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Guillermo Dupuy

El victimismo de los pródigos

Someter al Estado a una reconversión que lo haga sostenible sin comprometer los ingresos fiscales de legislaturas venideras no es tarea fácil. El problema, sin embargo, se convierte en insoluble si no entendemos que ahí –y solo ahí- radica la solución

Un problema puede ser difícil y duro de solucionar pero fácil de entender. La crisis de deuda soberana que padece España debería ser un claro ejemplo de ello. Una estructura estatal sobredimensionada gracias a los ingresos extraordinarios que proporcionó el abaratamiento político del crédito, se resiste a ajustarse a la realidad de sus ingresos y pretende seguir viviendo a costa de un creciente endeudamiento. Con semejante actitud por parte del Reino de España, lo sorprendente no es que nuestro endeudamiento público pague una cada vez más elevada prima de riesgo, sino que aun haya quien preste dinero a semejante ejemplo de prodigalidad.

Sin embargo, el Estado cuenta a su favor con que, a diferencia de un particular, tiene capacidad legal para extraer sus ingresos por la fuerza y la posibilidad –aunque sea remota tratándose de una moneda que utilizan muchos estados- de influir para llevar a cabo devaluaciones que financien su renuencia a ajustar sus gastos a sus ingresos. Esa es la razón –y no otra– que explica el hecho de que, aun a precio muy caro, el Estado español haya podido seguir colocando sus emisiones de deuda.

En los tiempos en que aun no se había convertido en el continuador de Zapatero, Rajoy enunció como "primera obligación de un gobernante" lo que no era otra cosa que la solución al problema que nos ocupa: "Ajustar sus gastos a sus ingresos". Lo que ha ocurrido es que, una vez en el gobierno, lo que Rajoy ha pretendido en realidad ha sido elevar sus ingresos hasta ajustarlos a sus gastos con una esterilizante subida de impuestos y con unos recortes escasos, tardíos y mal planteados del gasto público, que no han venido sino a fortalecer el temor de nuestro acreedores de que el Estado español no será capaz de devolver lo que sigue pidiendo en préstamo.

Yo no digo que someter a la administración pública a un proceso de reconversión que la haga capaz de sostenerse sin comprometer los ingresos fiscales de legislaturas venideras sea una tarea fácil de acometer. Lo que digo es que el problema se convierte en insoluble si no entendemos que ahí –y solo ahí- radica la solución.

Viendo, sin embargo, como tantos medios de comunicación han reaccionado a la negativa del Banco Central Europeo a volver a financiar desajustes como el español podríamos pensar que nuestra "enfermedad" no tiene remedio en la medida en que nos empeñamos en ver el problema donde no lo está. Así, Pedro J. Ramirez ha presentado en El Mundo al Reino de España poco menos que como el heroico Regimiento Alcantara que dio protección al repliegue de las tropas españolas desde sus posiciones en Annual hasta el monte Arruit; al que ahora se le estaría negando hasta unas barras de hielo que alivien algo su sufrimiento. Sin embargo, la imagen más ajustada a la negativa del BCE sería la de quien se opone ofrecer una nueva ronda de alcohol a quienes pretenden seguir de jarana sin tener que afrontar la resaca.

Claro que aun más "patriótico" y desenfocado nos ha salido el editorial de La Razón que aborda el problema que nos ocupa titulándolo como el "problema alemán". En dicho editorial se acusa a Alemania poco menos que de "hispanófoba" y se presenta la justificada oposición germana a satisfacer las pulsiones inflacionistas de gobiernos manirrotos como el nuestro como una "cerrazón" que constituye "un serio obstáculo para la estabilidad de la zona euro y el futuro de la moneda única".

Para sostener su delirante tesis el editorialista no tiene empacho en mentir descaradamente al afirmar que "España ha hecho sus deberes, como así lo reconoció el FMI" o al afirmar que los europeos pagamos "gran parte de la factura de la reunificación" alemana. Para empezar, la factura de la reunificación alemana la pagaron de manera casi exclusiva los alemanes occidentales. Y en cuanto a los deberes en los que a reducción del déficit se refiere, el Gobierno de Rajoy los ha venido incumpliendo de manera paulatina, elevando el tope comprometido hasta en tres ocasiones. Una cosa es que el FMI, en su ultimo dictamen público, no haya creído oportuno poner nuevos deberes a España y otra, radicalmente distinta, que este organismo internacional considere que España ya ha realizado los que le puso.

Acusar a Alemania -como La Razón también hace- de "alentar un rescate con una dura condicionalidad que pasaría porque la UE y el propio BCE controlaran directamente la gestión económica de España e Italia a cambio de intervenir sobre la prima de riesgo" no es más que repetir contra Bruselas la misma cantinela con la que los gobiernos autonómicos en manos de nacionalistas y socialistas se oponen a los planes de estabilidad fiscal planteados por nuestro gobierno central. La diferencia está en que, al menos por ahora y gracias a Alemania, Europa no esta dispuesta a financiar incumplimientos con la misma irresponsabilidad con la que Rajoy ha transferido recursos a autonomías que no ocultan su nula voluntad de cumplimiento.

Por otra parte, ¿le parecería bien a La Razón un "rescate" que no conllevara una condicionalidad tan dura como para garantizar que vivir de los demás deje de ser un "modus vivendi"? Lejos de pedir a Alemania que "supere los fantasmas del pasado como la experiencia de la hiperinflación" lo que deberíamos ser conscientes el resto de los europeos es del daño que la inflación causa por mucho que no llegue a los bestiales extremos que vivió Alemania en los años treinta. De lo que todos deberíamos ser conscientes es que la inflación y el envilecimiento de la moneda, por pequeña que sea, no será nunca la solución frente a quienes se resisten a llevar a cabo su primera labor como gobernantes que es ajustar sus gastos a sus ingresos.

De lo que deberiamos ser conscientes es de que el "manguerazo" que se está pidiendo al Banco Central Europeo no es de agua -ni de hielo- sino de gasolina. Y que con ella ni nos refrescaremos ni, menos aún, apagaremos el incendio.

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