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Obama y Zapatero, dos derrochadores con las manos atadas

Tras el pacto entre demócratas y republicanos, el futuro del estadounidense depende de que sea capaz de reinventarse y pase de despilfarrador a austero.

Tras el pacto entre demócratas y republicanos, el futuro del estadounidense depende de que sea capaz de reinventarse y pase de despilfarrador a austero.

No hay dos políticos occidentales que hayan abrazado con tanto ahínco el ideario keynesiano como José Luis Rodríguez Zapatero y Barack Obama. Desde que comenzaron los primeros síntomas de la crisis, los presidentes de España y EEUU defendieron ante todo aquel que quisiera escucharles que los programas de gasto público sacarían a sus países de la recesión.

Sin embargo, tres años después de sus respectivas elecciones (el español para un segundo mandato), ni uno ni otro acaban de salir del pozo de la recesión. Lo preocupante no son sólo los anémicos datos de crecimiento, sino que los analistas prevén que esta tendencia puede continuar en los próximos años. Muchos hablan ya de una década perdida.

Pero algo ha cambiado en los últimos tiempos, y aunque sea obligados por las circunstancias, ambos presidentes han tenido que aceptar que el despilfarro continuo del dinero de sus contribuyentes no sacará a su país de la crisis. Uno ya ha anunciado que no se presentará a las elecciones y es un auténtico cadáver político. El otro tendrá su reválida en las urnas en noviembre de 2012 y se encuentra ahora mismo en sus horas más bajas en las encuestas.

El tijeretazo de Obama

La aprobación del plan para elevar el techo de deuda de EEUU tendrá el mismo efecto para Barack Obama que el tijeretazo para José Luis Rodríguez Zapatero. En mayo de 2010, los líderes de la Eurozona obligaron al presidente español a presentar un conjunto de recortes que alejara a España del abismo del impago. A regañadientes, el mismo socialista que aseguró que a salida de la crisis "sería social o no sería" recortó salarios a los funcionarios y congeló las pensiones. Desde entonces, su caída en las encuestas ha sido continua. Sus votantes están desorientados: el presidente que aprobó el Plan E les habla ahora de austeridad.

Obama ha disparado la deuda pública de EEUU desde que llegó al poder. Aunque George W. Bush fue un presidente que gastó a manos llenas, en la comparación con el demócrata aparece casi como un ejemplo de contención. Cuando el actual presidente llegó a la Casa Blanca la deuda estaba por debajo de los 8,5 billones de dólares; ahora, supera los 14 billones. Lo que nadie podía esperar, que se llegase al techo de deuda, lo ha hecho realidad Barack Obama en menos de tres años.

Pero ahora le ha llegado a él la hora de la austeridad. Pese a la imagen distorsionada que se tiene en Europa, EEUU es seguramente la sociedad más informada políticamente del mundo. Sus ciudadanos saben perfectamente que los aumentos de gasto de los poderes públicos los tendrán que pagar ellos a través de sus impuestos. Por eso, los déficits públicos tienen muy mala prensa en aquel lado del Atlántico. Esto se pudo percibir con claridad en las últimas elecciones de medio mandato, cuando los republicanos (incluidos algunos muy cercanos al Tea Party) arrasaron a sus rivales y reconquistaron la Cámara de Representantes. El elemento común en sus propuestas era la promesa de obligar a Obama a reducir el gasto público y el déficit sin subir impuestos. La batalla de las últimas semanas ha girado en torno a esta obsesión. Y parece que van a ganarla.

El plan: recortes de gasto a cambio de más deuda

Hasta ahora, las ampliaciones del techo de deuda habían sido casi rutinarias. Sin embargo, el límite al que ha llevado Obama a la economía estadounidense y la presión de sus votantes han hecho que congresistas y senadores se lo pensaran mejor. Tras muchas semanas de negociaciones, lo pactado (que aparentemente se aprobará) se resume en dos líneas:

  • Reducción del déficit en 2,5 billones durante diez años
  • Ampliación del techo de deuda en 2,1 billones

Los republicanos no están dispuestos a darle ni un dólar más a Obama si a cambio no se compromete a profundas reducciones del gasto, incluso en partidas tan sensibles a la opinión pública como defensa. El mito keynesiano -gastar más, aunque sea en cosas inútiles, relanza la economía y pone en marcha un círculo virtuoso que permite un incremento de los ingresos- se ha venido abajo ante la realidad de una deuda que amenaza con ahogar las finanzas públicas. Japón lleva veinte años intentando este tipo de políticas y no ha conseguido salir de la recesión. Españoles y estadounidenses no tendrán que esperar tanto.

El coste electoral

La gran pregunta que se han ahora los medios americanos es el coste que este acuerdo tendrá en las expectativas de su presidente. José Luis Rodríguez Zapatero ya sabe que es muy difícil cambiar el discurso facilón de gasto, subvenciones, ayudas y planes de estímulo por el de austeridad y contención del gasto. Desde mayo de 2010 hasta ahora, tanto sus expectativas electorales como las del PSOE se han desplomado y ahora casi se da por hecho que será el PP el que gane las próximas elecciones.

A Barack Obama, toda esta negociación le ha dejado muy tocado. En las encuestas de las últimas semanas el presidente se ha desplomado a sus más bajos niveles de aceptación. El público norteamericano es mucho menos tolerante que el europeo con los dispendios de sus políticos y el tema de la deuda pública tiene allí mucha más presencia en el debate ciudadano. La imagen de este verano es la de un Obama muy envejecido, que no ha sido capaz de colar ninguna de sus propuestas en el documento final. Ni la subida de impuestos que pedía ni la subida del techo de deuda sin contrapartidas hasta el año que viene han sido aprobadas. El presidente sale muy dañado.

En el lado positivo, puede pensar que Bill Clinton sufrió una paliza similar en las elecciones de 1994 y tuvo que retirar algunas de sus más queridas políticas. Luego, se recuperó logró vencer en las elecciones de 1996. Aunque también es cierto que el marido de la actual secretaria de Estado era mucho más flexible económicamente y no le importó llevar a cabo una política ortodoxa y más cercana a las tesis republicanas con tal de mantenerse en la Casa Blanca (por cierto, generando un círculo virtuoso que permitió a la economía de EEUU crecer a buen ritmo durante casi una década).

Las consecuencias

El acuerdo entre demócratas y republicanos tendrá consecuencias muy diversas en los próximos años. A corto plazo, lo principal es que EEUU no entrará en suspensión de pagos. Se temía que el Gobierno norteamericano no tuviera dinero para pagar sus compromisos de deuda o los salarios de sus funcionarios. Las agencias de calificación incluso amenazaron con recortar la máxima nota en la deuda del país, algo que no sucede desde la Segunda Guerra Mundial. Los efectos de una noticia así en la primera economía del planeta eran difíciles de imaginar. Desde este punto de vista, Obama ha recibido un balón de oxígeno.

En el medio plazo, de aquí a las elecciones de noviembre de 2012, no lo tendrá tan fácil el actual presidente. Los recortes de gasto a los que se ha comprometido comenzarán a notarse antes de la cita con las urnas. Además, la aprobación del plan es un reconocimiento implícito de que las líneas maestras de la política de Obama en los últimos tres años están equivocadas. Incluso los demócratas han tenido que aceptar el fracaso del aumento del gasto público promovido desde 2008.

A largo plazo podrían verse las consecuencias más positivas del plan. Desde comienzos de siglo, EEUU se ha visto inmerso en un proceso de incremento del gasto y la deuda pública (ver gráfico arriba). Ahora, el Gobierno, cualquiera que sea, estará obligado a cumplir con los recortes pactados. Son 3 billones de dólares. Si se cumplen, el gasto doméstico descenderá a niveles de la Presidencia de Dwight Eisenhower (1953-1960). Precisamente, las dos mejores décadas de la economía norteamericana de postguerra son las de 1950 y 1990, coincidiendo con recortes de gasto, déficit y deuda pública. No es demasiado y el país de George Washington seguirá con un gasto público muy por encima de lo habitual en sus mejores épocas, aunque sí marca un cambio de tendencia respecto a lo vivido en la última década.

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