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José García Domínguez

Otra conjura judeo-masónica

Arteras campañas al margen, el exgobernador considera una gran injusticia que su gestión de la burbuja no haya sido premiada con un marquesado o, en su defecto, con otro pazo como el de Meirás.

Vuelven la conjura judeo-masónica, el Contubernio de Munich y quién sabe si hasta Los protocolos de los sabios de Sión (o de Gijón, que tanto monta). La liebre la acaba de levantar Mafo en la Comisión de Economía del Congreso. Que "se lanzó una campaña contra el Banco de España intentando descalificar a la institución", ha denunciado gallardo el cesante tras apelar a la muy modesta figura de la personificación. ¿Acaso no se permitía un parvenu como Luis XIV decir aquello de que "el Estado soy yo"? ¿Con qué autoridad entonces negarle a Fernández que el Banco de España era él? Y es que, arteras campañas al margen, el exgobernador considera una gran injusticia que su gestión de la burbuja no haya sido premiada con un marquesado o, en su defecto, con otro pazo como el de Meirás.

Pues es sabido que la quiebra del sistema financiero no tuvo nada que ver con él, Mafo solo pasaba por allí. Sucede, sin embargo, que la recurrente coartada europea no alcanza para taparle las vergüenzas a nuestro héroe. Cierto que el regulador no podía recurrir a la palanca del tipo de interés, un juguete ahora en manos del BCE. Tan cierto, ¡ay!, como que dispuso de todo un arsenal completo para acabar de un plumazo con la orgía del cemento si se lo hubiera propuesto. Empezando por la potestad de reducir el plazo legal máximo de las hipotecas, lo que hubiese frenado en seco la demanda inmobiliaria. Continuando por la facultad de imponer severos límites cuantitativos al alegre crecimiento del crédito bancario, algo que habría operado en idéntico sentido.

Y acabando, en fin, por hace uso de una tercera prerrogativa a su alcance, la de fijar provisiones crecientes que castigasen la exposición crediticia al ladrillo. Si no concedió recurrir a ellas fue porque, simplemente, no le dio la gana. Por algo nuestro airado Miguel Ángel es la prueba andante de que, al otorgar autonomía al Banco de España, pasamos de Guatemala a Guatepeor. Liberamos a la institución de la tutela política para entregársela en bandeja a las entidades financieras que, se supone, debía custodiar. ¿Cómo descifrar, si no, lo incomprensible de tantos procederes? Y pensar que aún tiene arrestos para ponerse gallito ante el Parlamento.

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