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José Berdugo

Indignados en Wall Street

Lo confieso. Estoy de acuerdo con los que quieren ocupar Wall Street. Si aún no ha dejado de leer la columna permítame que me explique, no he perdido la cabeza del todo.

Lo confieso. Estoy de acuerdo con los que quieren ocupar Wall Street. Si aún no ha dejado de leer la columna permítame que me explique, no he perdido la cabeza del todo. Hasta hace unas horas pensaba que los del 15-M, los de Wall Street o los de los disturbios en Londres de este verano no eran más que un montón de vagos y/o delincuentes en contra de un sistema que exige un mínimo nivel de esfuerzo para salir adelante. Digo mínimo porque las cosas no son como antaño cuando había que ser excepcional para que las cosas te fueran muy bien. Pero me he cambiado de bando. Esta panda de bandarras que vive en la utopía del gratis total tiene más razón que un santo.
 
¿Por qué? Pues porque acabo de leer que los gobiernos de Francia, Bélgica y Luxemburgo han llegado a un acuerdo para rescatar a Dexia. Este banco ya fue rescatado hace tres años porque su modelo de negocio no tiene sentido alguno. Se dedica –dedicaba– a prestar dinero al sector público para que continuase con su desesperada carrera de endeudamiento con un dinero que no era suyo –aunque con dueño señora ministra­–.

¿Existe alguna otra solución posible para el problema de Dexia? No, rotundamente. Categóricamente, no. Es una pescadilla que se muerde la cola. Los estados necesitan dinero, luego los bancos se lo prestan. La calidad de la deuda de los estados empeora porque aumenta el déficit, luego los bancos tienen problemas y hay que rescatarlos. Por tanto, si quebrase Dexia le seguirían los demás bancos franceses y a éstos los alemanes y todos los demás de la zona euro, arrastrados por un sector público incapaz de pagar sus deudas y, finalmente, la ola saltaría el charco y los americanos tampoco se librarían. No hay otra solución que proteger el sistema financiero, base del sistema de mercado y bienestar en el que vivimos. Dexia será, pues, rescatado, y lo será a un gran coste para las arcas públicas. Curiosamente, en Bélgica no son capaces de ponerse de acuerdo para tener gobierno durante año y medio, pero tardan un día en gastarse 4.000 millones de euros de los belgas y nacionalizar un banco en quiebra.

Pero, en realidad, sí que cabe otra solución. La que llevaron a cabo con AIG, y esta aseguradora sí que era demasiado grande para caer, y cayó. Se llevó a cabo una quiebra controlada y, aunque nos acordamos de Lehman, ya se nos ha olvidado aquella suspensión de pagos. El mundo sigue adelante. En el caso de la parte francesa de Dexia parece que podrían estar haciendo algo parecido desmontando la entidad y vendiéndola por partes. Lo malo es que el Gobierno belga dice que como han llevado a cabo una buena política fiscal y el programa de recorte del gasto público va viento en popa se pueden permitir el lujo de comprar la filial belga de Dexia. En todo caso, leyendo este argumento me acuerdo de lo que me decía mi padre tiempo ha, cuando le pedía alguna cosa argumentando que estaba barata o rebajada y que eso suponía un ahorro: "Hijo, con lo que nos hemos ahorrado hoy no comprando, un Rolls me voy a comprar...".
 
Hace algo más de tres años, en la primavera de 2008, un banco de inversión americano llamado Bear Stearns fue rescatado in artículo mortis y regalado a JP Morgan, que recibió unas generosas líneas de financiación y liquidez por parte del Tesoro americano. Esto era sólo el principio, y de aquéllos polvos aquí nos vemos. Entonces dije, y lo mantengo, que fue un gravísimo error. Nunca debimos rescatar a ningún banco, y ahora ya es demasiado tarde para remediarlo. Del mismo modo que hace un par de semanas decía que los problemas de un país se tienen que repercutir en sus ciudadanos –por elegir incorrectamente a sus dirigentes– y en sus acreedores, cuando una entidad tiene que caer, tiene que caer. Creo que con Bear Stearns se rompieron las reglas del juego y se dio comienzo a la espiral "demasiado grande para caer". Si entonces hubiera caído Bear Stearns lo habríamos pasado mal, algún banco o empresa más se habría ido al garete y, en general, nos habría entrado miedo al ver las barbas de nuestro vecino cortar. Nos habríamos puesto las pilas y habríamos dejado de pensar que papá estado nos iba a salvar siempre de nuestros problemas.

Lo que les gusta a los inversores –no deje de pensar en ellos como abuelitos que han ahorrado un puñado de euros a lo largo de toda su vida– son pocas reglas y que sean claras, estables y estrictas. El problema está en que cambiamos las reglas con demasiada facilidad y a nuestros abuelitos ahorradores (inversores) les entra el pánico y prefieren tener su dinero a buen recaudo. Al final, de un modo u otro, papá estado siempre ha estado detrás de los que lo hacían mal cambiando las reglas a placer. La pregunta es quién salva ahora a papá estado de sus problemas. No lo dude, usted.

Entonces, ¿qué pasa con los que quieren ocupar Wall Street? Pues que tienen razón al decir que si los banqueros son rescatados, si los gestores recompensados por quebrar una caja –por muy legal que sea esa indemnización–, si los políticos malgastan como si sobrara, no hay razón para que ellos no pidan que no se recorte un Estado de Bienestar como el que tenemos aunque sea nuestra ruina y la de nuestros hijos. De hecho, creo que se quedan cortos en pedir. Yo, personalmente, pido un sueldo más alto, una casa más grande, un buen clima soleado todos los fines de semana y, sobre todo, políticos con preparación y visión de Estado. Porque está claro que soñar, al fin y al cabo, sí que es gratis.

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