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José García Domínguez

¡Es la productividad, estúpidos!

O volvemos a la industria o volveremos al subdesarrollo. En el fondo, el asunto no deja de ser simple.

O volvemos a la industria o volveremos al subdesarrollo. En el fondo, el asunto no deja de ser simple.

La buena noticia es que, medido en términos de PIB por trabajador, la economía española ha alcanzado ya la misma productividad que Alemania. La mala es que el modo de lograrlo ha sido desmantelando miles de empresas y enviando a vagar por los parques durante todo el día a seis millones de personas. Así las cosas, solo hay tres modos posibles de que esa muchedumbre de paseantes ociosos vuelva a pisar una fábrica o una oficina alguna vez en su vida. La primera es que, igual que hicieran sus abuelos en los años sesenta del siglo XX, emigren en masa hacia el Norte. La segunda, que las industrias españolas que aún no hayan sido destruidas por la moneda única mejoren su productividad dando lugar a un aumento de su dimensión. La tercera es salir del euro. Y no hay más. Ninguna más. Ni los salarios, ni los impuestos, ni la famosa rigidez del mercado laboral, ni el racionamiento de crédito, ni el presunto tamaño elefantiásico del Estado, ni el intervencionismo, ni la falta de emprendedores, ni la "casta" política ni la coleta de Pablo Iglesias: el gran problema de España es la productividad. La productividad y solo la productividad.

Porque si el problema fueran los sueldos, tal como insisten en predicar Krugman y los cabezas de huevo del FMI, la gente estaría saltando la valla de Melilla igual que ahora, pero en dirección al lado marroquí. El problema, sí, es la productividad. Y productividad es sinónimo de industria. O volvemos a la industria o volveremos al subdesarrollo. En el fondo, el asunto no deja de ser simple. Podemos emular al País Vasco, la región con menos desempleo de España gracias a su apuesta estratégica por la industria tradicional en detrimento del turismo y la construcción. O podemos imitar a Baleares, sus antípodas, una comunidad volcada en el monocultivo turístico que, merced a ello, ha logrado tener a fecha de hoy la tasa de abandono escolar más alta de España, un nivel de paro registrado del 23% y una población inmigrante atraída por sus empleos de baja cualificación que supone el 21,7% del censo (frente a apenas un 6,9% en el caso vasco).

Con una hamaca tendida en la playa y una jarra de cerveza se antoja difícil, muy difícil, aumentar la productividad; fabricando máquinas de precisión en una nave industrial, la cosa cambia. Por lo demás, volver a la industria significa volver a la política industrial. Ese viejo cuento de hadas, que el libre mercado arreglaría las cosas por sí mismo, no es más que eso, un cuento. Todos los países del mundo, empezando por Estados Unidos, que destina cada año el 22% del presupuesto nacional a sus empresas militares, intervienen de un modo u otro para impulsar la industria propia. De ahí que suenen bien tanto la letra como la música de ese proyecto, el de los 6.300 millones, que acaba de anunciar el Gobierno. Nada que ver, por cierto, con el aciago Plan E de Zapatero. Aquello, recuérdese, pretendía resucitar la demanda, justo lo contrario de cuanto ahora se pretende con ese paquete de estímulos a la oferta. Por fin, una a derechas.

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