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José García Domínguez

¿Qué está pasando en la Bolsa?

A veces, lo extremadamente complejo puede explicarse de un modo extremadamente simple.

A veces, lo extremadamente complejo puede explicarse de un modo extremadamente simple. Es lo que ocurre, sin ir más lejos, con la Gran Recesión de 2008, la segunda convulsión sistémica del orden capitalista mundial, cuya penúltima sacudida andan sufriendo los mercados bursátiles hoy. De hecho, para entender lo que ocurre solo hay que quitarse de la cabeza, siquiera por un instante, las convenciones de la ideología económica ortodoxa, esos modelos de pensamiento basados en la interacción de las curvas de oferta y demanda. Bueno, también se requiere una cierta perspectiva histórica. Y es que la explicación de cuanto acontece en las bolsas, el hundimiento generalizado de las cotizaciones, habría que ir a buscarla en el último tercio del siglo XX; en concreto, procede remontarse a 1973. Desde aquella fecha y hasta la quiebra de Lehman Brothers en 2008, es decir, a lo largo de 35 años seguidos, en el corazón mismo del orden capitalista global, esto es en Estados Unidos, comenzó a pasar algo muy raro, tan raro que resultaba incompresible para cualquier mirada racional. Así, desde 1973 hasta 2008, Estados Unidos consiguió vivir a crédito del resto del mundo. ¡Durante 35 años seguidos! A lo lago de esa eternidad, Norteamérica importó cada año bienes por un valor muy superior al de sus exportaciones. Pero no solo eso. Durante los mismos siete lustros el sector público norteamericano gastó todos los años mucho más dinero del que ingresó vía impuestos. ¿Cómo consiguieron obrar semejante milagro de los panes y los peces por extensión de un tercio de siglo? Pues porque el dinero llamado a cubrir la diferencia crónica entre sus ingresos y sus gastos lo aportó el resto del planeta.

Una montaña de dinero extranjero, el que se canalizaba desde Wall Street, que serviría, además, para atiborrar de créditos personales a sus ciudadanos. Así fue como su economía logró consumar un tercer milagro. Y es que en Norteamérica ocurre algo más asombroso todavía desde aquel remoto 1973, a saber, que los salarios de la población han permanecido estancados. Aunque parezca increíble, un norteamericano medio gana hoy lo mismo que en 1973. Los americanos de 2008 ingresaban idéntico sueldo que en 1973 pero, huelga decirlo, consumían muchísimo más que sus iguales de 35 años antes. ¿Y cómo se puede entender eso? Muy simple: la gente ha estado comprando a crédito sin interrupción durante 35 años… Hasta que el sistema financiero yanqui reventó. ¿Y qué compraron con ese dinero prestado por el resto del mundo durante tanto tiempo? Pues compraron toda la producción sobrante de Europa, China y Japón. Eran ellos quienes se quedaban con los televisores, las lavadoras, los teléfonos móviles, los cepillos de dientes y los sombreros mejicanos que europeos, chinos y japoneses fabricábamos pero deveníamos incapaces de consumir. Al igual que existía un prestamista de última instancia (el banco central) para cuando se agotase el crédito privado, existía también un consumidor de última instancia (los habitantes de Estados Unidos) para cuando se agotase la demanda mundial de mercancías. ¿Y dónde está el problema? El problema está en que eso ya no lo pueden hacer. Estados Unidos ya no puede mantener sus dos déficits gemelos, el célebre Minotauro global en feliz metáfora de Varoufakis, desde que estalló la Gran Recesión.

¿Pero qué tiene que ver esa historia con el hundimiento de las bolsas ahora, en 2016? Tiene que ver mucho. Tras el derrumbe de 2008, la Reserva Federal empezó a regalar el dinero (no otra cosa distinta es prestarlo a tipos de interés que ronden el cero por cien). Oportunidad que aprovecharon las empresas chinas para tomar prestados aquellos dólares caídos del cielo. Los consorcios chinos empezaron a llenar sus balances con dólares que no les costaban nada mientras esa misma moneda, el dólar, se depreciaba en los mercados de divisas frente a la suya propia. Un negocio redondo en apariencia. Pero solo en apariencia. Porque con todos esos dólares arrendados en América había que, primero, fabricar algo y, segundo, venderlo. Venderlo, sí, pero ¿a quién? Europa, enfrascada en la obsesiva doctrina alemana de la austeridad, ha mutilado el poder de compra de su población al máximo. Aquí, en la Unión Europea, no hay una escoba que vender porque casi nadie la puede comprar. En cuanto al mercado norteamericano, el final brusco de su capacidad para atraer los capitales ociosos del resto del mundo ha hecho que deje de constituir la gran válvula de escape para los excedentes chinos. Simplemente, no hay donde colocar todas esas mercancías fabricadas a crédito. Pero sí hay que devolver los créditos. Y devolverlos, ¡ay!, cuando comprar un dólar en China sale mucho más caro que antes porque, primero, ya no los dan gratis en la Reserva Federal y, segundo, la moneda americana se ha revaluado frente a la china, lo que dificulta su adquisición aún más. En resumen, montañas de cachivaches made in China sin comprador posible y montañas de créditos a retornar sin que se sepa de dónde demonios sacar para pagarlos. Eso es lo que hay detrás del pánico escénico de las bolsas mundiales. Mal asunto.

En Libre Mercado

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