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Manuel Llamas

La gallina de los huevos de oro

El PP ha demostrado en reiteradas ocasiones que carece de un diagnóstico correcto acerca de los orígenes de la crisis económica.

El PP ha demostrado en reiteradas ocasiones que carece de un diagnóstico correcto acerca de los orígenes de la crisis económica.

El PP ha demostrado en reiteradas ocasiones que carece de un diagnóstico correcto acerca de los orígenes de la crisis económica que azota a España. Buena muestra de ello son las afirmaciones realizadas hace escasos meses por el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, cuando señalaba que España estaba "mucho peor en 1996 que ahora" o que la recesión se debía al brutal desplome del consumo.

Gran error. A mediados de los años 90, cuando el PP logró por primera vez el poder, la economía española estaba saliendo del hoyo tras sufrir una aguda pero corta caída a principios de la década; además su nivel de endeudamiento no era comparable al actual. El gran reto de Aznar no consistió tanto en impulsar una recuperación económica que ya estaba en marcha sino en lograr la entrada de España en el euro en el plazo previsto. Ambas situaciones no son comparables en absoluto. Y, por desgracia, la crisis actual supera con mucho la de principios de los 90.

Lo más grave, sin embargo, es que el ministro apunta a la caída del consumo como el origen de todos los males, cuando la raíz de los problemas estriba en la falta de ahorro. Así se entiende que su política fiscal esté resultando del todo errónea y contraproducente. España necesita amortizar su abultada deuda, liquidar las malas inversiones acometidas en el período del boom y, en definitiva, desapalancarse lo más rápido posible. Esta tarea ha sido dificultada por el Estado a través de repetidas subidas de impuestos y, lo que es peor, una elevadísima fiscalidad sobre el ahorro. Lo bueno es que, pese a todos estos obstáculos, el sector privado se está ajustando.

Cosa muy distinta es el sector público, y es aquí donde el PP acaba de demostrar su penúltimo error de diagnóstico. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, hizo unas declaraciones la semana pasada que, si bien pasaron inadvertida, resultan del todo alarmantes. Atención: el elevado déficit público es "una situación de coyuntura que este país va a superar pronto". "Lo ocurrido ha sido coyuntural". ¿Traducción? El Gobierno piensa ilusoriamente que el hundimiento de la recaudación fiscal es algo momentáneo, una mera situación excepcional que quedará atrás cuando termine la recesión.

No, señor Rajoy, el déficit es un problema estructural: el volumen de ingresos no regresará al nivel máximo alcanzado durante la etapa de burbuja crediticia, y sin embargo el gasto público no ha dejado de aumentar desde entonces. Por tanto, la brecha entre ambas partidas no se puede cerrar a base de aumentar los impuestos sino reduciendo drásticamente la estructura estatal, una tarea todavía pendiente. De hecho, mientras no se reduzca el déficit y, por tanto, se imponga de verdad la austeridad pública, el tan ansiado crecimiento será una misión imposible.

Y puesto que el PP parte de un diagnóstico erróneo, la solución también está siendo equivocada. Rajoy y Montoro defienden ahora con uñas y dientes los aumentos fiscales para reducir el déficit, al tiempo que se limitan a congelar o posponer inversiones públicas en lugar de recortar el gasto corriente. Es evidente que esta estrategia no está dando resultado, pero lo peor son sus efectos menos visibles. Y es que, tal y como enseña la fábula de la gallina de los huevos de oro, en lugar de tratar con sumo mimo a empresarios, inversores y trabajadores, de cuyo esfuerzo se alimenta la insaciable hacienda pública, el Estado está optando por asfixiar lentamente al contribuyente a base de impuestos. ¿Moraleja? No sólo no recaudará más, sino que lastrará el crecimiento potencial de España.

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