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EDITORIAL

El absurdo de las balanzas fiscales

Plantear la discusión de las balanzas fiscales es un absurdo. Ningún país del mundo lo hace y es lógico que así sea.

No es sencillo determinar si la publicación de las balanzas fiscales regionales que ha tenido lugar esta mañana en el Ministerio de Hacienda es una buena o una mala noticia. Por un lado, se puede pensar que las cifras que ha presentado Ángel de la Fuente servirán para demostrar que el victimismo del independentismo catalán no tiene ninguna base, y que los datos que el Gobierno de Artur Mas ha estado repitiendo una y otra vez están muy alejados de la realidad. Pero por otro, tenemos que admitir que el mero hecho de entrar en el debate es ya una concesión inmerecida al nacionalismo.

Plantear la discusión de las balanzas fiscales es un absurdo. Ningún país del mundo lo hace y es lógico que así sea, puesto que es un instrumento que sólo sirve para enconar los agravios regionales sin aportar casi nada al diseño del modelo tributario. En España, en Francia, en Alemania o en la Conchinchina, todos los sistemas fiscales conocidos se comportan de forma similar: gravando más a los contribuyentes que más tienen y gastando algo más en aquellos de rentas bajas. Por lo tanto, si se calculan las balanzas fiscales, su resultado no puede ser otro que el conocido hoy: las regiones más ricas tienen saldos negativos y las más pobres tienen saldos positivos.

El nacionalismo juega la baza de las balanzas fiscales porque sabe que es una mano ganadora. Cataluña es una región con una renta per cápita superior a la media nacional y con una densidad de población relativamente elevada. Por lo tanto, lo lógico es que sus contribuyentes aporten más con sus impuestos de lo que reciben en cuanto a gasto público. Así, una mera cuestión de matemática tributaria se convierte en manos del victimismo y la demagogia en una supuesta prueba de un expolio inexistente. Como ya ha demostrado Convivencia Cívica, con la publicación de los datos que la Generalidad se niega a presentar, Barcelona tiene un saldo fiscal mucho más negativo respecto a Gerona, Tarragona o Lérida del que puede presentar Cataluña respecto al resto de España.

En realidad, lo que debería explicar Mas a sus ciudadanos es por qué Madrid, una región que hace tres décadas tenía una renta per cápita muy inferior a la catalana, ahora dobla a ésta en su aportación a la caja común. A esta situación no se ha llegado porque exista una animosidad hacia la capital de España, sino debido a su fantástico desempeño económico y a un crecimiento que no ha estado lastrado por los estériles debates identitarios.

No seremos nosotros quienes defendamos el actual sistema tributario español, que ahoga al contribuyente con el objetivo de mantener una estructura pública hipertrofiada. Y del mismo modo, creemos que es perfectamente compatible la crítica al nacionalismo con la petición de cambio de un sistema de financiación autonómico injusto e ineficiente, que hace aguas por todas partes.

Cristóbal Montoro ha insinuado en las últimas semanas que este melón no se abrirá en lo que queda de legislatura, con el argumento de que no quiere "más enfrentamientos y agravios" entre las regiones. Pero al separatismo no se le combate posponiendo los debates necesarios, ni manteniendo un modelo absurdo, heredado de los pactos del zapaterismo con ERC. De hecho, si algo nos va a enseñar la publicación de estas balanzas fiscales es que el nacionalismo no cambiará su discurso ni un ápice, ni siquiera con las cifras reales encima de la mesa y con muchos de sus argumentos aniquilados.

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