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José García Domínguez

¿Tres millones de empleos, presidente?

En un alarde de pensamiento mágico, el presidente del Gobierno acaba de anunciar en las Cortes su propósito perentorio de crear tres millones de empleos.

En un alarde de pensamiento mágico, el presidente del Gobierno acaba de anunciar en las Cortes su propósito perentorio de crear tres millones de empleos.

En un alarde de pensamiento mágico, y ante la muy inaudita credulidad silente del Hemiciclo todo, el presidente del Gobierno acaba de anunciar en las Cortes su propósito perentorio de crear tres millones de empleos. ¡Tres millones! O sea, un millón tres veces. Como es sabido, el pensamiento mágico consiste en un modo patológico de razonar que lleva a admitir como ciertas unas conclusiones carentes de la más elemental consistencia lógica interna. Bien, pues al parecer a Mariano Rajoy le ocurre como a ciertos chamanes de algunas religiones primitivas, esos que viven persuadidos de que su pensamiento personal puede ocasionar por sí mismo efectos que alteren la realidad exterior. Acaso de ahí que el presidente haya obviado el pequeño detalle de explicarnos cómo la economía española va a obrar semejante milagro de los panes y los peces.

A falta de más aclaraciones, nos veremos obligados a elaborar nuestras propias conjeturas al respecto. Puesto que la especialización productiva del país, el célebre modelo, no parece que haya cambiado ni un ápice en los últimos cinco minutos, habrá que inferir que el grueso de esos tres millones de empleos va a salir de donde siempre, esto es, del ladrillo y del turismo. ¿Resultaría ello posible? La respuesta es simple: no. Veamos el motivo. Y empecemos por la construcción. Muchos ilustres economistas españoles con mano en el BOE nunca se han parado a pensar para qué sirven las casas. Pero conviene saber que las casas sirven para que viva gente en ellas. De hecho, solo sirven para eso. Ergo, si no hay gente, no hacen falta casas. Y en España resulta que no hay gente. Porque, para que la haya, antes tiene que nacer. Y aquí ya no nace. O nace muy poca, lo que viene a ser lo mismo. Sin llegadas masivas de inmigrantes como las que se produjeron a principios de siglo, la demografía española exige construir cinco viviendas nuevas al año por cada mil habitantes. Cinco y solo cinco. En números redondos, 250.000 cada doce meses. Una tercera parte de las que se empezaban hace siete años. Es lo que hay.

Y ello sin contar los 800.000 pisos aún vacíos que nos dejó en herencia la burbuja, el equivalente a tres años de trabajo para el sector al completo. Con tal panorama estadístico, algunos siguen convencidos de que, en un país donde todo el mundo continúa endeudado hasta las cejas, se va a producir una compra masiva de segundas y terceras residencias en la costa que dispare de nuevo la demanda. También hay personas, y muchas, que creen en los marcianos, sí. Vayamos ahora con el turismo. Está calculado, la creación de medio millón de nuevos puestos de trabajo en el sector turístico requeriría que España fuera elegida anualmente por 83 millones de visitantes extranjeros, una cifra superior en dos millones al número que recibe el país más turístico del mundo, Francia. ¿Es un objetivo realista? No lo parece. ¿Resulta verosímil suponer que, en un contexto de crisis generalizada en la mayor parte de los países de la Unión Europea, nuestros principales clientes, va a dispararse el número de turistas? Tampoco lo parece. Pues Rajoy barrunta que sí. ¡Ah, los chamanes!

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