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José García Domínguez

Grecia no tiene solución

Lo mismo, acaso con algún que otro matiz regional, se puede afirmar del resto de los Estados-nación del sur de la Zona Euro, Península Ibérica incluida.

Lo mismo, acaso con algún que otro matiz regional, se puede afirmar del resto de los Estados-nación del sur de la Zona Euro, Península Ibérica incluida.

Lo grave no es que Grecia cargue hoy con una deuda tan inmensa como impagable. Lo en verdad grave es que Grecia seguiría estando más o menos igual si Merkel les condonase mañana el 100% de su inmensa deuda impagable. Eso es lo terrible, que con deuda o sin deuda Grecia no resulta económicamente viable dentro de la Unión Europea. Y no solo Grecia. Lo mismo, acaso con algún que otro matiz regional, se puede afirmar del resto de los Estados-nación del sur de la Zona Euro, Península Ibérica incluida. Los que rehúsan admitir la genuina dimensión histórica de la tragedia de Europa, así el grueso de nuestras elites, siguen aferrándose como un clavo ardiendo al mantra de las reformas estructurales. Igual que todo el mundo sabe pero nadie osa confesar en público, el sintagma reformas estructurales remite a lo perentorio de degradar de modo permanente las condiciones salariales y laborales de la población, única forma que se presume viable a fin de que las economías de la Europa meridional puedan emerger algún día del fondo del pozo.

Consciente o inconscientemente, es China lo que tienen en la cabeza cuantos propugnan tal terapia de choque. China y el viejo mito de la mano de obra barata. Un mito que, como todos los mitos, resulta ser falso. A fin de cuentas, si la de los salarios bajos no fuese una falacia, la provincia de Badajoz, donde los sueldos han sido notablemente inferiores a los vigentes en Cataluña a lo largo de los últimos cien años, habría alcanzado ya el nivel económico de Barcelona. Y no parece que sea el caso. Bien al contrario, si algo enseña la evidencia fáctica es que ningún territorio, tanto da regiones o países, se ha desarrollado jamás gracias a su diferencia salarial. Y es que los costes laborales reducidos constituyen lo que los matemáticos llaman una condición necesaria pero no suficiente.

Marruecos no paga a sus obreros fabriles mucho más que China, y sin embargo nadie parece angustiado por la competencia de los productos marroquíes en los mercados globales. Dentro de España, a Andalucía no le han servido de nada sus sueldos más bajos en relación a Madrid, el País Vasco o Cataluña; absolutamente de nada. Y en el marco más amplio de la Zona Euro ocurre otro tanto de lo mismo: ni Grecia ni España van a levantar cabeza por rebajar aún más su nivel salarial en relación a Alemania u Holanda. Porque el problema no reside en los sueldos sino en la productividad. La industria china ha logrado igualar en muchos sectores la productividad de Occidente. Por eso resulta tan temible, no por los sueldos de risa que cobran sus trabajadores.

La productividad, sus diferencias tan significativas e insalvables entre el norte y el sur de la Zona Euro, eso es lo que está destruyendo la Unión Europea a cámara lenta desde 2008. Todo lo demás, el carajal de la deuda y las tensiones recurrentes de la moneda única, resulta, en el fondo, accesorio. Y el de las disparidades espaciales de productividad en territorios que comparten moneda es un problema que el mercado no puede resolver. Nunca ha podido y nunca podrá. El mercado no puede pero la tecnocracia tampoco. De ahí el clamoroso fracaso de aquellos llamados fondos de cohesión que a nadie cohesionaron. El drama, pues, está servido.

En Libre Mercado

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