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Juan Velarde

Cataluña y sus problemas económicos

El mundo empresarial catalán ha comenzado a hablar muy claro.

Cataluña había planteado, incluso con dureza, sus problemas económicos, a través de reacciones políticas y de instituciones que tenían muy en cuenta el conjunto del mercado español. Ahí estaba el Fomento del Trabajo Nacional, radicado en Barcelona, pero su adjetivo, nacional, se refería al conjunto de la nación española. Su sucesor recibe sencillamente el nombre de Fomento del Trabajo y, cada vez más, Foment del Treball, que quiere decir muchísimo menos. Pero es el heredero de aquella entidad que encabezaba el proteccionismo español. Léase el libro de M. Pugés Cómo triunfó el proteccionismo en España (1931), con un prólogo de Gual Villalba, entonces secretario general de Fomento. Gual señalaba cómo Cataluña buscaba una "fusión de las economías regionales en una síntesis armónica", con este respaldo de Pugés:

El resurgimiento económico de España no era posible sin la previa solución de un problema fundamental: la fusión, en una superior síntesis armónica, de las distintas economías regionales.

Esto ha dejado alguna herencia, aunque se haya prescindido del adjetivo nacional, pero es una entidad que pertenece a la CEOE. Su presidente actual, Joaquín Gay de Montellá, se manifiesta desmarcado de la consulta soberanista que Artur Mas trata de llevar adelante. Otra cosa sería, siguiendo la herencia de trabajos de Trias Fargas, que en Cataluña existiese, en lo fiscal, algo parecido a la realidad foral de las Provincias Vascongadas y de Navarra.

Es lógico que el mundo empresarial catalán, que exhibió su fuerza desde los tiempos de los Guell i Ferrer hasta los Gual Villalbí, se preocupe ante las consecuencias de una hipotética escisión. Léanse las "líneas de acción" que se proponen en el volumen de la Colección Comunidades Autónomas, editado por La Caixa, titulado La economía de Cataluña: diagnóstico estratégico (2012), donde exhibe cómo Cataluña precisa superar "la falta de resolución de una serie de eslabones técnicos y segmentos funcionales críticos de sus redes de infraestructuras (corredor mediterráneo)". Efectivamente, desde el informe del Banco Mundial quedó claro que ese "corredor mediterráneo", que ahora vemos que esencialmente tendría como centro los puertos de Valencia y Cartagena, con prolongaciones y enlaces diversos, debería, a través de Cataluña, con un papel esencial en la conurbación de Barcelona, enlazar con Francia zonas españolas de un auge futuro formidable. Abandonar eso, con una frontera en los linderos de Tarragona, y desviar el corredor desde Valencia a Zaragoza, y de allí a Francia, significa una pérdida muy seria para Cataluña, que en esta obra se pone de relieve.

Y qué decir de los problemas inmediatos que se originarían para atraer capital humano, "para crear ventajas competitivas que eviten la deslocalización de la industria más convencional y facilitar su reconversión hacia la neoindustria". Tal como conciben Artur Mas y Jordi Pujol el futuro de Cataluña, un mercado pequeño, desligado de la Unión Europea, y con problemas de lenguaje, no impulsa precisamente hacia esa neoindustria.

Señálese lo mismo que lo que en este trabajo de La Caixa –por otro lado muy valioso– se habla de las rigideces creadas, en los ámbitos mercantil y laboral, "en no menor medida que en otras comunidades autónomas". Una escisión aumentaría tales rigideces, para intentar superar –cosa por cierto imposible– la conservación de una estructura económica aislada del conjunto de la Unión Europea, porque su ingreso en ella, con el veto en contra de España, resulta imposible.

En este documento de La Caixa se recuerda lo ventajoso que resulta para Cataluña el impulso de 1992, "en el que se dio una rara conjunción de inversiones y de voluntades colectivas hacia un objetivo compartido e ilusionante". Para reproducirlo "sobre bases propias del siglo XXI" debe reeditarse aquello "en un marco –de diálogo singular con el Estado o sea, con el conjunto de España– que implique a la sociedad, el territorio, la lengua, y las instituciones catalanas".

¿Para qué seguir con argumentos que enlazan con la historia de Cataluña y la del resto de España, precisamente en relación con su estructura económica próspera? El mundo empresarial catalán ha comenzado a hablar muy claro. Es de esperar que esto trascienda a los trabajadores y a todos los que, de verdad, aman a Cataluña, nada incompatible, sino todo lo contrario, con el amor al conjunto de España, en el que va inserto un deseo de fuerte desarrollo económico, imposible con el planteamiento de Mas-Pujol.

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