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Francisco Pérez Abellán

Me pongo el tricornio

En un país libre como el nuestro, aun en plena crisis, los ciudadanos y la policía están del mismo lado.

La Guardia Civil ha evolucionado de una forma constante, progresiva y excelente. Cuando organicé las jornadas de reconocimiento universitario al FBI, como fuerza policial internacional, pude apreciar que lo verdaderamente extraordinario es la admiración de los agentes del FBI a la Guardia Civil española. A diario demuestran nuestros policías que son un referente internacional.

Tanto en la localización y recuperación de niños secuestrados como en la interrupción y detección de grandes bandas internacionales. Al mismo tiempo, la localización de fugitivos, las pruebas de laboratorio, las inspecciones oculares y las más arriesgadas misiones de busca y rescate. Lo último ha sido la captura completa y desactivación de la primera franquicia Salvatrucha. Sin duda, me pongo el tricornio como homenaje al benemérito cuerpo, que de forma tal ha sabido entrar en la modernidad y la cultura democrática.

En un país libre como el nuestro, aun en plena crisis, los ciudadanos y la policía están del mismo lado. De modo que si hay quien aplaude a terroristas o gamberros que arrojan objetos contundentes a los agentes, encontrarán a los ciudadanos recriminando su acción y solo a partidas de delincuentes aplaudiendo a los revoltosos.

La paz social se mantiene con la justicia, de la que en nuestro país estamos tan necesitados, pero contando con la fuerza policial que se sobrepone a las dificultades la victoria parece más cercana. A los salvatruchos, que son una auténtica mafia, les han pillado con sus tatuajes de tres puntos en la mano, o del Joker en una pierna. Hasta 35 integrantes fueron capturados cuando intentaban pervertir a la juventud con ese toque que en Cataluña les hace entrar a las mafias latinas como asociaciones culturales, tales como los Latin Kings. Vaya intelectuales. Los salvatruchos son la variedad centroamericana que en España ha dispuesto de una franquicia a la que se han apuntado salvadoreños, rumanos, ecuatorianos, bolivianos, hondureños, paquistaníes, búlgaros y marroquíes. Todo lo cual indica que son un grupo multirracial asociado para el crimen organizado.

No tienen nada que ver con los orígenes de la Salvatrucha, unos tíos acomplejados, denostados como latinos por la basura blanca, que necesitaron una hermandad para sobrevivir en las cloacas y mantener el puesto en la cola para entrar en el tigre (váter). Los salvatruchos no tienen nada que ver con el reflejo romántico e idealizado del cine de bandas latinas. Estos tíos son criminales que se dedican al robo, la extorsión y el lavado de dinero. Obtienen la fidelidad social bajo amenaza y capturan a las pibas para convertirlas en esclavas sexuales. Son cien veces rechazables, pero se han dado cuenta de que en la madre patria les esperan los hombres y mujeres del tricornio, preparados para combatir y vencer a las auténticas maras.

Los guerrilleros y militares travestidos en salvatruchos se han visto por primera vez enfrentados como los traficantes de drogas, armas y personas que son. Pandilleros no de West Side Story, sino de Centroamérica y Mexico. Actúan en células, fuertemente jerarquizadas, pero que se abren como una fruta madura cuando tropiezan con las fuerzas del tricornio. De eso saben mucho los treinta jefes internacionales que toman nota de las células desarticuladas en Barcelona, Tarragona, Gerona, Madrid y Alicante. Los salvatruchos pueden desestabilizar un estado, lo que hasta ahora no era posible porque solo habían llegado malos imitadores.

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