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José Carlos Rodríguez

La noble Albión

La gente lo que quiere es que le den duros a peseta. Los políticos lo prometen, para ganar, y en la medida en que lo cumplen, dejan la deuda de las otras cuatro pesetas para el futuro. El déficit es un efecto secundario de la democracia.

Ya hemos salvado al euro. Otra vez. Porque Merkel y Sarkozy habían hecho el mismo anuncio tras presentarse como muñidores de anteriores apaños. El acuerdo, en el que están 26 Estados pero no Gran Bretaña, es el resultado previsible, casi inevitable, de la conjunción de varias lógicas: la de la democracia, la del euro y la de la UE.

La lógica de la democracia es que se impongan las preferencias de la gente. Y la gente lo que quiere es que le den duros a peseta. Los políticos lo prometen, para ganar, y en la medida en que lo cumplen, dejan la deuda de las otras cuatro pesetas para el futuro. El déficit es un efecto secundario de la democracia. El euro no es como las antiguas monedas, basadas en el oro o la plata. El euro flota sobre un proceloso mar de activos y pasivos de los que la deuda pública es una parte importante. La lógica democrática, que es la del déficit, es contraria a la del euro, que exige una política fiscal ortodoxa a largo plazo. Y luego está la de la UE, que pasa por centralizar el poder en Bruselas en detrimento de los gobiernos y de los parlamentos nacionales.

De todo ese mejunje la democracia no podía salir bien parada. No es que me parezca del todo mal. Pero tampoco del todo bien. Se impone una regla constitucional para asegurar presupuestos equilibrados a largo plazo. Bien. Y se introduce de rondón la armonización fiscal: Francia y Alemania no quieren que Irlanda y otros países, más pobres, compitan con impuestos más bajos. Mal. Es más, todo presupuesto aprobado por los Parlamentos nacionales tendrán que pasar por el tribunal europeo. Es el sacrificio de la democracia nacional a la burocracia bruselina. Con Merkel y el histrión de Sarkozy como árbitros.

Y Gran Bretaña ha dicho que no. David Cameron advierte que su país jamás tragará el caramelo envenenado del euro. Envenenado con la mano muerta de impuestos y regulaciones que se imponen desde la Unión Europea. Bien por Cameron. Bien por la noble Albión, que todavía se toma en serio su libertad y su independencia. Afortunadamente, Europa pesa cada vez menos en el mundo. El centro económico se desplaza al Pacífico, en las antípodas de este continente cansado, temeroso y descreído. El continente está aislado, sí, pero por su propia cortedad de miras. Los nuevos "valores europeos" los encarna un desconocido burócrata en un despacho de Bruselas. ¿Qué gana Gran Bretaña en nuestra compañía? Mejor que se desentienda de Europa. Europa, a la que sólo le queda por delante un esplendoroso pasado.

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