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José García Domínguez

El mercado no existe

El mercado no existe. Ni existe ni ha existido nunca ni nunca existirá. Como todos los mitos, no es nada más que un relato.

El mercado no existe. Ni existe ni ha existido nunca ni nunca existirá. Como todos los mitos, no es nada más que un relato. Y como todos los relatos, únicamente adquiere carta de naturaliza en la imaginación de cuantos creen en él. Igual que los dioses, las naciones, los derechos humanos, la justicia o el dinero, el mercado solo es otra ficción creada por la rama escindida del tronco común de los grandes simios que hemos dado en llamar Homo sapiens. No existe, desde luego, pero tampoco es una mentira. La diferencia entre las mentiras y las realidades imaginadas, como por ejemplo el mercado, es que esas últimas son algo en lo que todos creen y, mientras esa fe compartida persiste, la realidad imaginada en cuestión ejerce una influencia efectiva sobre el universo tangible.

El mercado, lejos de poseer naturaleza propia alguna, es tan hijo del Estado, su genuino progenitor, como lo puedan ser los impuestos, la policía, los ejércitos, el sistema de pesos y medidas o el código de la circulación. Y ello porque la suprema fantasía de los filósofos de la Ilustración, aquel individuo solitario que decidió firmar libremente un contrato con la sociedad, no fue más que eso: una fantasía. Tal personaje jamás ha habitado en el mundo real. De ahí que lo en verdad opuesto al Estado sea la selva, no el mercado. Y en la selva, o si se prefiere en el estado de naturaleza del que habló Thomas Hobbes, no solo la vida resulta desagradable, brutal y breve, sino que tampoco rigen los derechos de propiedad.

Al igual que el respeto a lo pactado en los contratos, a las herencias fijadas en los testamentos o las garantías de los acreedores frente a los deudores, es el intervencionismo activo del Estado, su poder coercitivo, su monopolio de la violencia legítima, lo único capaz de permitir que exista el mercado. Padre e hijo, no cosa distinta resultan ser. Por eso, en la selva hay leones, tigres y panteras, pero no mercados. Sin mercados puede haber Estado. Viceversa es imposible. Contra lo que ellos seguramente creen, tanto Montserrat Caballé como Leo Messi, Torroja, Sánchez Vicario o el motorista Márquez son ricos no gracias al mercado, sino merced a haberse beneficiado de un monopolio legal fijado y controlado con extremo rigor por el Estado, monopolio que se encargan de proteger todos los días del año so pena de estrictos castigos a los infractores.

Así, desprovistos de los derechos de imagen y de la llamada propiedad intelectual que el Estado se encarga de garantizarles, ninguno de ellos hubiera alcanzado jamás las fortunas que se les atribuyen. Ha sido la intervención de los poderes públicos, no el mercado, lo que les ha permitido hacerse millonarios. Intervención que recuerda demasiado a los privilegios de los gremios medievales como para no repugnar a un espíritu liberal. ¿Por qué no acabar con ella, y en nombre del liberalismo? ¿Por qué no permitir que los contribuyentes consignen en su declaración del IRPF los nombres de los creadores y artistas llamados a ser retribuidos con una parte de sus impuestos igual que ya ocurre con las iglesias? ¿Por qué no implantar de una vez algo remotamente parecido al mercado?      

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