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EDITORIAL

No hay que fiarse de Syriza

Grecia no es un país fiable. Así lo ha demostrado tanto la historia como la presente crisis de deuda. El Estado heleno es el peor pagador del mundo. Desde que el país logró su independencia a principios del siglo XIX, ha quebrado un total de seis veces y se ha pasado casi la mitad del tiempo, más de 90 de los últimos 190 años, en situación de quiebra o en pleno proceso de reestructuración soberana.

La actual crisis no ha sido una excepción. Grecia entró en el euro falseando sus cuentas públicas y mantuvo esa descarada manipulación presupuestaria hasta descubrirse que su déficit real superaba ampliamente la barrera del 10% del PIB, desatando, como es lógico, una tormenta a nivel financiero. Desde entonces, Atenas ha precisado de la financiación extraordinaria de sus socios comunitarios para seguir en pie. Por el momento, la factura del recate heleno asciende a 240.000 millones de euros, y el problema es que, a pesar de que se han aplicado dos reestructuraciones de deuda -con quita incluida- en los últimos años, los griegos insisten en impagar lo que deben. Prueba de ello, es la victoria electoral de Syriza.

La coalición de izquierda radical llegó al poder el pasado enero con el firme propósito de suspender pagos de forma unilateral, abandonar el actual programa de rescate, revertir la senda de austeridad y reformas que necesita el país para equilibrar sus cuentas y volver a crecer, al tiempo que rechazaba la supervisión de la troika. Pero el partido que lidera Alexis Tsipras no ha tardado mucho en chocar de bruces con la realidad. A saber, que la implementación de su ruinoso programa económico no tiene cabida en la zona euro. Ante la amenaza real de corralito bancario y salida de la Unión Monetaria, Atenas se rindió esta semana a los postulados de la troika, renunciando, punto por punto, a sus principales promesas electorales. Syriza dice ahora que pagará la deuda en tiempo y forma, acepta el rescate, la austeridad e incluso la troika (hoy "instituciones").

A cambio, el resto de países del euro, con Alemania a la cabeza, se comprometen a seguir financiando a Grecia con el fin de evitar su quiebra, impulsar su recuperación y garantizar su permanencia en el euro. Pese a todo, no se puede cantar victoria. Lo cierto es que el acuerdo alcanzado entre Atenas y el Eurogrupo es tan sólo un primer paso en la buena dirección. Ha llegado el momento de que las palabras se conviertan en hechos concretos. De poco vale que Syriza acepte las condiciones de la troika si suaviza o se niega a cumplir estrictamente sus compromisos. En este sentido, conviene recordar que, tras la aprobación del rescate internacional, los políticos griegos pusieron numerosas trabas y dificultades a la hora de aplicar los recortes y reformas acordados. Tan sólo en los dos últimos años, bajo el anterior Gobierno de Samaras, se han producido ciertos avances significativos en esta materia, aunque todavía insuficientes.

Syriza tiene hasta el próximo mes de abril para demostrar si su palabra tiene o no algún valor. Si cumple todos y cada uno de sus compromisos con el Eurogrupo, renunciando a buena parte de su programa electoral, Grecia podrá acceder a las líneas financieras puestas a si disposición, pero, en caso contrario, no puede recibir ningún tipo de asistencia adicional. La ayuda concedida a Grecia no debe convertirse en un rescate eterno a costa de todos los contribuyentes europeos para que la nefasta e irresponsable clase política helena siga gastando a placer con el único fin de conservar el poder. La tarea pendiente de Syriza consiste en ganarse la credibilidad.

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