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José García Domínguez

En manos de Draghi

Lo peor no es ese cargante narcisismo suyo tan de estrellita mediática. Ni tampoco el riesgo de la profecía autocumplida. Lo grave es que el augurio de Krugman pudiera compadecerse, y bastante, con la verdad.

Lo peor no es ese cargante narcisismo suyo tan de estrellita mediática. Ni tampoco el riesgo de la profecía autocumplida. Lo grave es que el augurio de Krugman pudiera compadecerse, y bastante, con la verdad. De la historia decía Mark Twain que no se repite, pero que rima. Y con el devenir de las economías viene a suceder otro tanto de lo mismo. De ahí que la peripecia de los dos versos sueltos que responden por Grecia y España resulte todo menos novedosa. Con aterradora, milimétrica precisión, se reiteró no hace tanto en Argentina, Rusia y México. Es la genealogía del Apocalipsis a la que Andy Robinson se refiere como el triángulo financiero de las Bermudas.

Una metáfora feliz para ilustrar lo que ocurre cuando países en apariencia solventes se endeudan en una divisa que no controlan, careciendo al tiempo de un prestamista de última instancia. Ocurre que, una vez adentrados en la zona maldita, se extravían entre las brumas. Llegados a ese punto, y tras enloquecer la prima de riesgo, solo les restan tres salidas. O la suspensión de pagos. O la brusca devaluación de la moneda (para el caso, la resurrección de entre los muertos del dracma y la peseta). O la irrupción de un mirlo blanco presto a desatascar el grifo del crédito. Léase Banco Central Europeo haciendo, por fin, honor a su nombre. O eso o el diluvio.

Porque, guste o no, Krugman tiene razón. Y, por cierto, cuanto acaba de vaticinar nuestra egocéntrica Casandra ya lo anunció mucho antes Richard Koo, el economista jefe de Nomura, sin escándalo aparente de nadie. Y en Madrid, para más inri. Me refiero, el lector lo habrá adivinado, al eventual control de los movimientos transfronterizos de capitales. Cuando descargue la gran tormenta que se avecina, el BCE tendrá que dejar de hacer onerosas dádivas, como ésa de regalar cientos de millones de euros a la banca privada para que los coloque en bonos. Cientos de millones de euros que, una vez devaluados los títulos públicos por el acoso del mercado, se convierten en un lastre, otro más, de sus balances. El divo sabe lo que dice. O Draghi nos compra directamente las nuevas emisiones de deuda soberana, arriesgándose por cierto a ir a la cárcel. O vendrá lo impronunciable. 

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