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José García Domínguez

La eutanasia de los ahorradores

Cobrar un interés por guardar dinero en los bancos, como los barcos de vapor o las radios de galena, forma parte del pasado.

¿Cómo explicarle a un marciano recién aterrizado en Madrid con su nave espacial que la euforia se ha apoderado de los compradores de acciones bancarias españolas tras la promesa de Mario Draghi de seguir manteniendo el tipo de interés oficial del dinero al nivel más bajo de la Historia, el 0%? ¿Con qué palabras hacerle entender la suprema paradoja de que el valor de los bancos se haya disparado en el instante preciso en que la máxima autoridad financiera de Europa acaba de ratificar la eutanasia forzosa de los ahorradores? Los mercados financieros, es sabido, tienden a conducirse de modo irracional –cuando no histérico– por efecto de esa conducta gregaria que les empuja por norma a la sobreactuación, a veces por defecto, otras por exceso. No obstante, suele haber una lógica oculta que ayuda a descifrar fenómenos tan contraintuitivos como el que comentamos de la cotización de los bancos. Y es que, al modo de lo que sucede en la vida en general, en economía muchas veces hay que optar entre lo malo y lo peor. Así las cosas, lo malo fue eso que anunció Draghi, el mantenimiento del precio del dinero a la muy precisa altura del betún.

Porque lo peor para España y los españoles, bancos incluidos, hubiese sido que el BCE se animara a subir, aunque solo fuera un miserable puntito, los tipos. Porque un solo puntito, un minúsculo y despreciable puntito, nos podría haber llevado al borde mismo del precipicio. Sucede que España se financia a estas horas a un tipo de interés medio del 3% (el 2,99%, para ser rigurosos). Un precio bastante razonable y que no invitaría a preocuparse en exceso salvo por el pequeño detalle de que debemos lo que no está escrito en los libros: algo así como el 100% del PIB. Y eso ya son palabras mayores. Lo son, entre otras consideraciones adicionales, porque esa deuda sideral se somete a renegociación constante cada vez que vence un plazo de amortización. En atroz consecuencia, un puntito de subida en labios de Draghi, un raquítico puntito, hubiese significado para el Reino de España un incremento automático de 10.000 millones de euros en los saldos vivos de su deuda soberana. 10.000 millones de euros que el Gobierno tendría que haber sacado de debajo de las piedras para dar satisfacción a nuestra legión de acreedores internacionales. Poca broma, pues.

Pese al engañoso velo tecnocrático con que siempre se la intenta cubrir, la política monetaria, como su propio nombre indica, es eso: política. Y tras toda decisión política acostumbra a haber ganadores y perdedores. A ese respecto, el dilema moral al que se ve sometida ahora mismo Europa es que la política monetaria que necesita para salir del estancamiento crónico perjudica, y mucho, a los que han ahorrado durante toda su vida a fin de sobrellevar sin apuros la vejez. Y la política alternativa, la que beneficiaría a esos mismos ahorradores, resultaría contraproducente, en cambio, para lograr el crecimiento sostenido. Tratar con justicia a los viejos e impulsar la economía de la Eurozona resultan, guste o no, objetivos incompatibles entre sí. Hay que elegir, en consecuencia. Y el BCE ya ha elegido: se sacrificará a los viejos. La Eurozona se encamina a mantener tipos de interés reales negativos para el ahorro (ahora mismo ya lo son) durante muy largos periodos de tiempo, tal vez décadas. Algo que en el caso de Alemania y el resto de los países del norte de Europa, con unas poblaciones muy envejecidas, está empujando a ese segmento del electorado a los brazos de la extrema derecha populista. Otra paradoja: la ausencia de una política fiscal contracíclica llevó a la irrupción de la extrema izquierda en España, y su sustitutivo, la política monetaria expansiva, provoca ahora justo lo contrario en Alemania. La gente de a pie todavía no es consciente, pero la condena inapelable de los ahorradores ya se ha producido en Europa. Cobrar un interés por guardar dinero en los bancos, como los barcos de vapor o las radios de galena, forma parte del pasado. Sí, nuestro tiempo es el de la eutanasia de los ahorradores.

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