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Ignacio Moncada

Nos morimos por encima de nuestras posibilidades

Oscar Wilde vivió entregado al dispendio como modo de vida. Y cuando llegó la factura de su última botella de champán, postrado en París por la enfermedad y la insolvencia, acertó a decir: “Dios mío, me muero por encima de mis posibilidades”.

El otro día escuché una curiosa anécdota. Cuentan que Oscar Wilde, cuando estaba en su lecho de muerte, pidió una botella del mejor champán francés. El polémico escritor irlandés, pese a que llegó a ganar mucho dinero durante su vida, siempre estaba arruinado. Vivió entregado al derroche en lujos y placeres, al dispendio como modo de vida. Y cuando llegó la factura de su última botella de champán, postrado en París por la enfermedad y la insolvencia, acertó a decir: "Dios mío, me muero por encima de mis posibilidades".

Pocas frases pueden resumir mejor el estado actual de las economías occidentales. Y es que, como le sucedió a Oscar Wilde, economías como la española han estado viviendo muchos años por encima de sus posibilidades. El mantenimiento de tipos de interés artificialmente bajos durante los años de la burbuja generaron la falsa señal económica de que los recursos no tenían coste. Los bancos centrales iniciaron una alocada carrera de inyección de dinero que fue a parar, por supuesto, a manos de quienes los controlan: los políticos. Y éstos creyeron que podían gastar cuanto quisieran. Eran tiempos en los que un alcalde creía que podía cambiar todas las infraestructuras de una ciudad en una legislatura, tiempos en los que toda subvención o pago político caía en una balsa presupuestaria que nadie controlaba, pues sobraba el dinero. Sin embargo esa sensación era irreal. Pese a que la manipulación de la moneda alteraba el coste inmediato de los recursos, a medio plazo se puso de manifiesto que éstos no eran gratis. De alguna manera había que pagarlos. Por ese motivo entramos en la crisis. Había miles de empresas e inversiones que no eran sostenibles con los costes reales, y millones de trabajadores tenían sus puestos de trabajo en actividades que quedaron abocadas a la quiebra.

Todas las crisis económicas siguen patrones muy similares. Pueden cambiar los sectores más afectados, pero todas se deben, en esencia, a que la estructura productiva se ha distorsionado respecto a las necesidades reales de los consumidores. Salir de una crisis supone reconocer que los despilfarros de la burbuja no sólo eran insostenibles y hay que corregirlos, sino que además debemos dinero. Y aquí vuelve ese "efecto oscar wilde" del gobernante actual, que consiste en creer que podemos seguir permitiéndonos el nivel de despilfarro de tiempos de la burbuja. Los keynesianos, yendo más allá, incluso afirman que el problema se soluciona... ¡gastando más! De esa manera, muchos estados europeos, entre ellos España, siguen desafiando al precipicio de la bancarrota negándose a recortar drásticamente el gasto público. Mientras países como España ya no podrían afrontar sus pagos si no fuera por las inyecciones del BCE y la garantía de Alemania, sus políticos siguen gastando como si el dinero siguiera siendo gratis. Y es que, como le sucedió Oscar Wilde, nos morimos por encima de nuestras posibilidades.

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