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José García Domínguez

¿Por qué tenemos que rescatar los españoles a Alemania?

¿Por qué Merkel solo cree en el libre mercado cuando los que salen perdiendo son otros?

¿Por qué Merkel solo cree en el libre mercado cuando los que salen perdiendo son otros?

Carmen Reinhart, la catedrática de Finanzas de Harvard, lo acaba de enunciar en Sitges: la deuda externa privada española no se va a pagar porque no se puede pagar. Y Carmen Reinhart resulta que es la persona que más sabe en el mundo de esos asuntos. O habrá una quita o habrá una quiebra en cadena. Sea como fuere, nunca se pagará lo firmado en los contratos. Podemos seguir, pues, entreteniéndonos con acaloradas cuitas a propósito del déficit público, la austeridad, los estímulos a la demanda, la clausura de las diputaciones provinciales, el desmedido sueldo del alcalde de Betanzos, los galgos keynesianos y los podencos neoliberales. Pero la verdadera cuestión seguirá siendo otra. A día de hoy, el sistema financiero español adeuda un billón de euros a una miríada de prestamistas extranjeros. Un billón de euros, el valor de toda la producción de bienes y servicios del país a lo largo de un año. Solo a uno de esos acreedores foráneos, el Banco Central Europeo, tendría que devolverle 350.000 millones, el 35% del PIB. Por si a alguien se le antojara poco, añádanse los 200.000 millones que el Estado se ha comprometido a reembolsar a los tenedores, también extranjeros, de sus letras, bonos y pagarés. Y súmense además otros 400.000 millones en concepto de préstamos externos a familias y empresas. Un Himalaya a interés compuesto y vencimiento a plazo fijo.

Si la deuda pública no rondase ya el 100%, quizás algún cráneo privilegiado plantearía seguir apelando al socialismo de las pérdidas. Pero la deuda pública ya no puede crecer mucho más, está llegando al límite. Va a ser imposible, entonces, continuar endosando las ruinas particulares a los contribuyentes en nombre de la economía mercado. Llegados a ese punto, la lógica admite dos únicas salidas: o que comience el crecimiento de modo súbito por efecto de algún ignoto prodigio o no pagar. Cuando estalló la crisis, en 2007, seis de cada diez euros prestados por los bancos se habían empleado en adquirir algún trozo de suelo, la mayor parte de él sito en descampados remotos. Suelo cuyo valor actual se aproxima a nada. Aquel verano de 2007, recuérdese, se empezaron a construir 700.000 viviendas a lo largo del territorio nacional. Hoy, seis años después, la mayor parte de ellas aún parasitan los libros de contabilidad de la banca. ¿Cómo no iban a constituir los balances auditados del sistema financiero una ingeniosa saga de relatos de ciencia ficción? Por lo demás, continuar negándonos a reconocerlo no va a hacer que cambien las cosas. O quizás sí, pero a peor.

Y eso que España, gracias a la estricta regulación de Luis Ángel Rojo, evitó que también aquí surgiera una banca en la sombra. A su lúcida cautela preventiva debemos que no hayan quebrado todos los bancos, igual los grandes que los pequeños. Banca en la sombra, inversiones tóxicas sin control alguno del banco central, que sí floreció en Alemania. De ahí que, a pesar de haber enterrado Merkel el 10% de su PIB en reflotar bancos, veinte grandes entidades de crédito germanas, la mitad más o menos del sector, sigan cargando a estas horas con la calificación de bono basura para Moody’s. Algo que tal vez sirva para explicar lo inexplicable. Esto es, el desmedido afán altruista de Berlín, su afán por rescatar a España, y la numantina resistencia a dejarse socorrer por parte de los beneficiarios presuntos de sus desvelos. ¿Cómo entender esa insistencia suya para que Madrid no se contente con tomar prestados únicamente 40.000 millones con destino al saneamiento bancario? Pues por una razón bien simple: porque a quienes en puridad estamos rescatando los ciudadanos españoles es a los financieros alemanes que incurrieron en inversiones temerarias y pretenden que otros carguen con las consecuencias de su incompetencia. ¿Por qué un accionista español o un tenedor de participaciones preferentes (los depósitos están garantizados) deben sufrir quebrantos si una entidad quiebra, pero no así el banco alemán que compró sus cédulas hipotecarias? ¿Por qué Merkel solo cree en el libre mercado cuando los que salen perdiendo son otros? No nos rescatan: somos nosotros quienes los vamos a rescatar a ellos. Y pensar que aún hay quien no lo ha entendido.

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