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Pedro de Tena

Para una teoría no marxista de la organización de los trabajadores

En la sociedad democrática hay poderes reales en juego de inmensa envergadura.

Conocida es la tesis marxista según la cual la sociedad está dividida en clases en lucha cuya solución pasa por la victoria de aquella que mejor se adecúa a la marcha de las tecnologías y las relaciones de producción en una sociedad en la que la esfera económica es determinante sobre cualquiera otra. En el caso del capitalismo, la clase trabajadora tiene unos intereses que representan genuinamente los partidos socialistas y comunistas –los únicos que conocen científicamente la marcha dialéctica de la historia–, pero que, como método de presión y resistencia, aceptan organizaciones sindicales que deben ser útiles como correas de transmisión de las consignas de los partidos y como carne de cañón en los conflictos. El movimiento obrero pasó, gracias a esta teoría, a ser el brazo musculoso pero acerebrado de unos doctrinarios ajenos al sufrimiento concreto de unas personas, millones, a las que sólo reconocen como "masas". De este modo, se inflaman o se apagan huelgas según los intereses de estos partidos e incluso, si es menester, se convierte a los sindicatos de esta clase en arietes revolucionarios. La historia de España no puede comprenderse sin esta teoría nefasta, sobre todo, para los trabajadores mismos.

Pero en realidad, los trabajadores son personas libres, ciudadanos nacidos, como cualesquiera otros, en condiciones familiares y sociales que no eligieron y susceptibles de promoción individual y colectiva en todos los ámbitos de la vida. Eso lo vieron muy bien las primitivas sociedades obreras en España, desde los tejedores de Barcelona, y lo defendieron incluso los anarquistas españoles, que siempre recelaron de las manipulaciones marxistas. De hecho, la Confederación Nacional del Trabajo, fundada en 1910, era la consecuencia de una idea de los trabajadores más rica y amplia que deseaba ejercer la presencia debida de los trabajadores en la sociedad. Lamentablemente, el anarquismo organizado, una especie de leninismo acratón cuyo emblema público fue la FAI, hizo lo mismo que socialistas y comunistas y al final convirtieron la CNT en carne de cañón y en correa de transmisión de su ideología, no pocas veces relacionada con la violencia. Sin embargo, y a pesar de ser la CNT la más importante organización obrera de toda la historia de España, no pudo recrearse en la transición democrática porque socialistas y comunistas, que no pudieron con ella durante la república, se aseguraron de que el sueño eterno fuera su "negra tormenta" final.

En la sociedad democrática hay poderes reales en juego de inmensa envergadura. El Estado y su organización es un poder que se extiende desde la política a lo judicial pasando por la organización de la fuerza siendo un raíz específica el control de la legalidad. Los empresarios, grandes y pequeños, son un poder fáctico que se sustenta en el capital, sea financiero o industrial, y la organización de técnicas y productos. Las Iglesias tienen un poder moral intenso y así sucesivamente podríamos ir repasando una serie de poderes que a lo largo de su vida fueron caracterizando Amando de Miguel y otros. Los trabajadores asalariados tienen también su poder real y efectivo cuya matriz es el trabajo y que tiene como consecuencia la masa salarial, algo que en un país suma una cifra muy importante, nada menos que, actualmente en plena crisis, entre un 60 y un 65 por ciento de la renta nacional. Al marxismo le interesó sólo su capacidad de suspender el trabajo para servir a sus partidos. Pero pueden pensarse las cosas de otra manera.

Las primitivas asociaciones de trabajadores organizaban la ayuda mutua en crédito, en salud, en consumo, de resistencia... Sin necesidad de ser instrumentada por partidos políticos, una organización genuina que supiera estructurar los recursos propios de que disponen los trabajadores, trabajo y masa salarial, podría dar a luz desde bancos o cajas de ahorro, a centros de salud, cultura, comunicación pasando por almacenes de consumo o empresas productivas e incluso electorales tejiendo una red nacional. Desde ese masa salarial organizada podrían ejercer la presión política a que tendrían derecho, como la tienen los demás poderes fácticos reales, para lograr decisiones favorables de un gobierno democrático. Una especie de lobby, sí, pero con arraigo en lo propio, con amor a la libertad y sin afán totalitario y expropiador de lo ajeno.

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