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Juan Velarde

Crisis en el mundo cooperativo

El problema político se une a las cuestiones económicas. Por tanto, he ahí un panorama de la máxima importancia.

El problema político se une a las cuestiones económicas. Por tanto, he ahí un panorama de la máxima importancia.

Dentro de la denominada "economía social", las cooperativas han gozado de un prestigio grande. Pero el mundo cooperativo tiene la dificultad máxima en su gobierno. Todos los socios pueden opinar e intentar dirigir. Eso frena las posibilidades de la existencia de grandes empresas con esta estructura íntima.

Sin embargo, en España existía, frente al hundimiento de multitud de organizaciones cooperativas de gran tamaño –por poner un ejemplo, el caso del Sindicato Agrícola Montañés, SAM, de productos lácteos– una excepción: el cooperativismo de Mondragón.

Fue una creación del padre Arizmendiarrieta. Según me confesó el día en que se le impuso la Medalla de Oro del Trabajo, por el ministro Jesús Romeo, había estado, años atrás, lleno del espíritu de Sabino Arana, que consideraba que el mantenimiento de las virtudes vascas no era compatible con la industria, porque ésta acarreaba, por una parte, un proletariado inmigrante, empapado de las ideas anticatólicas de las diversas corrientes del socialismo, bien del descendiente, con todas las variantes que se quisieran, de Marx, o bien del de la línea de Bakunin. Además, llegaba un mundo de ingenieros, de empresarios, procedentes de otras regiones, que borraba los valores vascos.

Por supuesto, esto último se pretendía que se frenase con la Universidad Comercial de Deusto, la creación del jesuita P. Luis Chalbaud. Pero la inmigración obrera tenía que ser frenada, y eso a través de un mundo rural que se vinculaba con las esencias de lo vasco.

Por eso el padre Arizmendiarrieta decidió impulsar un movimiento cooperativo campesino. Admitía que se había equivocado. El fracaso era palpable. Pero, como consecuencia de ello, conocía la legislación cooperativa, y a petición de cinco técnicos jóvenes decidió ayudarles en una empresa industrial que iniciaban, de tipo cooperativo. De la experiencia rural conocía Arizmendiarrieta el trámite administrativo preciso, y les prestó su ayuda. Así nació Ulgor, que se amplió y se trasladó de Otalora, cerca de Vitoria, a Mondragón, donde recibió el hombre de Fagor. Con tal planteamiento cooperativo completó el ámbito creado, y allí nació la semilla de la colosal entidad industrial cooperativa de Mondragón, con sus complementos, que iban desde una universidad tecnológica a una entidad crediticia, pasando por Eroski, una cadena de comercios, o un tinglado relacionado con el Estado de Bienestar, Lagun Aro EPSV.

Y, de pronto, este vasto mundo cooperativo, que asombraba al mundo, que tenía proyecciones exteriores –en Europa, en China, en Australia, en Iberoamérica, en Estados Unidos, en Marruecos...–, comienza a tambalearse como consecuencia de que una de sus piezas clave, Fagor, fabricante de electrodomésticos, ha entrado en crisis. Como se señala en el artículo de J. Romera y C. Larragoechea "¿Efecto dominó?" (El Economista, 18 de octubre), "el problema no es sólo Fagor, sino toda la corporación Mondragón. Puede haber un efecto dominó por el pánico entre los proveedores que acabe por provocar la caída del resto de empresas del grupo". De ahí que Itziar Reyero, en el ABC del mismo día, señale:

Concernido por el enorme impacto social, político y económico que supone el derrumbe de Fagor, el Gobierno vasco se ha esforzado en trasladar públicamente en las últimas horas su compromiso para garantizar en todo lo posible el futuro de Fagor (…) Pero el nuevo gabinete de Urkullu se sabe en este momento "atado de pies y manos" para evitar la quiebra de una de sus empresas punteras (…) Erkoreka fue muy tajante (...): "Las ayudas directas incompatibles con la UE, son imposibles".

Esta crisis tiene tres impactos muy claros. Uno, relacionado con la producción metalmecánica del norte de España. Es una llamada de atención hacia lo que se podría calificar como un paso más hacia la creación en esa región de otra "área industrial deprimida". El segundo se relaciona con la economía social: sus realidades se ve que no logran imponerse a las construcciones capitalistas típicas. El tercero es un golpe al nacionalismo vasco, porque el mensaje de éste, más de una vez, para mostrar la potencia vinculada a Euskalerría, se dirigía a Mondragón. El problema político se une a las cuestiones económicas. Por tanto, he ahí un panorama de la máxima importancia.

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