el mercado, o que los intereses era lógico que se cobrasen, porque un bien presente vale más que uno futuro, o aceptar la teoría cuantitativa del dinero. En Salamanca se inició, pues, la defensa de la economía libre de mercado, esencial al capitalismo. Por eso cuando le concedieron el Premio Nobel a Hayek citó nominativamente en Estocolmo estos antecedentes españoles. No viene mal antes de escribir sobre estas cosas consultar, por ejemplo el libro de Juan Belda Plans, "La Escuela de Salamanca y la renovación de la teología en el siglo XVI" (Biblioteca de Autores Cristianos, 2000).

Poco a poco el liberalismo económico se consolidó junto al liberalismo político, que advino al poder en lucha contra todas las instituciones del Antiguo Régimen –recordemos las persecuciones a la Iglesia en Francia, o la quema de los conventos en España, o la acción de los Saboya en el "Risorgimento" de Italia– que movieron al Papado, concretamente a León XIII, por influencia de Ketteler, a buscar otro planteamiento que ese liberal, dolidos muchos miembros de la Iglesia porque todo esto creaba un descreimiento creciente en el mundo obrero. Así llegó León XIII a plantear sus propuestas, enfrentándose con la escuela de los economistas clásicos y relacionándose intelectualmente con la escuela histórica y con lo que fue su derivada, la Verein für Sozialpolitik. Ahí está la raíz de la "Rerum Novarum" y también del dolor del economista liberal católico Anatolio Leroy-Beaulieu. La batalla del método no concluyo con la liquidación intelectual del historicismo hasta que Popper publicase en "Economica", en 1944, "La pobreza del historicismo". Pero antes se había originado una crítica universal al capitalismo, como consecuencia de la Gran Depresión. En Rumanía, un economista de cierta importancia, Manoilescu, levantó la bandera del corporativismo ligada al nacionalismo económico. Ahí, en ese ambiente, se encuentra el cambio de rumbo de la Doctrina Social de la Iglesia al publicar Pío XI la encíclica "Quadragesimo Anno", como nos mostró con claridad Ángel Herrera en una edición por Editorial Labor de documentos de este tipo.

La II Guerra Mundial y la liquidación de la Gran Depresión provocaron un auge del que podríamos denominar keynesianismo vulgar, con influencia en propuestas socialdemócratas y, sobre todo, con la difusión del Estado del Bienestar. Se alteró el planteamiento de Pío XI ya en los Mensajes de Pío XII, y los Papas siguientes, incluido el Concilio Vaticano II tienen, desde el punto de vista de su apoyatura en la ciencia económica, mil vinculaciones con Keynes. Un magnífico economista japonés, Keiichiro Kobayasi, en su reciente trabajo "Why this new crisis heeds a new paradigm of economic thought" (Dueti Report nº 108, 31 julio 2009), señalaba que "la sabiduría convencional... en todas partes y hasta los años noventa era que el gasto público masivo y una extraordinaria facilidad monetaria darían la necesaria ayuda al mercado y promoverían una reconstrucción económica".

Pero los economistas, desde los años sesenta ya comenzaban a rectificar. Por un lado, la Escuela de Friburgo, nacida ene esta Universidad de la Iglesia, critica al nacionalsocialismo y con ello al historicismo y la necesidad de aceptar la economía del mercado. Por otro el fracaso de medidas keynesianas vulgares llevaron a Juan Pablo II, en la preparación de la encíclica "Centesimus Annus", a reunirse –asamblea que mucho elogió Robert Lucas– con economistas tan insignes como Lucas o Arrow, Malinvaud o Jeffrey Sachs, Peter Hammond o Atkinson. Su mensaje, en lo concreto, ya tiene poco que ver con los anteriores. Por ahora, ahí se cierra el ciclo de la evolución de la Doctrina Social de la Iglesia.

Volvamos al artículo que se cita al principio. Para siempre Pigou nos enseñó que la alternativa a no ligar salarios y la productividad y sí vincular el IPC soportado con su incremento, era desempleo, pérdida de competitividad o inflación, y siempre pobreza. Y entrecomillar una tesis vieja de un Papa en un texto no expuesto «ex catedra», carece de sentido. Tomo de las "Constituciones Sinodales del Obispado de Oviedo" del Obispo Agustín González Pisador (Salamanca, 1786), págs. 203.294, esta "Proposición condenada" por Inocencio XI: "Como el dinero de contado sea más precioso que el que se ha de contar, y ninguno haya que no estime más el dinero presente que el futuro, puede el acreedor pedir a aquel a quien prestó, alguna cosa de mas del principal". Esta proposición condenada era, en cambio, la defendida por la Escuela de Salamanca y, concretamente, por esa cumbre que es "doctor Navarrus", o sea Martín de Azpilcueta. La engarzó con la ciencia económica universal Böhm-Bawerk. Y esto sin embargo no obsta para indicar que Inocencio XI fue un gran Papa del siglo XVII, admirable por su condena del jansenismo y del regalismo, así como por sus advertencias a Jacobo II sobre la posible vuelta de Inglaterra al catolicismo. Pero entonces comenzaba a asentarse el capitalismo, y pronto se vería que quien tenía razón era la Escuela de Salamanca, y que por ahí marchaba ese aspecto de la Ciencia en su búsqueda de la verdad que es la Ciencia económica. No hagamos en esto lo que se tuvo que hacer en astronomía y física con Galileo, y bien recientemente con el evolucionismo de Darwin. Aparte de que León XIII específicamente no condenó ligar los salarios a la productividad.

No entender que la ciencia aproxima a la Verdad, y como Dios es la Verdad, mantener doctrinas opuestas a ella que tuvieron una raíz y una explicación vinculadas a algo temporal, y hacerlo en otro tiempo, no tiene nada que ver con la doctrina de la Iglesia. Y jugar con eso, sin saber ni economía ni teología es, cuando menos, preocupante.

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