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José Berdugo

Mariano y la tentación

La tentación de Rajoy será ir a por los mercados financieros, a por los bancos. Culpar a los bancos de la crisis es pueril, injusto y, sobre todo, poco inteligente. Todo eso es, además de fácil, políticamente correcto y popular.

Rajoy ha ganado por una aplastante mayoría absoluta y ahora tiene por delante el reto de hacer lo que dijo que haría y, a ser posible, que funcione. El poder, sin embargo, es traicionero. La tentación de caer en los tópicos buenistas es algo que muy pocos gobernantes han logrado resistir. Normalmente, al llegar al poder el político medio busca acabar con el hambre. Hoy la crisis ha cambiado la prioridad. Ahora queremos acabar con el paro y la crisis. Es un noble objetivo, sin duda. La tentación de Rajoy será ir a por los mercados financieros, a por los bancos.

Culpar a los bancos de la crisis es pueril, injusto y, sobre todo, poco inteligente. Todo eso es, además de fácil, políticamente correcto y popular. Es cierto que las entidades financieras cometieron errores. Como alguna vez he mencionado, olvidarse de sus sanas políticas de riesgo de toda la vida –eso de si alguien no tiene ingresos no le doy ni la hora, que se la queda– ha llevado a las entidades financieras a crecer a ritmos del 15% durante algunos años (muy por encima del crecimiento del PIB nominal que llegó a situarse en el entorno del 8%). Por otra parte, en España la política monetaria real fue mucho más expansiva que en el resto de Europa, con unos tipos legales bajos, una prima de riesgo anormalmente baja, un sector público metiendo pasta en el sistema como si no hubiera un mañana, y unas familias avocadas a la deuda en un país con tipos reales negativos (tipos de interés más bajos que la inflación). Todo esto se podría haber enfriado desde el sector público ya fuera con un mejor sistema de bancos centrales –no hay que olvidar que al presidente del Banco Central Europeo lo nombran políticos– o con una política fiscal restrictiva que no añadiera más gasolina a la hoguera. En tercer lugar, a estas dos circunstancias se unió una crisis de valores sin precedentes. Se anuló el valor del esfuerzo y la responsabilidad creando la imagen ficticia de que vivíamos en una fiesta que nunca acabaría.

La duda, ahora, es quién paga el pato. ¿Los bancos por imprudentes, el estado por negligente o cada uno de su bolsillo por dejarse llevar por la locura colectiva? Yo sostengo que todos, sin excepción. El ciudadano medio ya lo paga con más paro y lo debe pagar con más esfuerzo, pagando sus deudas hasta el final y menos comodidades públicas (se acabó el gratis total). Los bancos y el estado lo tendrán que pagar haciéndose responsables de la vorágine inmobiliaria. Creo que la mejor manera de hacer pagar esta factura es, primero, el famoso banco malo y, después, un nuevo Banco de España. En este caso una entidad pública compraría a todos los bancos los activos con problemas que tuviesen con un fuerte descuento, de manera que los bancos se anotasen las pérdidas y tuviesen que ampliar capital. Dado que muchos de esos bancos no encontrarían quién les metiera más capital la solución sería que fuese el estado quién pusiese también el dinero. La historia aquí es que el estado se quedaría con parte importante de los bancos y después los vendería, probablemente con beneficios, con lo que los actuales accionistas y gestores pagarían su parte de la factura y, además, se arreglaría el sector, que volvería a prestar dinero a empresarios y familias (eso sí, con los criterios de riesgo de toda la vida). En cuanto al Banco de España, hay que ceder completamente la soberanía supervisora a un organismo europeo, que fuera verdaderamente independiente y juzgara a todos los bancos de la eurozona por igual (sin los peligrosos favoritismos de la interpretación de la norma).

¿Llevará Rajoy a cabo esas reformas que son impopulares, inicialmente costosas y que implican perder poder? Aún está por ver si será capaz de resistir a los cantos de sirena y escuchará a quienes creen que sólo deben pagarlo bancos y ricos olvidándose del estado y una sociedad sin valores.

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