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Francisco Cabrillo

David Hume el ateo

Nunca sabremos lo que realmente pensaba. Pero no cabe duda de que ha pasado a la historia de las ideas como filósofo, economista y ateo. Muy buena persona, sin duda... pero ateo.

A lo largo de la historia, el mundo de la ciencia y la cultura ha mantenido, en muchas ocasiones, relaciones difíciles con teólogos y jerarcas de las más diversas confesiones religiosas. En la Europa del sur se piensa, a veces, que las iglesias protestantes han sido ejemplares en su tolerancia. Pero me temo que ni siquiera en la libre Gran Bretaña tal cosa ha sido siempre cierta. Newton, por ejemplo, tuvo que ocultar toda su vida sus dudas sobre la Santísima Trinidad, ya que, de haberse hecho públicas, habría sido expulsado de la Universidad de Cambridge. Y a David Hume sus ideas sobre la religión le costaron su carrera profesional en la universidad... y pudieron haberle salido más caras todavía.

Nadie tiene dudas con respecto al importante papel que la Ilustración escocesa desempeñó, en la segunda mitad del siglo XVIII, en el nacimiento de la economía política moderna. Adam Smith fue, ciertamente, su principal representante. Pero Hume hizo también aportaciones decisivas a la nueva ciencia. Por mencionar sólo el ejemplo más relevante, hay que recordar que todavía hoy hacemos uso de sus ideas sobre el dinero y el mecanismo de ajuste de la balanza de pagos. Este análisis le permitió echar por tierra el mito mercantilista de la balanza de comercio –es decir, la teoría que establece que un país se enriquece cuando exporta y se empobrece cuando importa– y desprestigiar la vieja idea de que el objetivo de la política económica exterior de cualquier país debería ser conseguir una balanza comercial favorable en todo momento. Hume demostró que una balanza comercial favorable no se puede mantener de forma permanente, ya que la entrada de oro en un país, generada por un saldo positivo, tendría como efecto un crecimiento de la cantidad de dinero. Éste elevaría el nivel de precios interno y reduciría la competitividad exterior del país, lo que impediría mantener el superávit. Es decir, de acuerdo con nuestro economista, existe un mecanismo automático que hace imposible que, para bien o para mal, la política mercantilista funcione.

La economía, sin embargo, constituyó sólo una parte de su extensa obra. Hume fue, ante todo, un gran filósofo empirista; pero también uno de los historiadores más importantes que ha producido Gran Bretaña. Nacido en Edimburgo en 1711, estudió derecho y filosofía en la universidad de esta ciudad. Intelectual brillante desde su juventud, a los 26 años había publicado ya su Tratado sobre la naturaleza humana, libro que, aunque no consiguió al principio el reconocimiento que merecía, está hoy considerado una de las obras fundamentales de la filosofía moderna. Pese a ello, nunca consiguió una cátedra universitaria.

Y lo intentó al menos en dos ocasiones. La primera en Edimburgo, el año 1744. Pero no lo logró, principalmente porque los clérigos de Edimburgo lo acusaron de ateísmo y pidieron al ayuntamiento de la ciudad que rechazara su nombramiento. No fue éste su único problema en Escocia. Años más tarde trató de conseguir la cátedra de filosofía de la Universidad de Glasgow. Y de nuevo fue rechazado por su actitud ante la religión. Además, fue acusado de herejía en los tribunales. Pudo evitar la condena y fue absuelto; utilizando, entre otros, el argumento de que difícilmente podía ser tachado de hereje alguien a quien la propia iglesia consideraba ateo. Pero no cabe duda de que este desagradable asuntó le cerró cualquier posibilidad de seguir una carrera académica y orientó su vida por otros caminos. Hume ocupó un puesto de responsabilidad en la embajada británica en París y se convirtió en una figura intelectual muy respetada en los dos lados del Canal de la Mancha. Tampoco con la Iglesia Católica tuvo buenas relaciones. Sus obras fueron incluidas en el Índice de Libros Prohibidos por primera vez en 1761; y siguieron en él durante mucho tiempo. Lo que no impidió, por cierto, que las figuras más relevantes de la corte de Luis XV, con Madame Pompadour a la cabeza, las leyeran.

La pregunta que muchos estudiosos de su obra se han hecho a lo largo de más de dos siglos es si nuestro personaje fue realmente o no un ateo. Y la respuesta a esta cuestión no es fácil. Algunos consideran que realmente lo fue, aunque en sus obras no atacó nunca la religión con la virulencia de otros personajes del Siglo de la Luces, como el barón Holbach. Otros, en cambio, piensan que fue, más bien, un hombre escéptico, que tenía serias dudas sobre la existencia de dios. Nunca sabremos lo que realmente pensaba. Pero no cabe duda de que ha pasado a la historia de las ideas como filósofo, economista y ateo. Muy buena persona, sin duda... pero ateo.

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