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Emilio J. González

La modernización de los agentes sociales

Cuánto cambiarían las cosas si, como dice el empresario Arturo Fernández, dejáramos de subvencionar a los agentes sociales y estos tuvieran que buscarse la vida para obtener ingresos, prestando servicios a los trabajadores y las empresas

España es un país muy poco dado a la autocrítica. Aquí, cada vez que algo no funciona, se buscan culpables por todas partes menos por donde se debe empezar a mirar, esto es, por las propias organizaciones. Y si no se encuentra cabeza de turco a la que cargar con el muerto, entonces, según nuestra más profunda tradición, se le echa la culpa al Estado por no haber regulado algo o no haber concedido ayudas y subvenciones. Claro, con esta mentalidad, así nos va y así les va a muchos en este país.

Por ello, es de agradecer el ejercicio de autocrítica que ha realizado este martes el vicepresidente de la CEOE y presidente de CEIM, Arturo Fernández, cuando ha dicho que la patronal está anticuada, que muchas empresas no se sienten representadas por ella y que la única solución que tiene esto es que la CEOE, y los agentes sociales, vivan de las cuotas de sus socios. Por supuesto, en cuanto los sindicatos han escuchado estas palabras han montado en cólera y han tratado de descalificar a Arturo Fernández. Pero la verdad es que el presidente de los empresarios madrileños tiene toda la razón.

Nuestros agentes sociales no son otra cosa que el fruto de una concepción del Estado propia de la Unión Soviética por la cual los agentes sociales pasan a formar parte del sistema político, para su mejor control por parte del poder y para que sirvan de apéndices políticos de éste, sobre todo cuando el poder lo detenta el PSOE, que es quien introdujo este modelo en nuestra Constitución.

Así, los socialistas hoy controlan a los dos sindicatos mayoritarios y los utilizan como fuerza de choque contra el PP y siempre han intentado controlar a la patronal, aunque con resultados fallidos en sus tentativas. El resultado de todo esto no ha sido otro que la desconexión casi total entre representantes y representados, acostumbrados los primeros a vivir del presupuesto público sin tener que atender las necesidades de los segundos. Porque igual que Arturo Fernández dice que muchas empresas no se sienten representadas por la CEOE, la mayor parte de los trabajadores de este país, sobre todo los parados, opinan lo mismo acerca de los sindicatos. Pero como estos últimos se creen su papel como parte del sistema político, pasan de todo y de todos y no van más que a lo suyo, que es ir a por el dinero e ir a por el Gobierno del PP.

Cuánto cambiarían las cosas si, como dice Arturo Fernández, dejáramos de subvencionar a los agentes sociales –todavía no entiendo por qué hay que financiarles con recursos públicos a estas alturas de la película- y estos tuvieran que buscarse la vida para obtener ingresos prestando servicios a las empresas o a los trabajadores, según sea el caso.

Esto es lo que hacen los sindicatos alemanes, que se enorgullecen de no depender de las arcas públicas, y lo hacen bastante bien porque no son sindicatos políticos ni
de clase, sino organizaciones que ofrecen a los trabajadores servicios que pueden necesitar. Ahí es donde reside su verdadera fuerza y eso es lo que les lleva a saber en todo momento qué hay que pactar con el Gobierno y con las empresas. En cambio, como en España la supervivencia de los sindicatos no depende de los servicios que prestan a los trabajadores, porque las centrales viven del presupuesto, se dedican a hacer política y a olvidarse de sus supuestos representados, con lo que, en vez de sindicatos modernos, aquí tenemos piezas decimonónicas más propias de un museo. Y solo
conseguiremos que se modernicen cuando hagamos lo que recomienda Arturo Fernández: cerrarles el grifo de las ayudas, las subvenciones y los cursos de formación.

El Sr. González es profesor de Economía de la Universidad Autónoma de Madrid. Miembro del panel de Opinión de Libertad Digital.

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