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EDITORIAL

El nacionalismo empobrece a los catalanes

Tiempo atrás, Cataluña era el motor indiscutible de la economía española gracias a la atracción de capitales, empresas y trabajadores, a su elevado dinamismo empresarial y admirable espíritu emprendedor y a una mentalidad abierta y cosmopolita que enriquecía tanto a la sociedad como a la actividad económica y cultural de la región. Sin embargo, esa Cataluña moderna, próspera e integradora se ha ido convirtiendo en una sombra de lo que fue conforme el nacionalismo, cuya naturaleza es excluyente y profundamente intervencionista, ha ido imponiéndose a través del ejercicio político.

En la actualidad, es Madrid, y no Cataluña, el gran ariete de la economía española, hasta el punto de que la renta per cápita de la primera ronda los 31.000 euros al año frente a los 27.000 de la segunda. Además, Madrid recibe casi cinco veces más inversión extranjera que Cataluña y lidera la inversión en I+D tras haberse convertido en el destino favorito de las grandes empresas, tanto nacionales como extranjeras. De hecho, el deterioro que ha sufrido Cataluña en los últimos años es de tal calibre que, lejos de aportar riqueza al conjunto del país, el Gobierno decidió acudir al rescate de su enorme sector público con el dinero de todos los españoles para evitar la quiebra de la Generalidad, acaparando así la mayoría de los mecanismos de asistencia financiera puestos a disposición del conjunto de comunidades autónomas. Como consecuencia, paradójicamente, Cataluña es hoy más dependiente del resto de España que nunca.

Gracias al nacionalismo, Cataluña es la región que más impuestos subió durante la crisis y, por tanto, la que soporta una mayor presión fiscal, donde más aumenta el gasto público, la autonomía más endeudada de España y la que sufre uno de los mayores descuadres presupuestarios. Si a sus nefastas cuentas públicas se suma, por otro lado, el perjudicial intervencionismo nacionalista, la asfixiante presión política y mediática que padecen quienes piensan diferente o la incertidumbre que está generando la suicida deriva secesionista impulsada por Artur Mas y sus acólitos, el declive de la economía catalana tan sólo se agrava por momentos, con todo lo que ello supone en términos de riqueza y empleo.

Y lo más trágico es que buena parte de la sociedad catalana cree, ingenuamente, que quienes están destrozando sus bolsillos, la economía de su región y la solvencia de sus cuentas públicas van a construir un futuro de abundancia y prosperidad bajo una hipotética Cataluña independiente cuando, en realidad, sería todo lo contrario. La ruptura con el resto de España y la consiguiente salida de la UE dejaría a la economía catalana, muy dependiente del sector exportador, fuera del mercado único, lo cual se traduciría en una crisis económica y social muy profunda. Pero más allá de esas indiscutibles evidencias, mucho más iluso aún es pensar que la combinación de nacionalismo y extrema izquierda, cuyos miembros son los promotores del separatismo, es capaz de generar unas bases mínimas para la creación de riqueza y empleo. En este sentido, al igual que Grecia caería en el más absoluto caos fuera del euro, Cataluña se empobrecería hasta niveles difícilmente imaginables fuera de España. El resto no son más que simples utopías para ciegos e incautos.

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