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José T. Raga

¿Y ahora qué?

La historia se repite con una elocuencia inversamente proporcional a la capacidad humana para aprender de sus experiencias.

La historia se repite con una elocuencia inversamente proporcional a la capacidad humana para aprender de sus experiencias. Tan cierto es lo que acabo de decir que no dudamos en hacer el ridículo con nuestros juicios sobre lo humano y lo divino basándonos en unas facultades para marcar líneas políticas a seguir y, si me apuran, normas de comportamiento individual y social de las que claramente carecemos.

La tendencia acomodaticia de la estupidez, afortunadamente para los estúpidos que no son conscientes de que lo son, es que, cuando la realidad debería despertarles de sus necios juicios y consejos, ellos siguen viviendo en el placentero letargo sin concienciarse de lo erróneo de sus vaticinios y lo gratuito de sus pretenciosas políticas, a las que nadie presta atención.

Diría yo, tratando de favorecerles, que constituyen un grupo que bien podría identificarse como los "intelectuales de la protesta"; es decir, sujetos que, no estando dispuestos a salir con la pancarta, reivindicando lo contrario a lo que esté ocurriendo, negados para cualquier acción social positiva, se oponen, desde sus diversos foros políticos y sociales, a lo que de bueno esté ocurriendo en la sociedad. Lanzan advertencias de lo que puede avecinarse si se sigue en el erróneo camino iniciado, y olvidan lo dicho, cuando el camino se tuerce –cualquiera que sea la causa–, sin duda, porque tampoco les gusta el resultado del torcimiento que vaticinaban.

No hace falta irnos muy atrás para recordar, en momentos de euforia económica, las voces y las páginas escritas, clamando por el objetivo del "crecimiento cero", oponiéndose así a una tendencia desarrollista que sacó de la precariedad a un buen número de gentes de países pobres y también de las marginales en países ricos.

Llegaron los años de la contracción económica, con tasas negativas de crecimiento –es decir el objetivo deseado–, y aquellos mismos oráculos asumieron el papel de instigadores de las políticas de crecimiento, revestidas de un hálito de redistribución, que siempre queda bien.

Hace apenas quince días la Comisión Europea apostaba por la necesidad de bajar la eficiencia de la economía alemana, porque su balanza por cuenta corriente tenía un superávit excesivo que podía dificultar la vida de los demás miembros de la Unión. Una política para empeorar al bueno, en lugar de mejorar al malo.

Miren por dónde que, pasados unos días, las cifras nos hablan de una tasa negativa en la evolución del último trimestre del PIB en Francia, a la vez que una reducción también de las expectativas alemanas, con un empeoramiento de su sector exterior. ¿Y ahora qué?

¿Cómo se puede desconocer que es más fácil crecer entre los que crecen que entre los que se contraen? La respuesta del profesor Estapé ante la pregunta por las razones para el milagro español de los años sesenta fue muy elocuente: "Sobraban dólares en Europa y cayeron Pirineos abajo".

Es evidente que la inteligencia de don Fabián no abunda en el mundo actual.

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