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José T. Raga

El coste de la debilidad

En contra de los discursos al uso, cuando se rescata la economía de un país para evitar su quiebra, lejos de fortalecer el euro, se le debilita, desplazando sobre él las consecuencias de la mala administración de la cosa pública.

Un principio económico resulta inapelable: de la existencia de un coste se deriva la necesidad de soportarlo; quién lo soporta y en qué concepto son cosas diferentes. Y, en esa determinación de quién y por qué, se contravienen principios, se protege a quienes no lo merecen y pagan las consecuencias quienes nada tuvieron que ver en el asunto.

El espectáculo de nuestra Europa tratando el problema griego, o el portugués, o en su momento puede que el español, el italiano... merece un comentario: ante todo, por la desconsideración a los principios y, después, por convertir la debilidad de la Unión en protagonista del coste. Pretender salvar del naufragio a quien provocó una vía en el casco de la nave es un acto irresponsable de necedad política. Quien no fue capaz o no quiso administrar correctamente los recursos públicos, debe asumir el coste de su gestión, tanto en lo político como en lo económico y, en su caso, en lo penal. Encubrir su mala gestión –y me quedo en ese suave calificativo– mediante ayudas de toda la Unión Monetaria Europea es una forma de complicidad que favorece a los demagógicos, manirrotos y corruptos, y penaliza a los sabios y prudentes administradores.

Los esfuerzos de la Unión para evitar que un Gobierno tenga que enfrentarse ante su pueblo por la gestión, incluso que se vea obligado a salir del concierto monetario europeo para, desde una moneda propia, ajustar sus cuentas mediante inflación y devaluaciones, con el consiguiente empobrecimiento de sus habitantes, es tanto como afirmar que la administración torpe y demagógica no tiene coste, pues éste se asume por la propia Unión. ¿Qué incentivo queda para quien actuó con orden, diligencia, prudencia y honestidad? Todo lo que le queda es sufragar los desmanes de quien lo hizo en contra de estos principios.

Aumentar los recursos del Banco Central Europeo con un nutrido Fondo de Rescate es establecer un fármaco para impedir una enfermedad grave; cuando la realidad es que la enfermedad y el enfermo existen. Además, el principio de la creación del BCE no fue el de acudir cual bombero a sofocar el incendio, sino la de vigilar la masa monetaria en la Unión, para que se disponga del dinero necesario, y sólo necesario, a fin de que las transacciones se desenvuelvan con agilidad, manteniendo la estabilidad de precios.

En contra de los discursos al uso, cuando se rescata la economía de un país para evitar su quiebra, lejos de fortalecer el euro, se le debilita, desplazando sobre él las consecuencias de la mala administración de la cosa pública por el Gobierno del país quebrado. No soy capaz de entender, por qué es un problema para Europa que un país abandone la moneda única, forzado por su falta de disciplina financiera. La fortaleza del euro no se consigue encubriendo la quiebra de algunos y, mucho menos, asumiendo su coste por debilidad del gobierno de la Unión.

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