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¿Cómo perder el miedo a la Bolsa?

Las bolsas están muy machacadas, lo cual lleva a más de uno a desconfiar de las acciones para conservar parte de su patrimonio y hacerlo crecer.

Los tiempos que corren son revueltos y difíciles. Últimamente los mercados están dando palos a quienes encuentran a su paso y los ahorradores e inversores, por lógica, acaban siendo víctimas del pánico. Las bolsas están muy machacadas, lo cual lleva a más de uno a desconfiar de las acciones -o de instrumentos que las contengan- como herramientas para conservar parte de su patrimonio y hacerlo crecer.

Otros artículos de esta misma sección ya han abordado cuestiones como la conveniencia de sobreponderar las acciones o reducirlas en nuestra cartera -asset allocation- de acuerdo con la coyuntura económica.

Sin embargo, en momentos de desmoralización generalizada como los que corren es pertinente volver back to basics, como dirían los anglosajones, y reflexionar sobre la verdadera naturaleza de las acciones en tanto que siguen siendo muy deficientemente comprendidas por el gran público. Sin ese grado de comprensión, podemos estar dejando pasar oportunidades históricas de compras en mercados bajistas.

Es muy común escuchar a la gente decir que "va a jugar en bolsa" como si de un juego de azar o un casino se tratase. No sólo plasma un desconocimiento profundo de la función que desempeñan estos mercados, sino que pone de manifiesto el hecho de que no pocas personas contemplan las acciones de forma parecida a sellos raros de colección o cromos que se intercambian pasando de mano en mano. Esta personas parecen creer que las acciones tienen valor por sí mismas y que se puede hacer dinero negociando con ellas –comprándolas a bajo precio y vendiéndolas más caras– sin que durante ese lapso se haya alterado su naturaleza.

Al fin y al cabo, "título es título": la acción no deja de ser la misma. En otras palabras, interpretan que la única forma de obtener un beneficio es vender las acciones a un tercero que piense que, pese a tratarse del mismo bien, ahora son más valiosas que cuando fueron compradas. Si las cosas fueran así, nos encontraríamos siempre necesitados de "primos" que vendiesen por debajo y comprasen por encima del valor medio de una cosa que por sí misma no crece. Demasiado improbable para proporcionar una revalorización media histórica superior al 7,5% real durante más de un siglo como de hecho ha ocurrido.

En realidad, la naturaleza de las acciones en bien distinta a la de un cuadro, un barril de petróleo o una colección de filatelia. Las participaciones accionariales surgieron con el propósito de permitir a los inversores participar en un negocio. La idea era atraer importantes cantidades de financiación para una empresa al tiempo que se repartía el riesgo de pérdida entre muchos. En compensación por arriesgar su dinero y estar expuesto a soportar pérdidas en su caso, el inversor recibe su parte proporcional en la empresa representada en forma de acciones que le confieren el derecho a participar en las ganancias.

Desde que una empresa se inicia hasta que se consolida con éxito, atraviesa diversas fases que deben ser financiadas conforme a su nivel de riesgo por los inversores más adecuados para cada fase: inicialmente, por los propios emprendedores y sus familias junto a los llamados ángeles inversores. Más adelante, por sociedades de capital riesgo e instituciones financieras especializadas y, ya en su fase del crecimiento y madurez, una vez consolidadas y si ese es su deseo, a través del gran público que acude a los mercados oficiales. En otras palabras, para cuando estas compañías pasan a tener títulos negociados en los mercados, los modelos de negocio han sido ya sobradamente contrastados y la selección de empresas cotizadas ofrece en general, un nivel de calidad y garantía significativo.

Apostar sobre la evolución del precio de una acción a corto plazo es la consecuencia natural de la errada forma de pensar que vimos al principio. También es la forma más común de obtener resultados por debajo de la media por culpa de la penalización de las múltiples comisiones que se han de pagar al comprar y vender repetidamente las acciones y no estar invertido el tiempo suficiente en los valores.

Lo contrario puede decirse de la inversión a medio y largo plazo. En cierta medida, invertir a largo plazo en acciones es de naturaleza parecida a la inversión en un inmueble. El valor de un piso sabemos que está en relación con las prestaciones de la vivienda o el dinero por alquiler que es capaz de proporcionar a su propietario. De igual manera, el valor de una acción está relacionado directamente con los beneficios empresariales –repartidos y reinvertidos– que se espera que pueda generar.

Por tanto, estar invertido en una compañía que con habitualidad ingresa más dinero por sus ventas del que gasta para producirlas y que retiene una parte de sus ganancias para adquirir más activos con los que incrementar su capacidad de generar aún mayores beneficios significa poseer algo cuyo valor crece por sí mismo de forma orgánica. La tarta se va haciendo más y más grande. Se satisfacen incesantes necesidades humanas al tiempo que crece la economía.

Adquirir una acción no es sólo atractivo por la potencial revalorización de su precio nominal. Bien es sabido que en algunos casos los propietarios de acciones reciben una parte del beneficio en forma de dividendos. Una empresa, con su beneficio, puede acometer nuevos proyectos de inversión, incrementar sus reservas o repartirlo entre sus accionistas. El porcentaje del beneficio neto que se destina a dividendos se conoce como pay-out.

Que haya o no reparto de dividendos depende de muchos factores. En primer lugar, de que efectivamente la empresa obtenga beneficios o algún ingreso extraordinario para repartir. Pero también está muy influido por la propia política de dividendos de la compañía: hay compañías que nunca han repartido dividendos mientras que otras lo hacen por norma. En todo caso, esta política de dividendos está muy estrechamente vinculada con la edad de la empresa y su modelo de negocio o sector: las empresas en expansión no suelen repartir dividendos porque necesitan reinvertir continuamente sus beneficios, mientras que las empresas más asentadas, de bastante tamaño y con limitadas posibilidades de seguir expandiéndose (por ejemplo, las utilities), son más dadas a destinar beneficios a dividendos.

Hay inversores que buscan denodadamente empresas que reparten dividendos mientras otros huyen de ellas como de la peste. Entre los primeros encontraríamos inversores de perfil más conservador o simplemente que buscan como objetivo principal la conservación de su patrimonio y percibir rentas periódicas y no un fuerte crecimiento.

No obstante, la fase del ciclo económico influye también en las decisiones de los inversores. Cuando el mercado está bajista, muchos buscan empresas con dividendos como forma de asegurar una rentabilidad (una especie de cupón) a su inversión. Contrariamente, en épocas alcistas está peor visto que las compañías repartan dividendos y los inversores suelen huir de ellas, pues lo "gordo" del pastel en ese contexto se lo está llevando una acción que sube incesantemente.

Ese es el atractivo de la inversión en acciones para cualquiera con el interés y la prudencia suficientes para analizar el negocio en el que se le permite participar. No hace falta ser un gran empresario ni inventar buena tecnología. Basta con asociarse con quienes lo hacen adquiriendo coparticipaciones a precios razonables o, mejor aún, de ganga como vemos en la actualidad.

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