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José García Domínguez

Rajoy y La Austera

El crecimiento de España se ha frenado en seco, la preceptiva parada y fonda que siempre antecede a una recesión. Irlanda e Italia, por su parte, han reaccionado de idéntico modo a la sobredosis de aceite de ricino que reclamaban los alquimistas.

Es sabido, los dioses castigan a los hombres concediéndoles cuanto les piden. Repárese, por ejemplo, en la célebre austeridad, ese milagroso ungüento amarillo que no se cansan de prescribir los calvinistas de todos los partidos. La Unión Europea recomienda austeridad, Merkel bendice la austeridad, el Gobierno promete austeridad, la oposición reclama austeridad, los expertos aconsejan austeridad, los mercados exigen austeridad y la opinión publicada, unánime, recaba austeridad. Bien, pues he ahí los resultados de la austeridad. El PIB de Grecia se ha contraído más de un diez por ciento desde que Papandreu iniciara el ansiado programa de austeridad, y en estos momentos ya se despeña en caída libre.

El crecimiento de España, real si bien raquítico, se ha frenado en seco, la preceptiva parada y fonda que siempre antecede a una recesión. Irlanda e Italia, por su parte, han reaccionado de idéntico modo a la sobredosis de aceite de ricino que reclamaban los alquimistas: con un estancamiento súbito. E Inglaterra, en fin, comienza a deslizarse por la misma pendiente que el resto. Y ello por un imposible metafísico que hasta el presidente del Gobierno podría llegar a comprender en menos de dos tardes. A saber, en economía, como en el fútbol, hay estrategias que solo funcionan a condición de que no las apliquen los demás. Si en un partido los dos equipos buscan el fuera de juego, es muy posible que nadie se mueva del centro del campo durante los noventa minutos.

De forma similar, si todo el mundo fía la salida de su crisis a las exportaciones, ni saldrá nadie de la crisis, ni habrá más exportaciones. La explicación es intuitiva: las exportaciones de los unos resultan ser las importaciones de los otros, y viceversa. Así de simple. Ergo, detrás de la preceptiva charlatanería cabalística de los expertos, el asunto se reduce a un prosaico juego de suma cero. Por lo demás, atada como está de pies y manos a los comerciantes de deuda, España, simplemente, no puede elegir. Razón de que no exista nada parecido a un programa oculto de Rajoy, sino el imperativo categórico de la supervivencia nacional. Un propósito que, más que de nosotros, dependerá de cierta provinciana de vuelo gallináceo que sienta sus reales en Berlín. La Austera.

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