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Guillermo Dupuy

¿Y la soberanía nacional de Alemania?

Lo que es una tomadura de pelo es rechazar toda tutela del exterior y, al mismo tiempo, exigir al exterior que sufrague tu acción de gobierno.

La artimaña de apelar a la "soberanía nacional" como forma de rechazo a las condiciones que la troika impone al nuevo Gobierno griego no por exitosa deja de ser el colmo de la desfachatez. Y por varios motivos.

En primer lugar, porque no es de recibo reivindicar tu soberanía o tu derecho a comer carne cuando perteneces y pretendes seguir perteneciendo a un club de vegetarianos. El Gobierno griego, en un ejercicio de soberanía nacional –y de descomunal falsificación contable, dicho sea de paso–, aceptó una unión monetaria que le imponía una serie de reglas y por la que renunciaba a la potestad de devaluar la moneda como forma de que su sector público siguiera viviendo por encima de sus posibilidades. Si el nuevo Gobierno griego quiere soberanamente salirse de donde tan soberana y tramposamente entró en su día, que lo haga. Pero lo que es una tomadura de pelo es rechazar toda tutela del exterior y, al mismo tiempo, exigir al exterior que sufrague tu acción de gobierno. Eso no es un ejercicio de soberanía, sino de infantil despotismo.

Como liberal, ni la Comisión Europea, ni el FMI ni el Banco Central Europeo son santos de mi devoción; pero si la izquierda niega a la troika legitimidad para imponer condiciones a un Gobierno soberano, ¿por qué sí se la otorga para conceder a dicho Gobierno créditos con el dinero del resto de los contribuyentes europeos? Ninguna familia española ha extendido libre y voluntariamente al Estado griego crédito alguno. Si este nos debe a los españoles cerca de 30.000 millones de euros es por culpa de nuestro Gobierno y de esos organismos supraestatales que, por lo visto, tienen toda la legitimidad del mundo para hacerlo pero ninguna para exigir garantías de devolución.

Si, en lugar de hacerlo con el del forzado contribuyente, la Sra. Merkel –o cualquier otro gobernante europeo– hubiera utilizado su propio dinero para extender créditos a particulares con tal alto riesgo de impago como tiene el Estado griego, no duden ustedes de que la hubieran podido incapacitar por pródiga. Pero, claro, como el dinero del contribuyente, ya se sabe, "no es de nadie", y como la cosa va entre Estados, organismos capaces de sacar y, si es necesario, envilecer el dinero por la fuerza, pues ahí vemos a la canciller alemana como adalid de la austeridad y exponente del sacrosanto equilibrio presupuestario de la Zona Euro.

El problema es que a los ciudadanos alemanes ya se les han hinchado las narices ante tamaña perversión del concepto de solidaridad europea, perversión en la que han incurrido los que han solicitado los créditos tanto como los que los han concedido. Y si tan respetuosos hemos de ser con lo que quieren los ciudadanos griegos, el mismo respeto se merecen los ciudadanos alemanes que, no menos soberanamente, se oponen a que el gasto público griego siga corriendo de su cuenta.

Mucho me temo, sin embargo, que la prodigalidad del Estado griego va a continuar, aunque vuelva a ser de forma maquillada. Y no tanto por la perversión que los populistas hagan del concepto de solidaridad europea, sino por culpa de los no menos envilecidos conceptos de austeridad y ortodoxia que tiene la conocida y despilfarradora casta que los financia.

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