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La izquierda y sus garrafales meteduras de pata en matemáticas

Numerosos políticos y periodistas de izquierdas han hecho el ridículo en más de una ocasión a la hora de manejar los números.

Numerosos políticos y periodistas de izquierdas han hecho el ridículo en más de una ocasión a la hora de manejar los números.
Almudena Grandes, Jesús Maraña y Tania SÁnchez | LD/Wikipedia

Hace unos días, antes de que se abrieran las aguas y se tragaran a Pedro Sánchez, un señor se equivocó en televisión. Fue un error algo ridículo y que demostraba una laguna cultural que algunos consideraron más bien importante. Mira, mira lo que ha dicho. Estaba Ferreras en televisión (como todo el rato) y se estaba debatiendo en su programa, Al Rojo Vivo, sobre la corrupción del PP valenciano (como todo el rato también). Mal está que haya corrupción en Valencia de sobra como para estar hablando a diario, pero la capacidad de Ferreras de estirar el chicle es algo admirable.

¿De qué hablábamos? Ah, sí, de un señor que metió la pata. Se trataba de Jesús Maraña, director de InfoLibre, un medio de la competencia que a ustedes no les interesa en absoluto. Usan la palabra "libre" de anzuelo, pero no encontrará mucho liberalismo por allí (no se entretengan, vayamos al tema). El señor Maraña denunciaba los chanchullos valencianos. Para ello ponía un ejemplo concreto: "Sólo el IVAM, el Instituto Valenciano de Arte Moderno, tuvo un sobrecoste, un sobreprecio, del 1.500%. Esto es como si tú vas a una tienda y para comprar un artículo de un euro, al final sales y te han cobrado mil quinientos".

De fondo parece escucharse a Xavier Sardá diciendo algo. Parece que dice "mil", pero nuestros expertos en análisis de audio no han podido confirmarlo. No tienen claro si ha dicho "mil" o ha mencionado el servicio militar o tal vez el sistema que regula la especialización médica en España.Dejemos a Sardá a un lado. Nadie corrigió al tertuliano Maraña, que parece que no tiene muy claro cómo funcionan los tantos por ciento. Si cree que un aumento del 1.500% es la multiplicación de un valor por mil quinientos, creerá que un aumento del 2% es la multiplicación por dos (y que un aumento del 1% es que te quedas como estabas).

Entendería que alguien que piensa así no invirtiera en bolsa. Menudo vértigo. Le imagino, agarrado al sillón, viendo las cotizaciones subir y bajar, contemplando cómo sus inversiones se multiplican y se dividen a diario y en cuestión de minutos. Es extraño, siendo un periodista de dilatada trayectoria, ¿cómo ha podido sobrevivir? ¿Nunca ha tropezado con un porcentaje? ¿Nunca ha recibido en casa una indescifrable factura de la luz? ¿Nunca ha tenido que calcular cuántos días de comida le quedan en una excursión a Marte? Realmente no es tan importante que sepa algo de matemáticas, ahora que los números cada vez están más en desuso y se están sustituyendo por colores y sentimientos.

Esta metedura de pata nos sirve de excusa para comentar otros errores matemáticos y distorsiones de la realidad de la izquierda. Nosotros somos así: escuchamos una flatulencia y lo usamos de excusa para hablar de la Segunda Guerra Mundial.

A veces incluso grandes profesionales de la economía cometen errores de principiante. Le ocurrió a Monedero hace ahora un par de años. El economista más cotizado del siglo concedió una amistosa entrevista a el Diario de Sevilla. Llevaba por título "Saben que les queda poco y por eso se funden nuestro país", pero no era una crítica a los escandalosos impuestos, no. En la entrevista, en contra del criterio de todos los demás economistas del mundo libre (todos al servicio de la casta), defendía situar la edad jubilación en los 60 años.

Además, denunciaba, entre otras cosas, que los ricos no pagan impuestos y advertía de todo lo que podría hacerse si pagaran: "Quienes no pagan son los ricos. Aquí hay un fraude fiscal del 25%. Cuando recibíamos dinero de la UE, era más menos el 1% del PIB. Y mira si hacíamos cosas con esos fondos estructurales. Si hay un 25% de fraude fiscal, cada año podríamos hacer 25 veces lo que hacíamos con esos fondos".

Monedero comete dos errores: hablar en tercera persona de los ricos que no pagan y confundir fraude fiscal con economía sumergida. El profesor seguramente se encontraba agotado después de completar su informe sobre la moneda única para los países del ALBA. En España existe aproximadamente una economía sumergida equivalente al 25% del PIB (otros estiman que es un 20%), pero es absurdo pensar que esa economía en algún momento va a emerger en su totalidad, entre otras cosas porque parte de esa economía no existiría en la legalidad.

Para colmo, son las leyes que defiende Monedero (y las que han venido aplicando los sucesivos gobiernos) las que provocan que exista esa economía marginal. Y, lo más importante, es absurdo pensar que el Estado recaudaría cada año el total de esa economía sumergida. Es como si existieran cien euros de dinero negro, consigues que se regularicen y recaudas la totalidad de esos cien euros. Y así todos los años, sobre cien euros que han dejado de existir.

Y llegó Juan Carlos junto al mar de Galilea, y tomando la economía sumergida, dio las gracias, la recaudó totalmente cada año y quedó saciado. Milagros aparte, alguno pensará que Monedero no sabe de lo que habla, pero realmente fue un desliz, un desliz que no tendría un estudiante de primero de Economía totalmente borracho, pero un desliz.

Juego de suma cero

Una vez a un niño podemita (existen) le preguntaron por qué era tonto. El niño contestó que la culpa era de otro niño que estaba acumulando mucha inteligencia.

Esta historia basada en hechos reales no comprobados nos sirve para introducir el siguiente asunto. Debemos aprovechar esta gran oportunidad para resolver una de las grandes mentiras de la izquierda. Mentiras o el fruto maduro de su infinita ignorancia: la economía es un juego de suma cero. Un juego de suma cero es un sistema en el que la ganancia de un sujeto implica la pérdida de otro.

Hemos hablado del director de un medio progresista y vamos a hablar del director de otro medio progresista (aquí, siempre haciendo amigos). Carlos Enrique Bayo fue hasta hace poco director del diario Público. Era lunes 20 de enero de 2014. Frío en las calles (ni nos acordamos de qué era eso) y tonterías en la mesa de La Tuerka (esto no ha cambiado tanto).

Bayo protestaba por la simplificación de los argumentos que se estaban utilizando en la tertulia. Dispuesto a iluminar a todos, explicó cómo funciona la economía: "La riqueza, lo que hay disponible es limitado, no es infinito. Si hay muchos millonarios, quiere decir que por cada más millonario que haya, habrá muchos más pobres, porque lo que hay a repartir es lo mismo".

Y añadió que "el número de ultrarricos, los que tienen más de treinta mil millones de dólares ha aumentado en España en un centenar durante el año pasado. Evidentemente, hay muchos más ultrarricos y también hay muchos más ultrapobres. No me puedes decir que lo que hay a repartir puede ir creciendo como los panes y los peces indefinidamente". "Si hay muchos más millonarios, hay muchos más pobres" concluyó".

A esta teoría la he bautizado como la "Ley Bayo del Equilibrio Universal" (LBEU, patente en trámite). Esta ley, que podría desembocar en un Nobel de Economía y otro de la Paz, establece un equilibrio básico entre ricos y pobres que cualquiera puede entender.

El aumento de ultrarricos en España del que habla el ciudadano periodista se debe en buena parte a la llegada de millonarios extranjeros a nuestro país. Imaginemos que en 2013 llegaron cien ultrarricos a España. Se inscriben en el Registro, obtienen la nacionalidad y en España tenemos un centenar de millonarios más. Para que la Ley Bayo se cumpla, el Estado español automáticamente está obligado a seleccionar por sorteo a un número de ciudadanos de clase media que, automáticamente, pasarán a ser ultrapobres. Usted dirá, ¿para qué?. Para que la ley se cumpla. No vamos a dudar ahora de la ley de un señor que ha dirigido un periódico nacional. Humildad, por favor.

La ley, por supuesto, funciona en dirección contraria: si esos ultrarricos dejaran España o si de repente vieran hundirse sus valores y su riqueza se esfumara, automáticamente habría que elegir a una serie de ciudadanos anteriormente ultrapobres para que ahora fueran ultrarricos y mantener así la LBEU.

Todos sabemos que la riqueza nacional y universal no puede aumentar ni disminuir porque la Tierra es una y de aquí no podemos salir. Algún listo dirá que ahora somos más ricos que en la Prehistoria, a pesar de que somos muchísimas más personas que entonces. La gente andaba de caverna en caverna sin ningún tipo de posesión más que un taparrabos, que ni siquiera era de Calvin Klein. Si todo el mundo era pobre, alguien tenía que acumular toda la riqueza restante. ¿Quién era el ultrarrico que acumulaba de forma retorcida toda esa riqueza que el mundo contiene? La LBEU no lo aclara y yo he supuesto que, como cuando empiezas una partida en un juego de mesa, era la banca.

Tal vez Bayo es un gran jugador de Monopoly. En el Monopoly hay una riqueza limitada: una cantidad de dinero y unas propiedades limitadas. Imaginemos una partida en la que un jugador avaro y fascista acumula el ochenta por ciento de esa riqueza total. Otro jugador (pueblo/gente) posee el veinte por ciento restante. Si el jugador que representa a la gente quiere aumentar su riqueza, no podrá hacerlo salvo empobreciendo al jugador avaro fascista.

Por suerte, casi nada en el mundo funciona como el Monopoly ni tal como imagina Bayo. No hace sol en Madrid para que en Sydney pueda llover y yo puedo decir muchas tonterías sin que Bayo a cambio diga ninguna genialidad, se lo aseguro.

Saltemos al 10 de marzo de 2015 (jo, qué barbaridad, sin avisar ni nada). Errejón escribía sobre Grecia y la situación de la Unión Europea en El País (a pesar de la persecución de Cebrián, Franco y Aznar). Más allá de que el análisis era una semblanza al acuerdo (bajada de pantalones épica) de Tsipras con Bruselas, Errejón hablaba del juego de suma cero de una forma un tanto absurda: "Si se disolviera la Eurozona tal y como la conocemos, todos entraríamos en un descomunal juego de suma cero: todas las partes perderían".

Si se disolviera la Eurozona, entraríamos en una situación en la que la ganancia de alguien implicaría automáticamente la pérdida de otro alguien, dice Errejón, y, al mismo tiempo, "todas las partes perderían". ¿Pero de qué habla este señor? ¿Cómo puede ser que todas las partes pierdan? Un juego de suma cero es justo lo contrario. ¿Un juego de suma cero puede ser descomunal o solamente relativo o absoluto? ¿Por qué dejan escribir de economía a quien no tiene ni idea? Es como si a mí me dejaran escribir de, por ejemplo, yo que sé... De economía. Sería una irresponsabilidad.

La desigualdad y la pobreza

Sin duda, esto son temas serios. Precisamente por ello, nos molestan las imprecisiones cuando se habla de ellos. Exagerar y mentir sobre pobreza para sacar algún tipo de rédito resulta realmente nauseabundo. Todos sabemos que la izquierda no tiene nada que ofrecer, salvo hablar de los muchísimos pobres que hay por todas partes. Luego intentan convencernos de que ellos van a salvarlos a todos. Los incautos de clase media pican y les votan porque están preocupadísimos por toda esa pobre gente.

Las mentiras sobre la pobreza se han sucedido desde que el PP llegó al poder. En esta tormenta de malos augurios han participado tanto partidos políticos y oenegés como tertulianos de medio pelo o de pelo entero. Podríamos hacer una enciclopedia de declaraciones imprecisas e incluso ridículas.

Pero, si existiera un premio a la exageración más irresponsable de los últimos tiempos, la palma de oro se la llevaría Tania Sánchez. "Un cuarto de la población española puede morir de hambre", dijo la podemita en el programa de Ana Rosa Quintana. Podría haberlo dicho en la posguerra, pero no, lo dijo en junio del año pasado. Todos recordamos aquel terrible verano de hambruna, en el que unos doce millones de españoles no solamente no comieron lo suficiente, no solamente pasaron hambre, sino que pudieron morir de inanición.

Tremendo. Sorprendentemente, desde que Tania lanzó esta seria advertencia, en España han muerto cero personas de hambre, por lo que podría decirse que se equivocó por poco. Los más inteligentes se habrán dado cuenta de que fue la advertencia de la diputada podemita la que puso en guardia al país para que evitáramos esta desgracia que se nos venía encima. No muy lejos de allí quedó La Sexta, que el 18 de octubre del año pasado nos contaba que uno de cada tres españoles son pobres, sobre la imagen de una mujer pidiendo en la calle.

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No existen informes, cálculos o estimaciones decentes que digan que en España existan quince millones de pobres. Ni hablamos de que existan quince personas pidiendo por las calles. De existir, no haría falta ningún informe para percibir su existencia. Las elecciones estaban cerca y había que soltar alguna bazofia.

Lo cierto es que uno de cada cinco españoles está en riesgo de pobreza, que no quiere decir que sea pobre y viva debajo de un puente. Es más, desde 2004, cuando éramos los reyes del mambo, los periódicos han ofrecido este mismo dato en sus titulares. Ya hemos explicado varias veces que este tipo de umbrales no miden la pobreza, sino la desigualdad. En España, la tasa de carencia material severa (que expresa algo próximo a la pobreza real) se sitúa en el 6%. Si quieren saber más sobre el tema, lean este artículo.

No es la primera vez que La Sexta, en su afán por vender una realidad subsahariana, no se ajusta a la realidad. Fue combustible para las redes sociales una pieza informativa titulada "Cerca de dos millones de niños pasan hambre en España". Este texto era además un pequeño reportaje que se emitió en el programa Más Vale Tarde.

El redactor comienza anunciando que "el hambre sí existe", y sigue advirtiendo de que "aunque hay quien pretende negarlo, la malnutrición en España existe y desgraciadamente sobran testigos que lo pueden asegurar". Por suerte, normalmente las noticias no empiezan diciendo "por más que se opongan, Berlín es la capital de Alemania" o "hay gente que lo niega, pero cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo".

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El comienzo nos indica que nos adentramos en algo que no va a acabar bien. "Para conocer la realidad del hambre en nuestro país, sólo hay que acercarse a un comedor social", nos cuentan. Realmente, ir a un comedor social para conocer cómo nos alimentamos en una nación de 47 millones de habitantes es como ir a un cementerio a valorar nuestra salud.

El reportaje comienza diciendo que "la malnutrición en España existe" y hacia el final del reportaje el Director Nacional de Juventud de Cruz Roja lo negará: "No podemos decir que la infancia española está desnutrida, sino que está mal nutrida". Vale.

Lo peor es cómo el redactor llega al cálculo de los "dos millones de niños". En ningún momento explican de dónde sale el dato y solamente remiten a cifras de algunas comunidades autónomas, como que "en Andalucía hay 140.000 niños que pasan hambre a diario" (no especifican fuente). Bien, si toda España tuviera la renta de Andalucía (y no la tiene) y todas las comunidades fueran igual de jóvenes que Andalucía (tampoco lo son) tendríamos como mucho 800.000 niños que pasan hambre. Insisto, si toda España estuviera en la situación económica de Andalucía.

Pero todavía todo puede empeorar. El colmo llega cuando en el vídeo emitido en La Sexta nos cuentan que "en total cerca de dos millones de niños en España pasan hambre y 30.000 familias tienen dificultades para darle de comer a sus hijos". Así, todo seguido, locutado con una voz clara, perfectamente pronunciado, sin dejar lugar a dudas. Es decir, según estos datos, cada familia debería tener 66,6 hijos, lo que obligaría a cada mujer a tener ininterrumpidamente embarazos desde los dieciséis hasta los sesenta y cinco años, aproximadamente, algo que la medicina no aconseja en casi ningún caso. No parece que las familias españolas sean tan numerosas.

El reportaje acaba con una frase que resume bien el estilo de información de la cadena: "Porque una imagen vale más que mil cifras y en este caso es más que suficiente para demostrar que, entre otros muchos efectos, los recortes provocan hambre". Una imagen vale más que todos los datos (que nos podamos inventar). Si con esto no te dan el Pulitzer o un puesto en Podemos, no sé con qué lo harán.

Recientemente, nuestro compañero Ángel Martínez se tropezó con un artículo del verano de 2014 de El Diario (nos quedaba un periódico progre al que tocar las narices) titulado "¿Desnutrición? No, pobreza y niños que comen poco y mal".

El titular descarta la desnutrición en España, así que no estamos tan mal. Pero bajo el mismo podemos leer que "el 27% de los hogares españoles no puede permitirse una comida de carne, pollo o pescado cada dos días según el INE". Fue suficiente con ir a la página del INE para comprobar que esa cifra realmente es del 2,7% (en 2015, último dato ofrecido) y que en 2013 era del 3,4%. Es decir, por suerte ha ido bajando. Se avisó del error a las autoras del artículo y jamás se obtuvo respuesta.

¡Hay dinero para todos!

Tenemos muchos más desastres de la izquierda buceando entre números. Por ejemplo, cuando en Podemos alguien debió de compartir un documento en el canal de Telegram (en el que Iglesias dice que le leería un poema a Mariló Montero hasta que durmiera) diciendo que España era el país más desigual de Europa. Era una falsedad que todos los podemitas repitieron.

Tenemos a Bescansa inventándose que España es líder en transplantes por la alta accidentalidad de los jóvenes, aunque solamente el 4% del total de donaciones vengan de víctimas de la carretera.

Tenemos el informe de Educo que denunciaba (erróneamente) que el 80% de los abuelos ayuda a su familia económicamente, tal como se comentó en este medio, citando a su vez al blog de la persona que ahora escribe (los que hayan visto la película Origen lo entenderán). El informe partía de un dato mal recogido y daba lugar a todo tipo de exageraciones. Apareció publicado en toda la prensa porque dejaba un titular muy jugoso. Nadie comprobó los datos, salvo el menda (palabra aprobada por la Real Academia).

Y tenemos los clásicos informes de Oxfam sobre la enorme fortuna que los ricos amasan, que caen en los mismos errores una y otra vez, que varios medios y economistas desmontan y que la oenegé prefiere no rectificar. Es normal que cuando alguien vive de que exista pobreza, diga que hay mucha pobreza. Un informe demuestra que leer artículos de Libertad Digital es bueno para la salud y alarga la esperanza de vida.

Por desgracia, en algún momento tenemos que terminar. Pero no podíamos hacerlo sin mencionar a la precursora de todo esto: la escritora Almudena Grandes. Corría el año 2009, imaginen. A la crisis la llamaban pequeña desaceleración, ajuste económico, recesión alegre y cosas así. Era enero, doce de enero. La columna se llamaba "Experimento" y fue tal vez una de las más populares (y humillantes) que se han publicado en nuestro país en lo que va de siglo.

La escritora nos proponía un ejercicio de "economía recreativa" que no buscaba engañar a nadie porque era "fácil, limpio, instructivo y para cualquier edad". A lo que la autora llamaba experimento no era más que una cuenta simple. Todo consistía en dividir el dinero que Estados Unidos había invertido en un plan de reactivación económica ("diseñado por Obama") entre el número de ciudadanos que hay en el mundo.

Eran 775.000 millones de dólares entre los 6.700 millones de personas que vivíamos en aquel momento en este planeta. El resultado, nos contaban, era de 115 millones de dólares por barba. ¡Toma! Así que hay una fiesta a la que no nos habían invitado y Almudena la ha destapado. No solamente hay riqueza en el mundo para que todos seamos millonarios, sino que con lo que cuesta un simple plan de estímulo de un único país, todos podríamos ser millonarios. El pastel ha quedado al descubierto, millonarios cabrones. El umbral de la pobreza podría situarse en los cien millones de dólares y nosotros aquí buscando trabajo a lo tonto.

La columna era clara, detallada, cuidadosa, exageradamente cuidadosa. Se proponía incluso un método para comprobar que se había hecho bien la división (¿?), haciendo la multiplicación a la inversa y a mano. "Fuera calculadora. Divida usted a mano", decía la resolutiva Almudena. Llegue a la verdad por usted mismo, fuera máquinas capitalistas que pueden engañarle. Vamos a hacerlo por la cuenta de la vieja. Así se inicia una revolución, ¡mandando las calculadoras a esparragar! ¡Jasdeputa!

"Por más que borre y multiplique, obtendrá siempre 770.500 millones" (la cifra cambiaba ligeramente, porque despreciaba los decimales, para facilitar la tarea al pueblo). No entiendo todas las comprobaciones que propone Almudena, como si las multiplicaciones y divisiones salieran bien dependiendo de la temperatura y la humedad, pero hay que agradecer la precaución. El artículo terminaba con una durísima conclusión: "Si no hay dinero en el mundo para respaldar estas cuentas, malo. Si lo hay, peor". Si no hay en el mundo ciento quince millones de dólares para cada uno, mala cosa, de verdad. Y si existe tal cantidad de dinero, ¿dónde está mi parte?

Por aquel entonces éramos todavía unos aprendices de crisis. La cantidad de veces que ese artículo fue citado por todas partes resulta incalculable. Todavía hoy, ocho años después, es fácil encontrar blogs, artículos, presentaciones y reflexiones en foros que mencionan el descubrimiento del Santo Grial que hizo la señora Grandes (¡grande!). Hay cientos de réplicas de aquel texto, que recuerdan toda la esperanza que movió aquel descubrimiento, todos los deseos de mandar al cuerno al jefe, todas las noches con la luna reflejándose en los ojos de miles de ilusionados ciudadanos que pensaban: será por dinero.

Fue bonito, pero duró poco. La cuenta estaba mal hecha. Almudena, que decía haber despreciado los decimales, realmente había despreciado las matemáticas. El cálculo real nos trasladaba la triste noticia de que si repartiéramos el plan de estímulo norteamericano entre todos los seres humanos, nos tocaría a 115 dólares por cabeza. No daba ni para la Playstation. El País tuvo que publicar un rectificado, la mayor fe de errores de la historia del periodismo. Nunca el golpe de realidad había sido más duro. Fue la mayor decepción que vivió este país desde que Chenoa quedó cuarta en Operación Triunfo.

Me sorprende que Almudena no pensara en que si el plan de estímulo de Obama, que lo pagan los ciudadanos americanos, tuviera un coste de 115 millones de dólares por ciudadano de la Tierra, difícilmente los norteamericanos podrían costearlo. En su caso, con las matemáticas de Almudena, cada norteamericano debería poner 2.400 millones de dólares para sufragar el plan de estímulo. Dudo que todos los ciudadanos de aquel país tengan ahorrillos como para pagar esto. Pero bueno, contribuimos para recibir, un esfuerzo se puede hacer.

Reconozco que me caen lágrimas cuando leo el texto, y no son precisamente de esperanza. Grandes fue tan metódica, tan precisa, quiso ser tan prudente con aquel descubrimiento que tenía entre manos, como el que maneja un kilo de uranio, que todo resulta todavía más gracioso. Ahora bien, Almudena, que sé que nos lees, si alguna vez surge la oportunidad, espero que te encargues de que me lleguen pronto mis cien millones (ciento quince, realmente, no nos dejemos nada).

Matemáticas desastrosas (y avaricia del autor) aparte, me preocupa más el concepto que algunos tienen de la economía y del mundo (así, en general). Me preocupa que haya gente por ahí creyendo que uno de cada tres españoles es pobre, que hay millones de niños desnutridos, que para que uno sea rico otros tienen que vivir en la miseria, que existen obras con un coste final mil quinientas veces lo presupuestado o que las familias tienen sesenta y seis hijos.

Con la visión del país que algunos tienen en sus cabezas, no me extraña que den ganas de votar a Podemos o incluso a Almudena Grandes. Algunos basan su éxito en recordamos que el mundo no es perfecto, algo que todos sabíamos. Pero tan mal no debemos de estar cuando tienen que exagerar, retorcer las cifras hasta el ridículo y, a menudo, mentir. Sirva este humilde recopilatorio para reclamar mayor seriedad a todos para hablar de la crisis y también mayor atención al lector o espectador. Porque no crean que esto no va a acabar aquí (el texto, sí).

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