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EDITORIAL

Spanair como símbolo del desastre nacionalista

Mucho peor que el cierre de Spanair, por otra parte inevitable, hubiera sido el mantenimiento artificial de su funcionamiento con unos recursos públicos que la Generalidad ya no tiene para financiar servicios esenciales.

El fin de las operaciones aéreas decretado este viernes por la compañía aérea Spanair, previo a su cierre definitivo, es el destino natural de las empresas sostenidas por el nacionalismo con dinero público para perseguir objetivos de carácter político.

La compra de Spanair en 2008 fue una decisión absurda del tripartito nacionalista presidido por Montilla para tener una suerte de compañía "de bandera" catalana y hacer la competencia a Barajas, promoviendo artificialmente el desarrollo de las interconexiones del aeropuerto del Prat a golpe de subvención. La adquisición de la aerolínea, en la que el gobierno regional catalán involucró a un pequeño pull de empresarios próximos al poder nacionalista, se publicitó como un requisito imprescindible para elevar al aeropuerto barcelonés a los niveles de los "hubs" de Londres, París o Frankfurt, los más grandes nudos de conexiones aéreas de Europa con la rentabilidad que ello supone.

La realidad, cuatro años después de iniciada la aventura, es que la compañía propiedad de la Generalidad y el ayuntamiento de Barcelona a través de sus chiringuitos particulares, no sólo no ha contribuido a aumentar el tráfico del aeropuerto del Prat de forma significativa, sino que se ha visto abocada al cierre por unas pérdidas que, a día de hoy, resultaban inasumibles a pesar de las continuas ayudas públicas concedidas por todos los organismos participantes en su gestión. Un régimen de subvenciones, por cierto, cuya desmesura ha sido objeto de diversas denuncias por parte de empresas competidoras, situando a Spanair en el punto de mira de las autoridades europeas responsables de la competencia y haciendo imposible, como era la intención de Mas, que la Generalidad siguiera inyectando fondos públicos para mantener un sueño nacionalista inviable. Afortunadamente, conviene añadir, porque mucho peor que el cierre, por otra parte inevitable, hubiera sido el mantenimiento artificial de su funcionamiento con unos recursos públicos que la Generalidad ya no tiene para financiar servicios esenciales.

En el empeño se han volatilizado 150 millones de euros procedentes del bolsillo de todos los contribuyentes españoles -no sólo catalanes-, y se ha dejado en la calle a los dos mil empleados de la aerolínea. El nacionalismo catalán, de paso, ha imprimido su sello habitual cuando se trata de gestionar asuntos complejos, ofreciendo una imagen tercermundista con el trato dispensado a los clientes de la aerolínea que en el momento de su abrupto cierre tenían contratados y pagados sus billetes.

Si Spanair, como decía Montilla y siempre sostuvo Mas, debía ser el ejemplo de cómo un "país" con empuje es capaz de afrontar los grandes retos de futuro, hoy todo el mundo tiene una idea cabal del estropicio que es capaz de organizar un gobierno autonómico cuando antepone sus delirios nacionalistas a la racionalidad más elemental.

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