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Domingo Soriano

El cambio de horario: ¿’milonga’ o reforma con sustancia?

Todos los partidos coinciden en retrasar la hora. Si no hay sorpresas, a partir de otoño tendremos el horario de Reino Unido. ¿Servirá de algo?

España no es un país muy dado a las reformas. Y menos aún por consenso. Vamos ya camino de una década de crisis económica y no se atisba en el horizonte una posibilidad real de acuerdo para una reforma integral del mercado laboral, la Justicia, el sistema educativo o la financiación autonómica. De hecho, si acaso las diferencias parecen crecer según pasan los meses. Todos los partidos hablan de grandes pactos nacionales, pero a la hora de la verdad, las posibilidades de lograrlos son mínimas.

Sin embargo, en las últimas semanas ha cogido impulso una idea aparentemente menor, pero que ha logrado un consenso casi universal. No es la primera vez que se habla de ello, pero ahora todo apunta a que va en serio. Hablamos del cambio de horario en la península. Es decir, que el resto de España pase a tener la misma hora que Canarias, Portugal y el Reino Unido.

Ciudadanos ha sido el partido que más ha empujado para que esta propuesta salga adelante. De hecho, es la medida estrella de su documento "Propuestas sobre políticas de igualdad y conciliación entre vida familiar y laboral". También está en el pacto que firmó con el PSOE. Mariano Rajoy, el presidente del Gobierno, ha abogado por impulsar la idea "para adecuar el horario a nuestras necesidades". Y fue una de las medidas que las bases de Podemos propusieron a su dirección para el programa electoral, aunque luego no llegó a ser incluida en el mismo.

Y no sólo los políticos. En los medios de comunicación también se reclama el cambio de hora. En las últimas semanas, El País o El Mundo, en otros temas tan alejados editorialmente, han realizado especiales sobre el tema. En resumen, que todo el mundo parece estar de acuerdo. Es una de esas raras unanimidades de la política española. Por lo tanto, si nadie lo impide, se hará… una vez que haya Parlamento, eso sí.

Las razones

La palabra que más se asocia a este tema es "conciliación". Los promotores de la medida creen que impulsaría un cambio en los usos y costumbres de los españoles, que empezarían a tener un horario más parecido al de sus vecinos europeos. Y es cierto que en las capitales del norte de Europa es muy extraño ver las luces de las oficinas encendidas más allá de las 18.00-18.30 de la tarde… y en Madrid o Barcelona lo que es raro es que se apaguen antes de las 19.00-19.30.

Incluso, hay quien cree que servirá para disparar la productividad. En Ciudadanos, por ejemplo, defienden que uno de los problemas de la baja productividad por hora trabajada en España reside en estos horarios. Como no existe un incentivo para acabar pronto (porque en cualquier caso habrá que permanecer en la oficina hasta las 20.00h) pues se retrasan los temas, se alargan las pausas para un café o se ponen reuniones a una hora en la que lo normal para un austriaco o un holandés sería estar en casa. Es una idea interesante y que, efectivamente, podría suponer un cambio cultural en el conjunto del país e incluso promover la famosa productividad.

No es extraño, con este planteamiento, que estén todos de acuerdo. Es una reforma que no tiene coste aparente para nadie. Que promete que seremos más ricos (o que nos pareceremos más a los ricos)… ¡trabajando menos! ¿Quién va a ser el insensato que no firme la medida?

El problema no es tanto si tiene sentido o no retrasar la hora (en el siguiente epígrafe, más datos sobre el tema). Probablemente no es una locura hacerlo y podría tener cierta lógica, para que las horas de apertura-cierre de comercios, restaurantes u oficinas se parezcan más a las de nuestros vecinos. Quizás para los turistas o los visitantes por negocios sea más sencillo así. No tendrán que preguntarse si el restaurante estará abierto a las 13.00, que es cuando un extranjero siente que llega la hora de comer.

Lo peligroso es la expectativa. Esa idea de que un cambio de horario podría conseguir, casi por arte de magia, convertirnos en otro país. Como explicábamos este fin de semana, hablando sobre productividad y competitividad, los salarios de los países se explican por la productividad de sus trabajadores. Si queremos ganar lo mismo que los suecos, tenemos que ser más productivos. Eso se consigue con formación-educación, leyes laborales más flexibles, más peso de los sectores innovadores, permitiendo a las empresas y trabajadores moverse hacia las ocupaciones en las que son más eficientes… Retrasar una hora el reloj no va a convertir a Madrid en Estocolmo ni a Zaragoza en Múnich.

¿Una hora de adelanto?

Dicho esto, la segunda pregunta que habría que hacerse es si realmente es tan extraño el actual horario. Es decir, si hay una razón científica para todo este revuelo. La respuesta no está nada clara. José María Martín Olalla le ha dedicado al tema un buen puñado de post en Politikon. Son comentarios profundos, bien razonados, con muchos datos y todo tipo de gráficos. Y su conclusión es que ni nuestros horarios son tan raros ni nuestras jornadas laborales tan extrañas.

Para empezar, hay que evidenciar algo obvio. Los defensores del cambio de horario hacen afirmaciones incompatibles (o ilógicas, según se mire). Así, podríamos resumir sus quejas en que no tiene sentido que España tenga la misma hora que Italia o Alemania cuando nuestro país está varios miles de kilómetros al este. Y al mismo tiempo protestan porque cenamos a las 20.30-21.00 cuando en esos otros países se cena a las 19.30-20.00. Oiga, o una cosa o la otra. Si es cierto que tenemos una hora que no nos corresponde, entonces también es lógico que cenemos más tarde y que nuestros programas de televisión empiecen más tarde. En realidad, siguiendo esta lógica, el retraso se debería a que nos hemos adaptado a nuestra hora "solar" y no a la de los relojes. De esta forma, si retrasamos la hora y nos unimos al Reino Unido, seguiremos cenando en el mismo momento del día… aunque en la pantalla del reloj ponga 20.15 cuando antes ponía 21.15.

Pero además, hay que tener en cuenta que en la cuestión de los horarios no hay que pensar sólo en si estamos más o menos al este. La latitud también es importante. Y en este sentido, la posición de la península Ibérica, las horas de sol de las que disfruta en verano e invierno, etc… hacen que el horario actual sea perfectamente razonable. Olalla lo explica así en uno de sus artículos:

Los españoles no tienen ningún problema con el huso horario. Empezamos a trabajar cuando sale el Sol (invernal), empezamos a comer a mediodía, dejamos de trabajar cuando se pone el Sol (invernal). Entiéndanse estas afirmaciones en sentido estadístico y referidas al día invernal. Todos los argumentos que puedan oír o leer sobre la necesidad de cambiar de huso no son racionales. Son sentimentales o son supersticiones: usted no tiene un jet-lag permanente ni sufre el síndrome de Greenwich.

Y entonces, por qué esa sensación de que la jornada laboral dura tanto. Sí hay una diferencia, pero no es tanto en las horas dedicadas al trabajo a lo largo de la jornada como en la pausa para la comida. De nuevo, Olalla es muy claro al respecto:

Cuando el día invernal dura entre siete y ocho horas (la duración de una jornada laboral apañada) hay poco margen para contemplaciones. Se trata de trabajar, comer rápido (sólo puedes comer rápido), seguir trabajando y terminar con el cielo oscurecido. La jornada discontinua y amplia es difícil de implementar porque ocasiona trabajo mucho antes del amanecer invernal o mucho después del anochecer invernal.

Cuando el día invernal dura entre nueve y diez horas hay margen para diversas situaciones. Se abre la posibilidad a que los trabajadores completen la jornada laboral de forma continua, durante la mañana. Se abre la posibilidad a comer más pausadamente. Se abre la posibilidad a que los trabajadores regresen a casa a media jornada para después volver al trabajo. Esto es lo que se observa cuando se representa el porcentaje de trabajadores que están fuera del hogar en función del tiempo: en los países septentrionales no hay regreso al hogar a mediodía, en España, Italia y Francia, sí.

Acabáramos. Así que lo que nos diferencia son esas dos-tres horas de pausa para la comida que tan comunes son en España y tan excepcionales en los países del norte de Europa. Si aceptamos este hecho, se puede plantear sin ningún problema una reducción de esta interrupción a mitad de jornada.

Pero cuidado, esto también tiene sus costes. En nuestro país, por temas culturales y sociales, somos más dados a interactuar en la oficina y a que el lugar de trabajo sea también parte de nuestra vida social. Son habituales las historias de trabajadores españoles que salen al extranjero y se sienten extraños, porque los compañeros no les hablan más que para temas estrictamente profesionales. Y a las 18.00 todo el mundo a casa, ni after-work ni nada.

Además, también habría que preguntarse si ésta no es una preocupación esencialmente madrileña y barcelonesa. En estas dos ciudades, especialmente en los empleos llamados de cuello blanco (oficinistas), muchos trabajadores ven la pausa para la comida como una pérdida de tiempo, porque no les da tiempo a ir y volver a sus casas. Por lo tanto, acaban comiendo mal y rápido en la oficina y efectivamente, el tiempo que pasan delante del ordenador (lo que no es sinónimo de trabajando) es muy superior a lo reglado. Es aquí donde comienzan esas rarezas de la vida laboral en España: pausas de café de 20 minutos, reuniones a las 17.30, interrupciones… Pero en provincias, lo normal es que sí dé tiempo a comer en casa y aprovechar esa pausa a mediodía. ¿Está todo el mundo de acuerdo en cargársela por decreto?

Al final, lo que queda es la sensación de que estamos otra vez vendiendo una reforma irrealista, de las que sólo tienen beneficios y no costes. ¿Queremos ser suecos? ¿Queremos un horario de 8.30 a 17.00? Fantástico. Pero entonces nada de "un cafetito" de media hora a media mañana y otro por la tarde. Por supuesto, se acabó el menú del día con dos platos y postre: ahora toca sándwich para todos en el vending. Si hay que llevarse el ordenador a casa para conectarse a las 21.30, se hace. Y cuando un compañero se nos acerque a contarnos con quién ha quedado a cenar, hagámosle ver que estamos trabajando y que no podemos perder el tiempo con su vida sentimental. ¿Suecos? Fantástico, más morenos y más bajos, pero en el resto les podemos imitar más o menos fácilmente. Pero suecos en todo… a ver si también en esto vamos a querer sólo la parte buena. No se engañe. Lo demás son milongas.

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