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José T. Raga

¿Qué incertidumbre?

Desde hace muchos años, admiro la figura del empresario y sostengo la doctrina que la respalda, acorde con la literatura empresarial más consolidada, de la que se deduce su función en una economía libre. Una función encaminada al máximo crecimiento económico y bienestar –a partir de unos recursos escasos– que, de no hacerla esa denostada figura del empresario, no la hará nadie.

De lo dicho será fácil colegir mi actitud de sorpresa y de preocupación por el contenido de un estudio realizado por el Banco de España, dado a conocer en el Boletín Económico de la entidad correspondiente al mes de octubre, en el capítulo titulado "Un análisis de los resultado de la última encuesta de formación de salarios de las empresas españolas". Mi preocupación se produce ante un dato concreto, referido a la actitud de los empresarios, en cuantía tan elevada como del ochenta por ciento, a la hora de contratar personal, y hacerlo con visos de permanencia.

Si el motivo de la temporalidad se basara en una preferencia en la elección, teniendo en cuenta las posibilidades que ofrece la legislación laboral vigente, ni siquiera habría considerado el problema, pues la decisión empresarial, como cualquier decisión, es el resultado de una elección entre alternativas. Una elección que, acertada o errónea, producirá sus efectos positivos o negativos para la empresa, y a la vez servirá para distinguir entre buenos y malos empresarios; pero, en definitiva, empresarios.

La alarma deviene del principal motivo alegado por el 80 % de las 1.975 empresas que dieron respuesta a la encuesta, de que la razón para la no contratación indefinida del factor trabajo es debida a "la incertidumbre sobre las condiciones económicas". Si un empresario se detiene ante las incertidumbres económicas, quién esperamos que actúe para salir de la incertidumbre a la certidumbre, o para salir de la recesión a la expansión.

De las grandes teorías sobre el empresario, ninguna de ellas contempla un personaje cuyos atributos le llevan a detenerse ante una incertidumbre de carácter económico. Precisamente, el empresario es la figura capaz de ver lo que otros no ven; capaz de, en medio del escenario económico más adverso, descubrir la oportunidad para desarrollar una actividad económica encaminada a conseguir un beneficio. Y es que el empresario de verdad mira al mercado, no al Boletín Oficial del Estado o de la comunidad, ni a la autoridad político-administrativa de la que espera un trato favorable.

¿No serán las incertidumbres políticas, y no las económicas, las que son un obstáculo para la actividad empresarial? Si esta hubiera sido la respuesta, sinceramente me habría evitado parte de mi preocupación. Ahí comprendo que España no está en su mejor momento. Y no lo está, no tanto por si gobiernan los amigos o los enemigos, sino por la medida en que se alteren sustancialmente las reglas del juego, que no son otras que el respeto escrupulosos a los derechos humanos; a todos, pues no son susceptibles de parcelación.

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