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José García Domínguez

El mito de la educación

Tras la cantinela de la austeridad, acaso la mayor falacia económica puesta en circulación en nuestro tiempo sea el célebre mito de la economía del conocimiento.

Tras la cantinela de la austeridad, acaso la mayor falacia económica puesta en circulación en nuestro tiempo sea el célebre mito de la economía del conocimiento.

Nuevo curso, viejos tópicos. Es sabido, la mitad de los españoles adultos, los que se encuentran ahora mismo entre los 24 y los 64 años de edad, no ha terminado ni el Bachillerato ni su equivalente en la FP. Imposible entender, por ejemplo, el nivel del llamado periodismo audiovisual que aquí se consume sin acusar recibo ese dato desolador. Cierto que en Marruecos, en Guatemala y en Jordania las cosas no son muy distintas. Pero, en el contexto de la OCDE, tal manchón estadístico simplemente causa bochorno. Al tiempo, también es sabido, la más celebrada de nuestras extravagancias provincianas, el que toda capital de comarca que se precie disponga de su buena docena de facultades universitarias, progresa adecuadamente. Así, como cada inicio de septiembre, nuevos chiringuitos, a cuál más pretencioso, igual públicos que privados, vienen a ampliar la disparatada obesidad de nuestro sistema de formación superior. El mundo al revés.

Y también una obsesión absurda. Porque, tras la cantinela de la austeridad, acaso la mayor falacia económica puesta en circulación en nuestro tiempo sea el célebre mito de la economía del conocimiento. Una leyenda urbana carente del más elemental soporte empírico. Y es que, simplemente, no es verdad que un trabajador medio contemporáneo deba atesorar muchos más saberes y estudios técnicos que sus equivalentes de hace medio siglo. Al contrario. Obsérvese que un dependiente de una gran superficie comercial ya ni siquiera necesita saber sumar para desenvolverse cotidianamente en su trabajo, para eso están las máquinas lectoras de códigos. Es la gran paradoja: cuanto más sofisticada y tecnificada se torna la vida económica, más gente necesita saber mucho menos a fin de poder incorporarse a ella.

Por contraintuitivo que suene, no existe prueba alguna de que con más educación aumente la prosperidad material de un país. El lugar común de que la educación ha devenido principal fuente de riqueza de los territorios, la premisa primera de toda prosperidad presente y futura, no es más que un bonito cuento chino. Solo es una creencia popular, apenas eso. Véase Taiwán, uno de los tan renombrados tigres asiáticos. En 1960 únicamente la mitad de su población sabía leer y escribir. Y no parece que le haya ido peor que a Argentina, desde siempre país con altísimas tasas de graduados universitarios. ¿O la manifiesta incompetencia matemática del norteamericano de a pie ha provocado que Kazajstán, Armenia y otros patatales con mucho mayor nivel aritmético hayan superado a su país? Ah, los mitos.

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