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EDITORIAL

El manguerazo de Draghi es inútil y perverso

Los estímulos monetarios tan solo generan perversas y contraproducentes distorsiones, cuya factura acaba pagando la población en su conjunto.

Tal y como se esperaba, el Banco Central Europeo (BCE) activó su artillería pesada el pasado jueves, empleando como excusa la temida deflación que se avecina sobre la zona euro. Sin embargo, esta nueva ronda de estímulos monetarios no solo no funcionará, sino que generará problemas adicionales a medio y largo plazo. Todo el mundo -analistas, inversores y gobiernos- daba por hecho que había llegado el momento de poner en marcha la denominada flexibilización cuantitativa -Quantitative Easing (QE)- con el objetivo de combatir la debilidad que sufre la economía europea. Y, por desgracia, Mario Draghi no defraudó. El BCE comprará más de un billón de euros de deuda pública y privada hasta finales de 2016. La intención del plan consiste en abaratar, aún más, la financiación de los estados, al tiempo que los bancos disponen de un mayor margen para poder prestar a familias y empresas y, de este modo, impulsar el consumo, la inversión y, por tanto, el crecimiento del PIB.

Pero el BCE se equivoca de nuevo. No es la primera vez que la institución monetaria lanza un manguerazo de semejante tamaño, y a la vista están los resultados cosechados. El problema de fondo es que una crisis de deuda no se solventa con más deuda y, además, por mucho que se abarate la financiación, familias y empresas se resistirán a pedir prestado hasta que saneen sus balances de las malas inversiones realizadas en el pasado. De hecho, el origen de la nefasta burbuja crediticia que sufrieron EEUU y la UE durante la pasada década fue la laxa política monetaria que desarrollaron sus respectivos bancos centrales, con lo que, difícilmente, se solventará la actual crisis repitiendo los graves errores cometidos años atrás. En última instancia, este tipo de medidas acabarán produciendo nuevas y peligrosas burbujas.

La compra masiva de deuda por parte del BCE será inútil. Son muchos los economistas que ponen como ejemplo la recuperación de EEUU y Reino Unido para aseverar que la política monetaria funciona, pero lo cierto es que ambos países crecen a pesar de los estímulos de sus bancos centrales, no gracias a ellos. Y la prueba es Japón. Las economías norteamericana y británica son muy flexibles, ya que se sitúan entre los primeros puestos del ranking mundial de libertad económica. Japón, por el contrario, sufre graves rigideces productivas y, como consecuencia, padece un agónico estancamiento desde hace más de 20 años, a pesar de que los tipos de interés se mantienen congelados en el 0% y su banco central ha comprado cantidades ingentes de deuda pública y privada. En este sentido, la política monetaria tan sólo combate los efectos de la crisis (contracción crediticia y deflación), no sus causas (rigidez económica, deuda improductiva y déficit público), de modo que no soluciona nada.

Por otro lado, este tipo de medidas resultan contraproducentes, ya que, al reducir los costes de financiación, incentivan el endeudamiento de los gobiernos más irresponsables y díscolos, alimentando con ello la creación de nuevas burbujas de deuda pública. Además, el programa de compras del BCE tiene un agravante adicional, puesto que instaura la mutualización de deuda soberana en el seno de la zona euro. Es decir, los contribuyentes de todos los países miembros acabarán pagando los despilfarros y excesos de los gobiernos manirrotos, lo cual, además de injusto, es tremendamente perverso desde el punto de vista moral.

La solución a los problemas económicos de la eurozona no radica, pues, en la inyección permanente e indiscriminada de liquidez por parte del BCE con el ilusorio fin de reactivar el crédito, sino en la aprobación de profundas reformas estructurales para mejorar la competitividad económica y en la reducción de gasto público e impuestos para garantizar el equilibrio presupuestario. Los estímulos monetarios tan solo generan perversas y contraproducentes distorsiones, cuya factura acaba pagando la población en su conjunto, tal y como ha demostrado la presente crisis.

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