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José García Domínguez

Aún no ha llegado lo peor

La disyuntiva se antoja simple: o crecemos o quebramos. Y en un páramo con colas ante las puertas de todos los comedores de Cáritas, la forma única de crecer –o sea de vender– es exportar mucho e importar poco.

Sin duda, la gran enseñanza que nos dejará esta crisis es que pocas cosas hay más difíciles de entender para la especie humana que lo obvio. Repárese en la incapacidad de los "expertos" a fin de aprehender evidencia tan simple, sencilla, pedestre y prosaica como la que sigue. A saber, con más de cinco millones y medio de parados, constituye una quimera imposible pretender equilibrar el presupuesto público. Y ello por razón de que tal muchedumbre no paga impuestos y, además, cuesta dinero. Ergo, o suprimimos el seguro de desempleo abandonando a su suerte a toda esa gente, o dejamos ya de fantasear con los etéreos efectos balsámicos sobre el PIB de la dichosa austeridad. Hasta un niño lo comprendería (quizá solo ellos lo hagan).

Así las cosas, también la disyuntiva se antoja simple: o crecemos o quebramos. Y en un páramo con colas ante las puertas de todos los comedores de Cáritas, la forma única de crecer –o sea de vender– es exportar mucho e importar poco. Asunto que requiere ser mucho mejor o mucho más barato. Y nosotros no resultamos mucho mejores en casi nada. Tendremos, pues, que ser mucho más baratos en casi todo. E igual existen dos vías para devenir más asequible que el prójimo: que nuestros precios bajen o que suban los de los demás. Lo primero costaría sangre, sudor, lágrimas, huelgas generales y varios años de espera.

Pero si a la postre lo lográsemos, el resultado todavía resultaría peor. Y es que el éxito en el empeño acarrearía otra plaga aquí aún ignota: la deflación. Una variante siniestra del milagro de los panes y los peces. De la noche a la mañana, todo el mundo vería multiplicadas sus deudas. Ocurre que si precios y sueldos dan en encoger, la distancia entre lo que se debía y lo que se ingresa cada vez se ensancha más y más. Una pesadilla. La banca, por ejemplo, solo necesita una deflación para quebrar. Por algo la deflación (que no la inflación como predican los ignaros) franqueó el paso a Hitler. ¿Entonces?, se preguntará el lector. Si fuese un niño, le explicaría que una subida de precios en Alemania que abaratase los de aquí, nos ayudaría a todos. Y me entendería. Seguro. 

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