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Carlos Rodríguez Braun

Miedo y democracia

Desde siempre los poderosos han procurado atemorizar a la población para así someterla con más facilidad. Por eso, el liberalismo, al contrario que el socialismo, insiste en que no hay tener miedo a una sociedad de mujeres y hombres libres.

Desde siempre los poderosos han procurado atemorizar a la población para así someterla con más facilidad. Por eso, el liberalismo, al contrario que el socialismo, insiste en que no hay tener miedo a una sociedad de mujeres y hombres libres.

Gracias, nuevamente, a mi amigo Antonio Salazar he leído un artículo de Antonio Morales Méndez, alcalde grancanario de Agüimes, titulado "Miedo y democracia", que además está amablemente dedicado al propio Salazar y a mí, "aunque no les guste". Pero a mí me ha gustado el artículo, que merece atención y comentario.

El señor Morales Méndez recupera una antigua y atinada noción política: el poder del miedo. Es algo muy cierto: desde siempre los poderosos han procurado atemorizar a la población para así someterla con más facilidad. Por eso, el liberalismo, en su lucha para evitar que la coacción política quebrante los derechos y las libertades de los ciudadanos, insiste en que no hay tener miedo a una sociedad de mujeres y hombres libres, mientras que, por el contrario, el socialismo de todos los partidos siempre ha aterrorizado al pueblo augurándole toda clase de catástrofes si éste preserva para sí sus derechos y libertades.

Lo asombroso de don Antonio Morales es que asegura que el miedo lo provoca el liberalismo con el objetivo de destruir el Estado y la democracia. Esto es muy llamativo, porque cada vez hay más Estados democráticos en el planeta y esos Estados en todo el mundo no hacen más que crecer, como se ve en cuatro dimensiones fundamentales de su acción: los impuestos, los gastos, la deuda y las regulaciones de todo tipo. ¿Dónde está mirando don Antonio?

Mi conjetura es que don Antonio está mirando la realidad de modo parcial. Por ejemplo, mistifica la intervención política y habla de educación y sanidad públicas, pero no dice ni una palabra de sus costes; vamos, habla como si fueran gratis, como si el Estado pudiera aumentar esos gastos sin límite y sin consecuencias negativas para nadie; también se refiere a los derechos laborales como si fueran una pura bendición del poder, y no como un daño que ese mismo poder perpetra contra los trabajadores pretendiendo ayudarlos, como se ha visto tantas veces en España con la tremenda tasa de paro que han logrado nuestros políticos tras tantas pretendidas "conquistas sociales". Da la sensación de que los males que padecemos, desde el desempleo hasta las crisis bancarias, desde los bajos salarios hasta las magras pensiones, provienen según el señor Morales Méndez, de la retirada de la intervención pública, y no de su profundización.

Una ilustración de esta curiosa asimetría a la hora de ver las cosas es que don Antonio, así como cree que nuestros males derivan de un supuesto liberalismo, que es pura ficción, no alude a una realidad importante, del mismo modo en que no lo hace su admirada Naomi Klein en La doctrina del shock. Se apresura don Antonio a seguir a Klein en su demonización de Milton Friedman, y no se detiene un minuto a subrayar que para esta autora el malo es Pinochet, no Fidel Castro: para ella el comunismo fue apenas "un cuento de hadas", y lo realmente terrible del comunismo no fueron los millones de trabajadores asesinados bajo su férula sino... ¡lo que vino después!

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