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Juan Ramón Rallo

La legislatura ha terminado, la crisis continúa

La política económica del PP se ha centrado en rescatar a la banca y al Estado a costa de familias y empresas.

La política económica del PP se ha centrado en rescatar a la banca y al Estado a costa de familias y empresas.

No voy a ser yo quien minimice la extrema gravedad de la situación económica que se encontró el PP cuando llegó al poder, hace hoy justo dos años. Nuestro país parecía irremisiblemente condenado a quebrar e incluso a salir del euro debido a la explosiva combinación de tres burbujas cuya hinchazón se había venido gestando dese 2001 y cuya explosión se había retrasado en gran medida hasta 2012.

La primera de esas tres burbujas era la financiera: durante largos años nuestros bancos y cajas sobreexpandieron el crédito hacia nuestra economía, gracias a la financiación barata que les proporcionaba el BCE. La segunda era la productiva: el crédito barato de la banca distorsionó por entero nuestro modelo productivo, escorándolo hacia el infladísimo ladrillo. Y la tercera fue la estatal: los ingresos extraordinarios del Fisco engordaron tanto durante los años de falsa bonanza que nuestros políticos se permitieron consolidar unos niveles disparatados de gasto público.

Todos los problemas de la economía española se reconducen a estos tres desequilibrios: banca descapitalizada, desempleo y quiebras en masa, déficit público desbocado. Tres problemas que tanto dentro (votantes) como fuera (votantes financieros: inversores) se esperaba el Partido Popular resolviera tan pronto como desplazara a Zapatero, devolviendo así España a la senda de la estabilidad. La tarea no era sencilla, pero sí política y éticamente exigible: recapitalizar la banca a costa de sus acreedores y no del contribuyente, liberalizar completamente la economía (en especial, el mercado de trabajo y el energético) y acelerar la reducción del déficit público mediante un recorte del gasto centrado en la reforma en profundidad del mal llamado Estado de Bienestar.

Pero, para sorpresa de muchos, y no tanto para la de otros, el PP apenas movió ficha durante sus primeros meses en el Gobierno: De Guindos impuso diversas provisiones a los bancos que no explicó cómo iban a poder cubrir; la reforma laboral se quedó a medio camino y el resto de vitales reformas (como la energética) ni se llegaron a plantear; y los presupuestos de 2012 no sólo se retrasaron por razones electoralistas hasta pasadas las autonómicas andaluzas, sino que apenas contuvieron recortes del gasto; sí incluían, en cambio, salvajes subidas de impuestos.

Fiasco gubernamental que se plasmó en decepción interna y externa: los votantes no pudieron retirar a posteriori su confianza a Rajoy, pero los inversores en deuda española sí pudieron hacerlo… y lo hicieron. Pocos meses después de que el PP llegara al poder, la desbandada no tuvo precedentes: convencidos de que, por culpa de la inepcia socialdemócrata del PP, España iba inexorablemente a quebrar –déficit público por las nubes, banca insolvente y paro avanzando hacia los seis millones–, nadie deseaba estar expuesto a nuestra ruina: los mercados financieros se secaron y el coste de nuestra financiación estalló.

Pero a mediados de 2012 a Rajoy se le aparecieron dos ángeles: uno en forma de crédito extraordinario de Bruselas para poder recapitalizar los bancos españoles a costa de todos los contribuyentes; el otro, y verdaderamente decisivo, exhalado por Mario Draghi al anunciar urbi et orbi que haría "todo lo necesario" para evitar que el euro se descompusiera por los eslabones español e italiano. En el fondo, pues, el banquero central mutualizó la deuda española e italiana con la alemana, permitiendo aplazar el día de autos. Insisto: quien aplazó la bancarrota fue Draghi, no Rajoy y su equipo.

Desde entonces, los sustos mortales han desaparecido de la economía española: la prima de riesgo ha caído a la mitad; el crédito vuelve a fluir hacia nuestros bancos; la inversión extranjera, que había huido en 2012, regresa algo más confiada en 2013; el sector privado ha dejado de destruir empleo abriéndose hacia el exterior, incluso puede que se expanda tímidamente. Brotes verdes por doquier. Salir del atolladero ya es sólo cuestión de tiempo, pues todas las bases para la recuperación están sembradas gracias a la diligente política económica del Gobierno. ¿O no?

Fragilidad

Partamos de un hecho tan deplorable como incontestable: la legislatura popular ya ha terminado. Todo aquello que tenían que ofrecer –bueno, malo, peor y pésimo– ya ha sido desplegado. A unos meses de las europeas, a año y medio de las autonómicas y municipales y a dos años de las generales, ningún político va a sacrificar su poltrona en aras del bien común. Sólo queda aguantar y ver. Por desgracia, para poder ver algo sustancialmente distinto a lo que vimos (y padecimos) en el pasado, nuestros desequilibrios fundamentales deberían haberse corregido y no lo han hecho.

¿La burbuja financiera? A pesar de las varias decenas de miles de millones de euros que los contribuyentes españoles hemos insuflado, coaccionados, en las cajas, el problema está lejos de haberse solventado: la morosidad sigue en aumento (ya no solo se concentra en la construcción) y el precio de la vivienda continúa en caída libre, erosionando el valor de los colaterales en disposición de la banca. Ciertamente, las entidades financieras están hoy mucho mejor que hace un año, pero dentro de dos o tres años puede estar peor que antes del rescate.

¿La burbuja productiva? Es cierto que nuestro aparato productivo se está readaptando lenta pero adecuadamente: estamos abandonando un modelo insostenible basado en el endeudamiento externo para alimentar el consumo interno y virando hacia otro basado en la exportación para amortizar nuestras deudas exteriores. El problema es que esta reestructuración, que por necesidad debía tomar bastante tiempo, se está prolongado exasperantemente: el sector privado continúa muy endeudado (aunque cada vez menos) y constituye un clamor generalizado la ausencia de financiación para sufragar nuevas inversiones en nuevos productos y en nuevos mercados. Falta libertad y ahorro (que no crédito) para acelerar este imprescindible proceso, pero el PP se ha limitado a consolidar o reforzar la mayoría de regulaciones y a saquear tributariamente al sector privado para evitar pinchar la burbuja estatal.

¿Y la burbuja estatal? Pese a los timoratos recortes del gasto y a las sangrantes subidas de impuestos, continúa tan adiposa como siempre. Si Zapatero redujo el déficit del 11 al 9%, Rajoy lo ha bajado del 9 y al 7. Ahí queda todo. Pírrica proeza que nos condena a terminar 2014 con una deuda pública por encima del 100% del PIB y, lo que es peor, con un déficit que continuará disparado por culpa de un sector público sobredimensionado que, paradójicamente, todos los partidos tachan de raquítico y se afanan en prometer incrementar.

Combinen el estancamiento con el sobreendeudamiento y obtendrán una imagen atinada de la situación: fragilidad. Según las previsiones del propio Gobierno, al terminar la legislatura el PIB y el empleo serán más bajos que al comenzar; la atonía de la recuperación broteverdista habla por sí sola. Esto es lo que tenemos: deudas que siguen acumulándose (sobre todo en el sector público) y riqueza que no llega a crearse para poder reembolsar aquéllas con holgura. Hemos salido (o mejor, nos han sacado) una vez de la suspensión de pagos, pero no hay nada que nos impida regresar a ella; máxime, con dos años electorales y electoralistas por delante, en los que las bancadas liberticidas que pueblan nuestro Congreso (todas) se pelearán por ver quién sube más el gasto y los impuestos, es decir, por ver quién machaca más al sector privado para seguir cebando al público.

La irresponsabilidad broteverdista

Llegados a este punto, toca hacer balance: ¿ha tenido éxito el PP? Si medimos el éxito por haber evitado hasta el momento la bancarrota del país, sin duda alguna lo ha tenido. El mismo éxito que podría haber tenido Zapatero de haber continuado en el poder y de haber recibido el espaldarazo de Draghi. Si, en cambio, medimos el éxito de la política económica del PP por cómo ha contribuido a apuntalar una recuperación saludable, resistente y duradera, su fracaso ha sido rotundo. Hasta la fecha, su política económica se ha centrado en rescatar a la banca y a las Administraciones Públicas a costa de familias y empresas, pero ni banca ni, sobre todo, Administraciones Públicas han completo su saneamiento: al contrario, siguen exhibiendo preocupantes y, en algunos casos, crecientes desequilibrios.

Como sucede con los parásitos, todas las esperanzas del PP están puestas en que el sector privado experimente una recuperación tan vigorosa que le permita seguir sangrándolo para tapar los agujeros presentes y futuros de los sectores público y financiero. Mas el sector privado lo tiene muy complicado para crecer en un contexto de impuestos desproporcionados, regulaciones multiplicadas y ahorro escaso. Si no opera el milagro, las cuentas de la lechera no le saldrán al Gobierno, y, si no le salen, la fragilidad actual se disolverá en dudas y pánico… a menos que se tomen adicionales medidas mucho más impopulares que las adoptadas hasta la fecha y que vayan más allá de lo meramente cosmético y propagandístico (reducción nominal de las pensiones, parálisis de toda obra pública, despido más amplio de empleados públicos y nueva rebaja de sus salarios).

¿Estará el PP en posición de hacerlo? Aunque quisiera (que no quiere), no lo haría a estas alturas de la legislatura. ¿Estará en posición de hacerlo el siguiente Gobierno? Si continúa el PP, ni querrá ni podrá (carecerá de mayoría absoluta); si no gobierna el PP, la coalición bolivariana PSOE-IU hará más bien todo lo contrario… caiga quien caiga.

El panorama es descorazonador, pero lo es por un motivo fundamental: el PP no tomó las duras pero necesarias medidas cuando debía. Ahora ya es políticamente demasiado tarde. Los desequilibrios económicos siguen ahí, pendientes de nuevos ajustes y reformas que nadie traerá. Eso es la irresponsabilidad broteverdista: mantenerte deliberadamente en una posición de debilidad esperando que el viento sople a tu favor y te arrastre hasta la costa. Pero el viento sopla sin fuerza y la balsa continúa llena de agujeros, por mucho que alguno de ellos haya sido chapuceramente taponado.

Por desgracia para todos, estos dos años que concluyen toda la legislatura del PP pueden resumirse en unas frustrantes líneas: traspaso de los muertos de las cajas y del Estado al sector privado para, con la imprescindible cooperación de Draghi, aplazar –que no evitar– la posibilidad de un desastre final. Más Estado y menos mercado, justo lo contrario de lo que necesitábamos.

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