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El 'efecto Varoufakis': el órdago del ministro estrella le cuesta 4.000 euros a cada griego

Los seis primeros meses de 2015, marcados por el desafío a la UE, hundieron una economía que empezaba a dar signos de recuperación.

Las personas, de forma individual o en grupo, buscarán defender sus propios intereses tanto cuando participan en el sector público como en el privado. Los políticos y los burócratas no se convierten en santos cuando asumen sus responsabilidades públicas – James M. Buchanan

¿A favor de quién actúan los gobiernos? Escuchando a los políticos, de uno y otro signo, parece claro que nuestros líderes sólo buscan nuestro bien. Su única obsesión sería cuidar de sus votantes. Luego, viendo como actúan, aquello ya no está tan claro. Y los economistas, desde hace tiempo, ya saben que en realidad los presidentes del Gobierno, ministros o diputados son personas como cualquier otra, que responden a los incentivos que tienen delante de la misma manera que usted o yo. Eso no quiere decir que sean malvados por definición… lo que quiere decir es que tampoco son seres angelicales, que hayan descendido ayer de una nave espacial para regalarnos su bondad. James Buchanan no fue el primero que lo explicó, pero si quizás haya sido el que lo ha hecho de una forma más certera.

Cuidado, esto tampoco quiere decir que sólo busquen el enriquecimiento o que les importe un bledo lo que piensen sus votantes. Quizás sus intereses sean más ideológicos que monetarios: a lo largo de la historia del siglo XX hemos visto muchos políticos terribles que han muerto pobres y siempre han sido ejemplos de austeridad (lo que les interesaba era el poder, no el dinero). Y está claro que tienen que hacer caso a lo que los ciudadanos piensan o serán expulsados del poder. Pero la palabra clave siempre está ahí: incentivos. ¿Qué quieren? ¿Qué riesgos asumen? ¿Quién carga con las consecuencias de sus decisiones?

En Grecia lo saben bien. Durante la primera mitad de 2015, su nuevo Gobierno de Syriza decidió echarle un pulso a la troika. Alexis Tsipras y, sobre todo, su ministro de Economía, el famoso Yanis Varoufakis, se plantearon como objetivo acabar con las exigencias que se le imponían a su país y conseguir financiación barata del resto de la Eurozona sin tener que cumplir con las condiciones de los planes de rescate. Como explicaba Juan Ramón Rallo en su análisis de los escritos del ministro heleno, en realidad su meta no era la salida de la Eurozona sino, más bien al contrario, la consolidación de Grecia como una cuasi-colonia alemana, que financiara al país al igual que hacen, por ejemplo, Baviera o Baden-Wurtemberg con las mucho más pobres regiones del Este.

Su tesis era que al final Bruselas, Mario Draghi y Angela Merkel no aguantarían el órdago del Gobierno griego y que, enfrentados a una posible ruptura de la Eurozona, con todas las implicaciones que eso tendría, darían su brazo a torcer y aceptarían las condiciones de Syriza. Todo aquello se vino abajo en aquella famosa cumbre europea de julio de 2015… pero incluso así, Varaoufakis sigue defendiendo que el problema de Tsipras es que no aguantó lo suficiente su apuesta.

¿Y esto quién lo paga?

Llegados a este punto, la cuestión es cuál fue el coste de estos seis meses de enfrentamiento entre Atenas y Bruselas. La segunda pregunta es quiénes han pagado los platos rotos. Berenberg, la casa de análisis alemana que publica, junto al think-tank The Lisbon Council, el Euro Plus Monitor, ha hecho los cálculos.

Según sus cuentas, Grecia, que ya crecía a un ritmo moderado a finales de 2014, justo antes de que Syriza llegase al poder, podría haber mantenido un crecimiento de alrededor del 3% ("como España", aseguran) en 2015 y 2016 si hubieran mantenido las políticas que se estaban llevando a cabo hasta aquel momento. No es una cifra descabellada. Más o menos era la previsión de los analistas en aquel otoño de 2014. A cambio, lo que ha ocurrido es que el PIB heleno cayó un 0,2% en 2015 y todo apunta a que lo volverá a hacer en 2016.

No sólo eso. Además, el "aumento dela incertidumbre política", generó unas salidas de capital de unos "66.000 millones" de euros en la primera mitad de 2015, el equivalente al 37% del PIB griego.

Con todo esto sobre la mesa, se puede intuir que el coste en términos de crecimiento, contando sólo los años 2015 y 2016, es de alrededor de "6,5 puntos del PIB" entre lo que se ha perdido y lo que se ha dejado de ganar. Además, los menores ingresos fiscales y el gasto extra generado por la nueva recesión y el aumento de los costes de financiación le han supuesto al Estado griego (a sus contribuyentes) "unos 8.000 millones de euros". Y aquí no acaba la factura. Como consecuencia de la recesión y la fuga de capitales, el sistema financiero tuvo que ser rescatado con otros 12.000 millones de euros.

En total, Berenberg calcula que el "efecto Varoufakis" le ha costado a los griegos el equivalente "al 25% del PIB" y una nueva recesión de la que todavía no está claro cuándo saldrá. Asumiendo un PIB de 176.000 millones de euros, el coste para cada uno de los casi 11 millones de griegos ascendería a unos 4.000 euros por barba (16.000 euros para un hogar con cuatro miembros).

En el siguiente gráfico puede verse la evolución de la confianza empresarial en Grecia y la Eurozona. Después de tres años horribles, a lo largo de 2014 los empresarios helenos comenzaban a ver la luz al final del túnel y eran aún más optimistas que sus colegas europeos. Hasta que su súper-ministro de Finanzas decidió que debía aplicar sus conocimientos de Teoría de Juegos (su especialidad académica) a la negociación con Bruselas.

Euro Plus Monitor Primavera 2016

Cada cual tendrá su opinión sobre si la postura del Gobierno griego era la correcta y la UE tenía que relajar las condiciones o si eran Merkel y Draghi los que tenían razón en exigir más reformas y ajustes a Atenas. Pero ésa no es aquí la cuestión. La clave aquí es preguntarse qué consecuencias tuvo la actitud del Gobierno griego, sobre sus integrantes y sobre sus ciudadanos. Es decir, quién soportó el riesgo del "todo o nada" que planteó Tsipras.

La realidad es que un año después, Grecia sigue en recesión y es el único país de la Eurozona al que la Comisión Europea augura un crecimiento negativo en 2016. El paro está en el 25%. Acaba de renegociar otro rescate. Y ya nadie se acuerda de aquellos brotes verdes del otoño de 2014. Mientras tanto, su exministro de Finanzas sigue viviendo con su millonaria esposa (pertenece a una de las familias empresariales más importantes de Grecia), publica un libro tras otro y es uno de los conferenciantes más exitosos de la izquierda europea.

Todo esto no quiere decir que Varoufakis no creyera que su postura era la correcta y que estaba haciendo lo mejor para los griegos. Lo que quiere decir es que los riesgos que corría eran muy limitados. Si la apuesta salía bien, él sería el salvador de su país, el hombre que había doblegado la voluntad germana. Si salía mal… a él no le costaba un euro (de hecho, casi se puede decir que le va mejor como exministro). ¿Habrá leído Varoufakis a Buchanan? Estamos seguros de que sí.

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