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EDITORIAL

Rajoy y sus acertijos

Es perfectamente comprensible que el Gobierno necesite tiempo para tomar medidas que no se pueden improvisar en dos tardes. Pero las líneas generales ya deberíamos saberlas.

Durante los últimos años, una de las constantes en la labor de oposición de Mariano Rajoy fue la de definirse como un político en el que se podía confiar, alguien que se guiaba por el sentido común y que resultaba completamente previsible. Esa imagen ha quedado algo manchada tras la decisión, en su segundo consejo de ministros, de subir algunos impuestos directos tras las repetidas promesas en contrario, hechas en fecha tan cercana como su propia investidura.

Sí, es cierto que cuando Rajoy hizo esas promesas incluyó una cláusula que le eximía de la obligación de cumplirlas si Zapatero mentía una vez más con el objetivo de déficit. Pero la opinión pública no suele fijarse tanto en los detalles. Cuando el expresidente socialista llegó al poder en 2004, lo primero que hizo fue retirar las tropas de Irak. Incumplía así el detalle de sus promesas electorales, que dictaban esperar unos meses a que la ONU diera su beneplácito a la misión de las tropas españolas antes de tomar esa medida. Pero toda España entendió que así cumplía con el mensaje que había repetido hasta la saciedad durante la campaña electoral. Del mismo modo, Rajoy afirmó que no subiría los impuestos y con esa idea se quedaron los ciudadanos, que se han visto sorprendidos por tan repentino cambio de rumbo.

No obstante, el presidente podría recuperar su crédito si volviera al rumbo inicial, y se esforzara por decir qué va a hacer, y cumplirlo luego. De ese modo se cargaría de razones ante la opinión pública, que entendería que su aumento de impuestos fue forzado por las circunstancias. Pero a la vista de la rueda de prensa ofrecida este lunes junto a Sarkozy, no parece que sea ese el camino que ha decidido tomar.

El gallego ha dejado la puerta abierta a subir el IVA con una frase que aclara tan poco sus intenciones como que "en la vida nada es para siempre" y que no ve "probable" una bajada en los próximos meses pero sí más adelante. Tampoco ha dejado claro si el plazo que había dado a sindicatos y patronal para llegar a un acuerdo sobre la reforma laboral ha expirado realmente, después de ampliarse del 6 al 15 de enero, antes de que el Gobierno asuma su responsabilidad y tome las decisiones que considere oportunas. No está España para adivinar qué se esconde detrás de tanto acertijo.

Se puede pensar que la razón de tanta indefinición está en las inminentes elecciones andaluzas, donde el PP tiene la esperanza de dar un vuelco histórico que dejaría al PSOE sin su mayor feudo. Pero si la situación es tan grave como para hacer necesaria una inmediata subida de impuestos, también debería serlo para poner los intereses del país por encima de los del partido. Es perfectamente comprensible que el Gobierno necesite tiempo para tomar medidas que no se pueden improvisar en dos tardes. Pero las líneas generales ya deberíamos saberlas; es la mejor manera tanto de dar tranquilidad y confianza a los ciudadanos y a los mercados como de recuperar la imagen de Rajoy como un político previsible. Y si las ideas no son una ocurrencia nacida en la extrema izquierda, como la tasa Tobin, tanto mejor.

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