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EDITORIAL

El escándalo del déficit público, otro baldón de Rajoy

Lo importante era la economía, nos decían el presidente y los suyos una y otra vez, pero la realidad es que tampoco en este campo se tomaron las medidas necesarias.

El déficit del conjunto de las Administraciones pública superó con holgura el 5% en 2015, prácticamente un punto por encima de lo acordado con Bruselas, que era un 4,2%. Una cifra que, como las demás desde que Mariano Rajoy es presidente del Gobierno, había sido revisada al alza y un compromiso que, como viene ocurriendo desde 2012, no se ha cumplido.

En esta ocasión, sin embargo, el incumplimiento es especialmente grosero: las distintas Administraciones públicas han gastado unos 10.000 millones más de lo acordado, que ya era mucho más de lo que ingresan, a pesar de las atroces subidas de impuestos, solo aliviadas en una pequeña parte por las últimas rebajas del IRPF. La cifra total es absolutamente mareante: el Estado ha gastado 55.000 millones más de lo que ha ingresado.

Durante toda la legislatura, el Gobierno ha insistido en priorizar la gestión económica sobre cualquier otra cuestión y el resultado ha sido que prácticamente no ha hecho política: ni se ha luchado contra el desafío nacionalista, ni se ha corregido el desastre en la educación, ni siquiera se ha cambiado la disparatada política exterior de Zapatero.

Todo porque, según nos decían una y otra vez, lo importante era la economía y, tal y como repitió Rajoy docenas de veces, "uno no puede gastar más de lo que tiene" y era prioritario contener el déficit.

El resultado práctico al final de la legislatura es que la economía también ha sido en buena parte un gran fracaso de Rajoy, que en cuatro años ha sido incapaz de contener uno de los principales problemas –el descomunal gasto público– y sólo en parte ha contenido otros como el paro.

Lo importante era la economía, nos decían el presidente y los suyos una y otra vez, pero la realidad es que tampoco en este campo se tomaron las medidas necesarias, bien sea por pura incapacidad en un Gobierno que desde el primer día dejó clara su falta de calidad y talla políticas; bien por falta de otra voluntad política que no fuese preservar el statu quo de una Administración elefantiásica, los grupos económicos y de presión que medran a su vera y, por supuesto, la clase política, que no ha perdido ni uno de sus numerosísimos privilegios y muy pocos de sus incontables enchufes.

Lo cierto es que el Gobierno que presume de su capacidad de gestión no ha sido capaz de gestionar el déficit, no ha sido capaz de hacer que las comunidades autónomas cumpliesen la ley, no sido capaz de parar la sangría de gasto que ha arruinado la economía. Lo que sí ha logrado, eso no se le puede negar, es la ayuda de Bruselas y el Banco Central Europeo y, sobre todo, cargar el mayor peso de la recuperación sobre las espaldas de los ciudadanos y las familias, que han sido los que han sufrido el paro, la pérdida de poder adquisitivo y las demás dificultades, mientras la gran maquinaria estatal no adelgazaba.

Rajoy logró las mayores cuotas de poder de la historia reciente cuando los votantes le eligieron para reparar el desastre dejado por su antecesor, pero en lugar de eso ha cometido los mismos errores y dicho las mismas mentiras que Zapatero, perdiendo el mayor caudal político que ha tenido nunca el centroderecha y una oportunidad histórica para reformar España, que difícilmente volverá a darse en décadas.

Ese es su triste balance y con él pretende presentarse a las elecciones de nuevo. El resultado no puede ser otro que un nuevo y aún más sonoro fracaso para él y para los populares; porque si el PP no ofrece nada nuevo, será difícil que los españoles confíen en un partido y unos dirigentes que hasta ahora sólo han sido capaces de fracasar y de mentir.

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