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¡Que vienen las máquinas!… Otra vez

Aumenta la creencia popular de que las nuevas tecnologías destruirán trabajo, pero nada más lejos de la realidad.

Aumenta la creencia popular de que las nuevas tecnologías destruirán trabajo, pero nada más lejos de la realidad.

A no mucho tardar viviremos en Matrix. Las máquinas nos atacarán e intentarán dominarnos como en Yo, robot. Las innovaciones tecnológicas destruirán empleo, aumentarán la desigualdad y condenarán a millones de familias a la pobreza mientras las máquinas les sustituirán como fuerza laboral. Estas y muchas otras soflamas son promulgadas por los neoluditas del s. XXI.

El ludismo fue un movimiento encabezado por artesanos ingleses de principios del s. XIX. Las grandes protestas y revueltas llevadas a cabo entre 1811 y 1817 tenían como objetivo protestar por la implantación de máquinas (destruyéndolas) por miedo a que les quitaran sus puestos de trabajo. En España el primer movimiento ludita tuvo lugar en el Alcoy de 1821. Han pasado 200 años y parece que la historia se repite; cada vez es mayor el movimiento neoludita y aumenta la creencia popular de que las nuevas tecnologías destruirán trabajo.

Nada más lejos de la realidad, un simple repaso a los datos empíricos y la más simple teoría económica nos aclarará el dilema. En primer lugar, veamos qué ha pasado históricamente con el empleo a medida que las tecnologías se han ido desarrollando.

¿Las máquinas han destruido empleo?

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En el gráfico anterior vemos cómo los trabajadores en EEUU pasaron de ser 30 millones en 1940 a 145 millones en 2016, en términos absolutos, mientras que en términos relativos la población activa ha pasado de ser del 57% en la década de los cincuenta al 60% actual. Queda claro que la era de mayor desarrollo tecnológico ha ido acompañada por un aumento espectacular en la cantidad de trabajadores.

¿Las máquinas crean pobreza?

Tal como se observa en el siguiente gráfico, la tasa de pobreza extrema entre 1980 y 2013 se ha dividido por 4. Durante el mismo periodo de tiempo la población mundial aumentó de 4.437 millones a 7.176 millones de personas. Es decir, cuando mayor desarrollo tecnológico ha habido, la población mundial ha aumentado un 60% a la vez que la pobreza ha disminuido un 75%.

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¿La tecnología aumenta la desigualdad?

Al parecer, tampoco. El Índice Gini es el indicador más usado para medir la desigualdad. Pues bien, el Gini mundial en 1990 tenía un valor de 80 y en 2013 de 65. La renta per capita mundial en 1990 era de 5.413 dólares y en 2015 fue de 15.470.

¡La desigualdad mundial ha disminuido y la renta per capita se ha multiplicado por tres en tan solo 25 años! Nunca en la historia ha habido tanto progreso tecnológico como ahora, nunca en la historia ha habido más gente trabajando que ahora, con mayores ingresos y menos desiguales.

Hemos visto que históricamente la tecnología ha traído consigo mejoras en los estándares de vida en todo el mundo. Muchos, ante esta realidad, argumentan que esta vez es distinto, que el paradigma ha cambiado, las nuevas tecnologías que están por venir van a destruir empleo neto. Por ejemplo, en 1995, Jeremy Rifkin publicó su libro The end of work, donde auguraba un cambio de paradigma en el que la fuerza laboral estaba evocada al desempleo y la pobreza. Como no tenemos datos del futuro, vamos a desmontar estas ideas desde la teoría económica.

Una innovación tecnológica hace el factor trabajo más productivo, es decir, con el mismo volumen de trabajo somos capaces de producir más. Cuando una nueva tecnología hace un proceso más eficiente, se liberan recursos productivos que son susceptibles de ser usados por otros procesos productivos distintos. Las mejoras tecnológicas no sólo liberan recursos productivos, sino que abaratan el output de las empresas -en términos reales el precio de los coches se ha reducido un 50% en 25 años, por ejemplo-

Si los productos, en términos reales, son cada vez más baratos esto también libera recursos en forma de renta que puede ser consumida o invertida en otros productos/procesos. Por una parte, tenemos el ahorro de factores gracias a la automatización de procesos y, por otra, tenemos más renta disponible gracias al abaratamiento de los productos. Es imposible saber en qué vamos a emplear los recursos libres y en qué vamos a gastar la renta disponible, lo que sí sabemos es que el ingenio humano no tiene límites.

Tal como afirmó el premio Nobel de Economía, Milton Friedman, "las necesidades humanas son infinitas, 200 años de historia lo demuestran". Los nuevos estándares de vida que nos traerá la tecnología nos permitirán cubrir necesidades que ahora ni tan siquiera conocemos. A la postre, las innovaciones no destruyen empleo, lo cambian y mejoran.

Según un estudio de la consultora Deloitte, la tecnología no ha destruido empleo, sino que lo ha cambiado. El estudio mostró que desde 1992 hasta 2014 ha habido un crecimiento del 909% en el número de enfermeras y auxiliares. En el mismo periodo el número de profesores y educadores aumentó en un 580%, el aumento en el sector de bienestar social fue del 183% y del 169% en cuidadores. En los siguientes dos gráficos, podemos ver cómo han cambiado los trabajos en Inglaterra y Gales con el paso de los años.

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Lo que podemos ver es que la tecnología nos permite cambiar trabajos duros que requieren gran esfuerzo físico por otros más cómodos y agradables. Tenemos mejores trabajos, que nos permiten disfrutar de más tiempo libre. Siguiendo con el ejemplo de Inglaterra y Gales, entre 1951 y 2011 la cantidad de empleados en bares se multiplicó por cuatro y en 1871 había un peluquero por cada 1.793 ciudadanos, mientras que ahora hay un peluquero por cada 283 ciudadanos.

Pero la tecnología no sólo cambia a mejor los trabajos, sino que los complementa. Los cajeros automáticos en bancos pasaron de ser 100.000 en 1996 a 400.000 en 2010, mientras que el número de cajeros humanos pasaron de 500.000 a 550.000 entre 1980 y 2010. Estos procesos de cambios tecnológicos son conocidos por el término de destrucción creativa de Schumpeter. Para crear, primero hay que destruir. Destruimos procesos antiguos, obsoletos e ineficientes, por otros nuevos más eficientes que aumentan la calidad de vida de todos.

Habrá quien dirá que los trabajadores que van a perder su trabajo en el futuro no se podrán reciclar y emplearse en otros trabajos. Para ese argumento tenemos dos respuestas. En primer lugar, todos los trabajos que se vayan a destruir por innovaciones no van a tener que sustituirse necesariamente por otros que requieran mayores conocimientos tecnológicos (por ejemplo, pueden sustituirse por servicios personales).

En segundo lugar, es deshonesto comparar tecnologías futuras con estándares educativos actuales. Es decir, tenemos que comparar formas de trabajar futuras con formas de educarse futuras, que son desconocidas. La próxima gran revolución tendrá que venir necesariamente en la forma en la que nos formamos. Según algunos estudios, en el futuro la mitad de las universidades actuales van a desaparecer,los títulos oficiales no van a servir para nada y se instaurará la figura del aprendiz que no necesitará estudios reglados para acabar trabajando. El futuro es esperanzador, a la vez que desconocido.

No pensemos que la tecnología sólo viene para mejorarnos la vida, en muchos casos viene para salvárnosla. Por ejemplo, se estima que las muertes anuales por accidente de tráfico son de 3 millones de personas al año; con el coche autónomo estas muertes podrán reducirse en un 99%.

Otro ejemplo, que a los españoles nos interesa particularmente, es que la tecnología nos permitirá sortear los problemas que pueda traer consigo el "invierno demográfico". Se estima que en las próximas cuatro décadas la población activa en España disminuya un 30%. Si queremos mantener nuestro nivel de vida actual (no ya mejorarlo) tendremos que aumentar la productividad para poder contrarrestar la disminución de población activa. Tal como afirma el economista Juan Ramón Rallo: "Nuestro crecimiento futuro sólo podrá venir por el lado de una mayor productividad del trabajo y esa mayor productividad requerirá necesariamente de una amplia mecanización de muchas ocupaciones".

Un estudio elaborado por Frey y Osborne, hecho sobre EEUU, expone que en las próximas décadas el progreso técnico conseguirá reemplazar funciones que actualmente son llevadas a cabo por el 47% de los trabajadores. Es decir, prácticamente 5 de cada 10 trabajos que ahora conocemos acabarán desapareciendo. ¡Ojalá fuera el 80%! Los nuevos trabajos que ese progreso permitiría serían mucho mejores que los actuales, con mejores salarios, menos horas de trabajo, más cómodos y que, en definitiva, nos permitirían mejorar nuestra existencia.

Alguno dirá que mi punto de vista está sesgado, yo le contestaría que mi punto de vista está avalado por la más estricta evidencia empírica y la teoría económica. Los neoluditas no son más que los ignorantes miedosos del progreso económico y social del s.XXI. Nada nuevo bajo el sol.

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